Chisme no es, plática nada más; mucho menos cuando también esta servidora milita en ese pelotón de hormigas dedicadas al lleva y trae de chiquillos apenas terminando vacaciones.
Las vacaciones son como un viaje al éter, un hoyo hacia otra dimensión, la suspensión del espacio-tiempo, la utopía palpable de Moro, la permisión de un todo eternizado, el respiro manual para millones de madres. Sí, dije manual: porque en tiempos hábiles conducir un vehículo nos mantiene con vida y esperanza.
La esperanza materna actual radica en ver recompensados nuestros esfuerzos como valet parking y choferes presenciando alguna competencia más o menos de renombre, en donde destaquen los hijos, al fin ya están tan traídos y llevados a cursos, talleres, clínicas, campamentos, en fin, todo con su respectivo costo. En el pasado no hacía falta tanto afán, todos los niños teníamos en la banqueta un ring, un dojo, una paca y canchas tan grandes como el mundo entero.
Los partidos de beis -porque el futbol vino después- tenían lugar en la calle misma; había público y apuestas, además de algunos pleitos entre porras y jugadores al final de la contienda; las artes marciales no necesitaba sitios especiales ni cojines, lo aprendíamos viendo Kung Fu -el del panda no- en la tele y, mezclado ya con box y lucha libre, nos salían unas riñas callejeras muy profesionales. Debo decirles que cursaba yo el segundo de primaria cuando tuve la ocurrencia de ponerme a mirar una pelea entre chiquillas y, de alguna manera, no sé cómo, acabé en medio del círculo, recibiendo manotazos bien dotados, quedando muy maltrecha tras el trance. Claro, yo no tenía tele y ella sí, por eso no supe cómo detener piquetes ni patadas; les juro que yo no empecé.
No estaba de moda el tiro con arco, pero mucho se practicaba el estiramiento de liga con unas resorteras eternas, fabricadas con trozos de árbol traídos del bosque. Bueno, deben de recordar que era una época cuando el bosque no se había alejado tanto de nosotros, y quien más quien menos tenía un abuelito en el rancho.
El costo de tantos aprendizajes apenas sumaba una nariz sangrante, dos moretones y regaños maternos por decenas. Hoy, los deportes naturales se vuelven prohibitivos para muchos, porque aún lo gratuito cuesta caro.
Sé lo imposible que es hoy en día salir a patear envases por al calle; pero deseo, de todo corazón, que esas disciplinas callejeras, tan útiles como sanas, aparezcan otra vez en el hit parade de la vida infantil. Mientras tanto, a seguir manejando, muchachas.
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