Ya llegó, ya está aquí. La Reforma 2011 para el nivel Secundaria cayó arrasando, como canta Thalía. La verdad, todas las reformas educativas en nuestro país llegan por la misma vía que los artistas y del mismo modo: 1) las vemos acercarse con gran expectativa, 2) cuando abren concierto apenas sí les distinguimos el atuendo, 3) en un tris ya tenemos una nueva letra para cantar y la otra ni bien la aprendimos.
Inició recién este ciclo escolar cuando los profesores de educación básica fueron presas de nuevas jornadas de capacitación. En el 2006 quedó establecido el propósito funcional de la educación: que esté bueno y que sirva, como decían los abuelos, aunque a fin de cuentas nos conformamos con chicos funcionales circulando por nuestras ofertas de trabajo, que produzcan, que se integren a una sociedad con expectativas educacionales de nueve años, que hagan cuentas y escriban su nombre con letra legible, de preferencia.
En el 2011, la Reforma llega para decirnos, básicamente, que no se equivocaron, seguimos buscando la práctica social de los conocimientos, a modo de justificar la existencia de asignaturas, profes y, en general, la escuela misma. ¿Y luego? Quizá sea la manifestación palpable de un grupo de trabajo que debe producir cada cierto tiempo y, en ese trance, deciden publicar miles de documentos, libros, planes y programas con la misma información de antes pero presentada de otro modo.
El cambio de nomenclaturas a los ámbitos educativos en que se dividen las asignaturas, los formatos de planeación para profesores y la solicitud de datos cada vez más farragosos son la repentina propuesta que debe aplicar a la voz de ya todo el país. Los profesores, atónitos, todavía no dominan y ya deben están listos para medio aplicar la otra y con vistas a una nueva tormenta en el 2013.
Menear los contenidos, aderezarlos, colocarles la cereza encima no es trabajo fácil, pero tampoco es imposible. Pero ningún pastel se cocinará cual debe si los cocineros deben de atender además las mesas, lavar platos y cobrar cuentas; los profesores están agobiados de muchas cosas: llenado de papelería, exámenes mil, cursos reiterativos y, sí, ya sé, un sistema retorcido de comisiones e interinatos. ¿Cómo le hacemos, pues?
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