El otro día tuve la osadía de enfermarme y la audacia suficiente para exigir mi pago por el servicio de dispersión inmediata; eso último me sonó a algo así como "disoluta", pero les juro que mi problema estaba en la cara y nada más. No, señor, no se trató de una cirugía para quitarme del rostro tremenda y satisfecha sonrisa.
Aconteció que, producto de la vanidad, acabé con la faz como el coyote -eterno perseguidor del correcaminos- cuando le explota cuanta trampa inoperante ingenia. ¡Cual sería la gravedad, que el IMSS me dio, ipso facto, 14 días de incapacidad!
Pero en el gusto vino el pecado, porque jamás imaginé el porvenir tras el médico y su buena fe. La indicación fue tajante: lleve este papel al banco para cobrarla en no más de tres días, porque lo perderá si tarda más.
Mi marido, muy oficioso, se aprontópara hacer el trámite. Me abstuve de cuestionarlo si era amor, ambición o un ardoroso deseo por no ver mi máscara de cazador africanado.Para empezar, le hicieron la aclaración referente al nombre: no se llama incapacidad, se llama "pago del servicio de dispersión inmediata empresarial"; no está vigente tres días, sino dos, y debe venir a cobrarla el enfermo.
¡Cómo así, Marce! Dije a mi cónyuge cuando, anonadado, me hizo saber tal información. Pusimos las cosas en una balanza -las que trajo el hombre del mercado- y nos preparamos para la salida; él me ofreció su brazo y abrió la puerta del coche, yo le planté un chalazo en la mejilla, pues cubrími rostro con un rebozo del Día de la Patria y no tengo mucha práctica en su acomodo -ni del rebozo ni de la Patria-.
El sol hacía estragos en mi cara tatemada y en mi ánimo, ahora sí, muy disperso. Ya en el banco, me exigieron descubriera el rostro; tan luego apareció mi negrura, un chiquillo se atacó de risa y su madre le asestó un bolsazo en la cabeza, pero luego también sucumbió a la alegría. No me dejaron hacer fila en la línea de embarazadas y discapacitados, porque no estaba ninguna de las dos cosas, así que hube de lucir el daño por una hora, en tanto mi marido dirigía sonrisitas a diestra y siniestra con ánimo conciliador.
Al fin frente a la señorita, estiraba mi cara espantosa para dejar claro que sí, yo era la enferma. Ella me hizo firmar papeles y más papeles, con lo que tuve una regresión al día de mi boda; hube de esperar a su jefe para que firmara otros tantos documentos, fotocopiara mi credencial de elector y pusiera en un edicto, por siete días, la hoja autorizada por el médico.
Para entonces mi problema facial era lo de menos y a quien osara mirarme con insistencia yo le pelaba los dientes cual licántropo. Casi dos horas después, la chica me extendió una hojita para que revisara los datos y la cantidad: $296.00 pesos, sin centavos.Antes de que mi consorte me sacara en vilo del banco sólo escuché: "¿Lo quiere en cheque o en efectivo, señora?".
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