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ORDENANDO EL CAOS

FRESQUITA Y NATURAL

Dalia Reyes

Fresquita y natural, olorosa a retama, como el lecho de La Casita que entonaba Pedro Infante. Éstas eran las cualidades que idealizaban los caballeros no ha mucho tiempo. ¿Y quién dice que ya no?

Las abuelas podían mostrar sus cachetes lozanos, naturalmente enrojecidos por el sol, y eso era lo que daba valor agregado a esas figuras de cintura breve y curvas pronunciadas. Hoy, si los señores piensan en la posibilidad de la imagen natural de una mujer las cosas se pueden volver perversas.

Habría que determinar lo que es natural, antes que nada. Entendamos la frase "como Dios nos trajo al mundo" como una posibilidad -¡No, señor, ésa no, qué sucio!- para hablar de una piel libre de artificios. ¿Se puede?

Hagamos un recuento de arriba hacia abajo. Quitemos los tintes al cabello, mandemos a volar rayos, luces y mechas para quedarnos con una tonalidad natural… que al paso del tiempo se ha vuelto ceniza y, con los pequeños cortes modernos, casi invisible. Un buen ejercicio sería tratar de recordar el color original de la melena.

Vamos a descartar los delineados permanentes: cejas, párpados, labios. Imaginemos la piel libre de esos pigmentos extraños y el rostro quedará como un lienzo…totalmente en blanco. Y la albura viene de la gran cantidad de maquillaje que, sabemos, se lleva entre las cremas la tonalidad de la dermis que nuestra madre nos regaló.

Si hablamos de agregados -por no decir postizos- guardemos en la caja del recuerdo las copas de gel, la faja -de las que se hacen churro después de un rato, dice una amiga-, los jeans con aplicaciones traseras y el tacón de 10 centímetros.

Asumimos que el resultado será esa frescura con que empezamos a platicar hoy. ¡Falacia total! El resultado es un rostro de papel impávido cuyas facciones se han perdido entre la cera depilatoria y la pintura hipoalergénica; los cabellos de listón se tornarán infame rizado informe "sin control del frizz", fósil de lo que fueron bucles infantiles en el pasado remoto.

El ir natural es una cualidad que pocas pueden presumir, sólo será si por arte de magia o milagro de la pobreza se abstuvieron de enjarres y perfumes; si dejaron que el sol les comiera las mejillas y el aire pudiera despeinarlas sin una barrera de gel y aerosol.

No, amigas, mejor no se arriesguen a mostrarse tal cual, digamos que la sofisticación es lo de hoy. Bueno, a reserva que deseen convertir a sus maridos en estatuas cuando las vean. La verdad, me parece nada conveniente.

dreyesvaldes@hotmail.com

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