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ORDENANDO EL CAOS

LA TINA PRESTADA

Dalia Reyes

Prestarle la tina a Lucha no implicaba más trabajo que vaciar los pañales recién "cocidos" en jabón blanco para hacer ese favor. Ella debió necesitarla para almacenar más leche, guardar los quesos o medir el agua - ¿por qué si vendía leche?-. Como sea, ninguna posibilidad fue asunto de investigación, porque el préstamo y el empréstito eran una obligación consabida y feliz entre las personas del pasado.

Jamás escuché a mamá una frase como "¡Ah, a lo mejor no la devuelve; qué tal si se la da a don Jaime y me la pierde en el rancho, o me la pisa una vaca¡" La responsabilidad del pedigüeño se daba por hecho, y él mismo llevaba a cuestas el castigo si faltase a ella, pues sería condenado al silencio, a no pedir jamás nada.

Fíjense cómo dije: a no pedir, no mencioné negarle el préstamo, porque no era necesario. Esto es a razón de la mucha pena cultivada en quien fallaba en la devolución, mecanismo controlador del pedichismo, pues era suficiente para que no se volviera a acercar con almas caritativas, pues la vergüenza hervía en su rostro e, incluso, dejaban de pasar los fallidos por las casas con cuyos dueños tenían deuda alguna.

Ahora las deudas ya no son de honor, sino de papel, y así tan frágiles y entretenidas, pues la desconfianza quita muchísimo tiempo: hacer la solicitud, confirmarla, llevar testigos, firmarla, reafirmarla, tramitarla, corroborarla y, a menudo, saberse rechazado. Digamos que Lucha, hoy en día, hubiese escrito la petición en triple copia certificada y esperar hasta que alguien fuese a investigar exactamente para qué deseaba esa tina (Podía lavar dinero, siendo un balde del 20).

A fin de cuentas, la desconfianza está en sus letras y los documentos certifican otros más, sin embargo, no hay ninguno que asegure la palabra, pues a fin de cuentas, alguien puede desdecirse, siempre y cuando lo haga por escrito.

Si hablamos de grandes contratos o modestas adquisiciones en mueblerías, siempre penderá sobre nosotros la probabilidad de pedir una manita para hacer cumplir lo que, con toda formalidad, está signado con fecha y todo.

En conclusión: desconfiar no deja nada bueno; confiar, en estos tiempos, menos.

dreyesvaldes@hotmail.com

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