Marina me enseñó a tomar café. No fue un curso sistemático, pero sí intenso y significativo.
Tomábamos la carretera para viajar 80 kilómetros rumbo a nuestras clases, distancia perfectamente medida de la siguiente forma: una discusión sobre la funcionalidad de la prohibición en la sociedad, el origen del ser, la filosofía en el baño y un vaso mediano de café.
El café se toma negro, sin azúcar y muy caliente. Se debe tener cuidado con los envases comerciales porque las tapas, con todo y su trompa, engañan al labio con una quemada imprevista que nos llevará a soplarle hasta el yogur después de eso.
Ella nunca criticó mis capuchinos vainilla, moca o banana, esas versiones para beber dirigidas a las mujeres quienes aún no han pasado por cosas difíciles. Fue paciente, debo reconocerlo, así que el olor dulzón invadiera el vehículo, ella se llenaba el cuerpo y la mente con el aroma a café con menor antigüedad de una hora.
Las mezclas no son buenas cuando se trata de tomar café: el azúcar lo amarga; la leche lo ennegrece; la crema lo opaca; el piloncillo lo maltrata; el chocolate lo pierde. Quienes no han encontrado el secreto de tomarlo cual debe ser, quizá deban servirlo y esperar unos segundos, hasta que el vapor encuentre la nariz por sí mismo y nos envíe el mensaje correcto.
Una de las lecciones más importantes durante este interesante taller impartido, sin honorarios, por mi amiga, fue sobre la parsimonia. Un café dulce deberá tomarse con premura, pues de otro modo, en cuanto entibie, habrá una melaza espesa e insoportable en la parte interior del recipiente. El otro, el verdadero, puede esperar.
El café negro es capaz de mantener su aroma y sabor más allá de la temperatura. Se puede suponer que es el contacto humano quien le otorga una personalidad análoga al consumidor; de este modo, la bebida y el hombre se convierten en un mismo ser.
Un día le dije: quiero uno igual al tuyo. No dijo nada tampoco en ese momento, me indicó la jarra correcta y llené mi vaso mediano. Caminé tras de ella. Subimos al auto: sentada tras el volante escuché su postura respecto de la percepción del mundo y la irrealidad; cuando llegó a la parte del individuo y la sociedad, le di el primer trago y descubrí el mundo: el de ella, el mío, el mundo.
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