Una buena mujer, persona con excelentes intenciones, dijo en la tele cómo resolver el sempiterno problema de la obesidad. Es muy buena su estrategia, se las paso al costo: yo bajé tres kilos esta semana gracias a la colitis nerviosa que me provocaron sus muy sacrosantos consejitos.
Para empezar, uno toma papel y lápiz y dibuja tres columnas que contendrán, a saber: ¿qué como durante el día? -incluya golosinas, dulces y pellizcadas-; ¿cuándo lo como? y ¿por qué lo como?
Debo decirlo: al principio parecía tarea fácil y me apliqué a anotar lo siguiente: café americano (250 ml); tres cucharadas de yogur natural; dos orillas del pan de caja, sobrantes del lonche escolar; una manzana… Apenas eran las 9:30 de la mañana, y sin contar lo nutritivo u ofensivo de mis ingestiones, la cantidad de productos me espantó sobre manera. Un estrés espantoso invadió mi ser y empecé a engullir cuanta cosa estuviese frente a mí.
Como supondrán, cuando llegué a la tercera columna estaba a punto del infarto, apenas sí alcancé a decir: porque a esa hora ando medio dormida; porque estaba enfrente del refri; porque no hay que desperdiciar comida -hay muchos niños hambrientos en el mundo-; porque es temporada… todo respectivamente.
Habló ella sobre la soledad causante de la pellizcadera diaria, así que hizo dos sugerencias providenciales: hable por teléfono con otra persona y cuéntele cómo se siente antes de ir al refri; o bien, saque a pasear al perro en tanto llega algún familiar.
Hice la llamada y conté a mi hermana cómo me sentía: ¡hambrienta! porque ésa era la realidad. Sobre mi soledad dijo que mirara a mi rededor con ánimo y atención, si no había nadie, entonces es que realmente estaba sola, que fuera al refri para sentirme mejor.
Cuando logré atrapar el perro, le puse la correa y salimos a caminar. Me arrastró por una cuadra, hasta que un hombre se apiadó de mí y dijo que él llevaría a la bestia. Cuando volvimos, él estaba con la lengua de fuera -el perro- y yo más hambrienta que nunca, así que los dos -el perro y yo- consumimos sendas croquetas, lo más a la mano -y sin abrir el refri-. Tienen un sabor entre avena, Cerelac y tierra de abono.
Al día siguiente hube de faltar a mis labores, pues un extraño malestar estomacal me atacó por 24 horas, con secuelas las próximas 48. Un medicamento me volvió el color apenas ayer, pero ahora no sé cómo quitarme la adicción a las croquetas del perro; una vecina dijo que las whiskas del gato son más nutritivas. Bueno, ahora tengo un nuevo dilema para resolver, espero que la mujer de la tele aparezca y me ayude con esto.
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