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ORDENANDO EL CAOS

CUIDADO, SEÑORAS ESTUDIANDO

Dalia Reyes

Desde que la Universidad Nacional Autónoma de México tuvo a bien abrir las puertas a las mujeres para ayudarnos en el cumplimiento de aspiraciones ejercidas sólo por los varones, nos echaron una manita y nosotras nos tomamos el pie, la cabeza y el corazón. Sí, lo adivinó muy señor mío, lo que viene enseguida es un sermón.

Quiero retomar la frase de una queridísima amiga quien, tras incontables esfuerzos y muchas noches malas, logró terminar su carrera a pesar de vivir en familia. Lo dije como es correcto, pues muchas damas saben que, a menudo, las cosas se logran más con la carga que con la ayuda de los más cercanos. "Cuando tuve que hacer los agradecimientos de mi tesis, puse a mi esposo, porque es un 'requisito', pero está en contra de mis estudios, me acusa de desatender la casa".

No voy a entrar en medidas exactas sobre cuánto tiempo debe dedicar una mujer a su superación personal, porque para eso debería tener la peso preciso del que requiere un hombre, y lo desconozco. Sólo sé que hace falta el suficiente para alcanzar un objetivo medido y con propósitos específicos.

A lo largo de mi vida como estudiante, he tenido compañeras que avanzan con pesadísimas consignas de novios orondos, quienes les advierten que ya casados nada de trabajar; de esposos sobre estimados, quienes aseveran "con lo que yo gano tenemos, ya no necesitas estudiar", como si el estudio femenino tuviera como único propósito ser el guardadito económico de la casa, y como si el matrimonio fuese una garantía vitalicia para la supervivencia de la mujer. No olvidemos que existen divorciadas, viudas, víctimas de la irresponsabilidad o de las leyes que amparan un montón de olvidos; muchas de ellas sin profesión alguna porque nunca pensaron verse en semejantes dificultades.

Alguna vez un hombre equivocado me cuestionó esta postura cuando aseguró que si las mujeres debieran trabajar fuera de casa, la naturaleza no nos hubiese dado la facultad de procrear y parir. Ahora yo le digo, que si fuese nuestro único cometido en la vida, no nos hubiera dado, esa misma naturaleza, un cerebro tan capaz de ver que su razonamiento es una estolidez.

Barceló publicó el sentir sobre las primeras mujeres universitarias: "Algunas veces los maestros no dejaban de demostrar su pena por tener que consentir en un absurdo, el de enseñar derecho a una mujer". No es la frase, sino el año: 1910. Cien años más tarde, escuchamos posturas similares no sólo en maridos, también en madres conservadoras, suegras impositivas, jefes extraviados, compañeras de trabajo recelosas, vecinas avispadas, hijos tiranos. En fin, agreguen ustedes los que me faltaron.

Termino esta perorata con un texto de Martha Córdova: "Las mujeres que se atrevieron a emprender estudios profesionales… fueron mal vistas y criticadas, incluso por algunas mujeres de la clase media, que consideraban que tratar de romper con la dependencia económica al padre, esposo o hermano y la vida del hogar era sinónimo de 'feminismo'. A pesar de ello; en 1887 se recibió la primera médica, en 1898 la primera abogada y en 1909 la primera dentista".

dreyesvaldes@hotmail.com

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