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ORDENANDO EL CAOS

MÁS VIVA QUE MUERTA

Dalia Reyes

Mucho he pensado en los beneficios que traería pasar de viva a muerta; no muerta de miedo, ni de hambre, ni de risa, sino de esa cosa cuando uno se va y regresa cada año por lo suyo.

Vi en la tele, por enésima ocasión, cómo la gente se desborda sobre las tumbas; las recargan de flores, adornos, comidas y halagos, a riesgo de que el suelo se remueva con tanto peso, porque la emoción tiene una masa inconmensurable.

La gente, cuando le preguntan, habla en chiquito de sus difuntos, los quiere, los apapacha y nada de imperfecciones encuentra en los desaparecidos. No hay rencores, ni en presente ni en pasado, y lo único que se avizora es un futuro de princesa en donde todos serán felices por siempre.

Lo único que me inquieta es si esta servidora será capaz de mantener las formas teniendo puestas en la panza de mi lápida tanta cazuela con mole, arroz y frijolitos; hasta hoy, los muertos que conozco se abstienen de abalanzarse sobre la comida, y eso me da idea que allá, en el limbo a donde una va, quizá haya servicio a domicilio o comida para llevar.

Cierto es, sobre todas las cosas, que cuando la gente muere la quieren más, la pulen, la aliñan, la acicalan y convierten en asunto perfecto, intachable, amable hasta la ignominia y merecedor de compañía, llantos, promesas y contentos.

No le hace que me fuera a ver una vez al año, con toda esa sintonía de música, sabor, olor, cariño y dolencia en el alma, cualquier difunto se alimentará suficiente como para que no le reclame la panza sino hasta el próximo 2 de noviembre.

A mí me gustan las flores, desde ahorita, pero no las tengo con la frecuencia querida ni, mucho menos, con fecha precisa. Sin embargo, cuando esté en mi mausoleo construido de sol en el rancho y viento fresco, sabré que habrá una fiesta para mi persona, con hartos crisantemos anaranjados -porque cempasúchil aquí no- y durante el año, algún ladrón de furtivo aprecio, podría colocar sobre mi lomo frío algún arreglo de papel, o esos eternos en tela y plástico que luego, cuando los vientos, ruedan sin dueño por el piso del camposanto.

Suele pasarme, cuando me siento poco recordada, este tipo de ideas peregrinas cuya conclusión siempre es la misma: a veces quisiera ser más muerta que viva.

dreyesvaldes@hotmail.com

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