Estimado Amigo en Face Book, después de darte un “me gusta” por el más reciente “álbum de fotos”, paso a hacer mis “comentarios” sobre tus muy interesantes “publicaciones” y a “compartir” con todos nuestros “amigos comunes” este sentimiento que me crece como si alguien me hubiera dado “un toque”. (Sigo hablando de Face Book, señor).
Sé que podrías considerarme fuera de lugar, anacrónica y hasta ceder a la tentación de pulsar un “ya no me gusta”, pero la honestidad, creo yo, es un valor vigente también en las redes sociales; además, si no te digo esto, seguramente otra persona lo escribirá en tu “muro”, entonces, mejor lo hago yo.
Cada vez que ingreso a mi FB y te veo ahí, con tu cara tan atenta, sonriente y hasta misteriosa, con tu respectivo puntito verde a la derecha, símbolo de tu presencia constante en mi vida, esa esencia ecológica, una actitud de siempre adelante, como semáforo sincronizado, siento que la vida me sonríe, parece como si todo, al final de cuentas, estará bien, suceda cuanto suceda. ¡Vamos, si un amigo está en verde en la “lista de contactos” qué más da si los mayas le atinaron a la fecha!
Bueno, amigo mío, a pesar de todo ello, siempre me queda un resquemor cuando platicamos y tienes el gran detalle de no “desactivar el chat para mi persona”. ¿Por qué? Te estarás preguntando; es sencillo, no puedo evitar ver cómo actualizas tu muro mientras chateas conmigo.
Sí, lo sé, todos hacen lo mismo, pero es como si estuviéramos charlando a media calle y de pronto decides ir con otro amigo a la máquina de galletas, y en el camino aprovechas para lanzar un piropo a un tercero –o tercera-. Todo esto sin contar que, es probable, estés al mismo tiempo contestando una llamada, respondiendo un caduco correo electrónico y guiñando el ojo a la nueva de Administración.
No, por supuesto, nada de ello es envidia por tus múltiples capacidades simultáneas, pero reclamo mi tiempo personal como lo merecía antes. Recordarás los minutitos robados a la oficina con el pretexto de sacar copias –cuando había copiadoras-, tomar un respiro –cuando las empresas no metían oxígeno en el “minisplit”- o de perdido ir a ver si puso la marrana; entonces uno entablaba conversaciones profundas de cinco minutos, pero personalizadas a más no poder. Todo cambia, bien lo dijo Lupita Pineda, pero el alma se arruga de cualquier modo.
Entiendo mucho la imposibilidad en lo que pido, pero no podía abstenerme de decírtelo antes de “cerrar mi sesión”, absteniéndome de “buscar amigos”, quienes puedan lastimarme el corazón con su desdén simultáneo de facebookeros.
Me despido de ti con la promesa de “seguir tu publicación” y la esperanza de que pronto “actualices tu perfil” como el que le hace caso a Dalia. Un fuerte abrazo.
dreyesvaldes@hotmail.com