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ORDENANDO EL CAOS

DESARMADOS

Dalia Reyes

Sucedió la coincidencia hace dos días. Es de esas veces cuando nos sorprende tanto que se piensa es obra de una fuente observadora, pendiente de atrapar al vuelo nuestros pensamientos; o bien, que esto pasó de ser contingente a necesario.

Leía en la mañana a Pacheco, luego lo leyeron en la tele y, para acabar el día, lo encontré en el muro de una apreciadísima lectora en Oaxaca de Juárez. Viene a colación, no es sólo palabra vacua para llenar un fin de semana, porque este pasado fue "el fin de semana", ni es cualquiera ni se olvida. Vale la pena sentarnos todos frente al televisor u observar hasta por debajo de las piedras cuanto se diga, haga y oculte, pero todo eso luego de leer el Armisticio de José Emilio Pacheco.

Hagamos juntos este ejercicio: leamos cada verso de este hombre zahorí y llevemos la memoria a nuestros sitios cercanos, los de ahora y los por venir.

Durante mucho tiempo combatimos sin vernos las caras. Ellos eran los otros, los enemigos. Los veíamos caer o volar en pedazos. Sus proyectiles nos daban muerte o nos mutilaban. Nuestras relaciones sólo tenían tres nombres: miedo, odio, desprecio.

Hoy se ha firmado la paz. Arrojamos las armas, avanzamos por lo que fue la tierra de nadie. Vemos las líneas de trincheras, los escombros, las fortificaciones, los despojos. Los otros salen a nuestro encuentro con la mano extendida para mostrar que no ocultan armas.

Alegría, asombro, reconocimiento. El enemigo no es un monstruo. Posee como nosotros una cara, un nombre, una historia que no existió antes ni se repetirá. Tiene padres, mujer, hijos, amigos, un pasado, un porvenir, un dolor, una vergüenza y cuando menos un recuerdo de dicha.

Trágico error la guerra. Somos hermanos. Con ser tan distintos nos parecemos tanto. Brindamos con aguardientes miserables. Intercambiamos raciones agusanadas. La fraternidad les da sabor de ambrosía. Nunca más, nunca más volveremos a entrematarnos.

De vuelta a casa, quienes nos esperaron y nos enviaban al frente regalos y cartas alentadoras se nos muestran hostiles. Sentimos que nos reprochan haber sobrevivido y nos preferirían muertos y heroicos.

Todo nos separa. Ya no tenemos de qué hablar. Donde hubo afecto hay resentimiento, rabia donde existió gratitud. Los mismos a quienes creímos conocer de toda la vida se han vuelto extraños. Qué desprecio en sus ojos y cuánto odio en sus caras. Los nuestros son los otros ahora. Cambia de nombre el enemigo. El campo de batalla se traslada. (José Emilio Pacheco)

dreyesvaldes@hotmail.com

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