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ORDENANDO EL CAOS

TAMBIÉN EN PARÍS HAY DESDICHADOS

Dalia Reyes

Mucho he discutido la relevancia del profesor en el buen estado social. Más allá de enseñar letras y números, en las aulas debiera aprenderse a vivir de mejor manera para sanar cuerpo y alma.

Marina Arjona lo escribió con puntualidad: "Urge -seriamente urge- atender pronta y eficazmente a las múltiples generaciones de niños y jóvenes que van a la escuela pero no consiguen de ella lo que tienen derecho de lograr: las armas para llegar a tener una vida mejor".

A colación traigo lo anterior tras la lectura de Canción de tumba, la premiada novela escrita por Julián Herbert. Lo he leído ya con inocencia de lector común pero luego tuve la terrible ocurrencia de enfrentarlo como profesora; me ha dejado un profundo dolor de culpa.

El autor juega dos papeles simultáneos: el de ser hijo histórico de su madre enferma y el de actuar por sí mismo. Contrasta la fluidez entre el primero y los trancos entre el segundo; es a aquel al que refiero.

En él detalla las circunstancias difíciles que más o menos libraron él y sus hermanos cuando fueron atosigados por la pobreza o el repudio, considerando que su mamá ejercía la prostitución; en sí, no era éste el conflicto, sino sus consecuencias familiares.

No haré un comentario del libro en este espacio, sólo quiero destacar la relevancia de que el autor bien podía correr tras el techo de su casa en las mañanas y luego iba a la escuela; andar de pedigüeño por las tardes, y luego iba a la escuela; habitar una casa hecha apenas de bloques apilados, y luego iba a la escuela.

Su historia de niño la premiaron hoy de grande, cuando las consecuencias de la incertidumbre y el rechazo social hicieron ya lo suyo en su persona; sin embargo, es seguro que no hubiese producido una novela de ese tamaño sin el antecedente de cierta desdicha que encontramos como lectores, porque el escritor jamás la perfila en su texto.

Como estrategia didáctica sería excelente: poner a escribir cabalmente a todos nuestros alumnos, niños y jóvenes, acerca de su realidad, de ésa que asumimos está conformada por dos padres y tres comidas al día aunque a menudo está lejos de ser verdad. ¿Cómo van a hacer eso los chicos si tardamos tanto en darles las herramientas para que puedan expresarse, bien a bien, en la forma oral o escrita. Por otro lado, Herbert, si la hubiese pergeñado cuando adolescente, tal vez ahora sufriría el dolor del plagio, pues donde quiera hay ladrones de tinta.

Cuando leo inocente, a menudo me siento abusadora por recrearme con saber las penurias ajenas, pero me consuelo pensando que gracias a esas letras ellos viven la catarsis que pudiera sanarlos un poco de ciertas cicatrices. Pero ya leído como profesora, pienso en la gran cantidad de estudiantes que, sentados frente a nosotros estarán pensado: ¿en dónde andará el techo de mi casa?

dreyesvaldes@hotmail.com

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