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Sergio Sarmiento

Casi dos terceras partes de la campaña electoral de este 2012 han transcurrido. La idea de que la reforma electoral de 2007 generaría un proceso más equitativo y más centrado en los temas fundamentales del país ha fracasado. Si algo ha logrado la nueva legislación es reducir la campaña a una tormenta de spots de 20 segundos en radio y televisión en los que no se puede distinguir un partido o un candidato de los demás.

Y en realidad es una lástima. Si en algún momento la nación necesitaba de una discusión a profundidad, que considerara realmente las opciones de políticas públicas que enfrentamos, era en esta campaña. México lleva demasiado tiempo sin avanzar, sin crecer y sin generar empleos. Ya la población no puede aguantar un sexenio más mientras los políticos se ponen de acuerdo acerca de cuándo van a realizar las reformas de fondo que el país exige desde hace décadas.

Lo peor de todo es que casi todos los políticos mexicanos saben bien cuáles son las transformaciones que se requieren. Como lo ha dicho en varias ocasiones Ángel Gurría, el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), cuando él era secretario de Hacienda en el gobierno priista de Ernesto Zedillo, el PAN vetó las reformas fiscal y energética; pero en cambio fue el PRI el que impidió estas mismas modificaciones durante los gobiernos panistas de Vicente Fox y de Felipe Calderón.

Lo ideal sería que quienquiera que llegara a la presidencia de la república, el próximo 1 de diciembre, contara con la fuerza suficiente para impulsar estas innovaciones tantas veces postergadas. Poco importa en realidad cuál es el partido que llegue al poder. En otros países del mundo las reformas de fondo que han permitido un desarrollo prolongado, han provenido de grupos de todo signo político y muchas veces gracias al apoyo de organizaciones de tendencias políticas muy distintas que se encontraban en la oposición.

En México nuestros partidos todavía no han aprendido a colaborar. Ven a los militantes de otros bandos no como rivales sino como enemigos que deben ser exterminados de ser posible. Nuestra clase política no ha encontrado la madurez que le permitiría construir acuerdos para tener un país más próspero.

Quizá una de las razones es que hemos construido un sistema político perverso. La reelección de legisladores, alcaldes, gobernadores y a veces hasta presidentes y primeros ministros en la mayoría de los países del mundo, vuelve pragmáticos a los políticos y a los votantes. Al final los electores votan no por una bandera partidaria sino por un administrador público que puede hacer que los engranes del gobierno funcionen. En México los políticos, quienes dependen para sus cargos de la bendición de los líderes de los partidos, tienen un incentivo para ser destructivos ante los esfuerzos de cualquier miembro de otro grupo.

Esta elección es una especie de última oportunidad, sin embargo. Si hoy no podemos empezar a construir una economía más próspera, con las reformas que se requieren para ello, el país entero podría estallar antes de tener otra ocasión.

Twitter: @sergiosarmient4

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