Lo que el jueves pasado parecía ofrecernos la Armada de México no era la captura, tan esperada, de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, -lo que habría sido el golpe más espectacular de una administración que convirtió la lucha contra el crimen organizado en su leitmotiv-, pero era algo próximo: la detención de uno de sus hijos, Jesús Alfredo Guzmán Salazar, corresponsable, según la DEA, del trasiego de cocaína y heroína a Estados Unidos.
La aprehensión sin disparar un solo tiro y luego de un "intenso trabajo de inteligencia naval iniciado meses atrás, así como del intercambio de información con agencias estadounidenses", según presumió el vocero de la Secretaría de Marina, era también un plus en el intento de lograr el repunte de la hija desobediente. Pero la ineptitud, la ingenuidad al aceptar acríticamente un informe de la DEA y el imperativo de darle algo al Presidente de la República, llevó a la Armada de México a esta lamentable precipitación.
Es cierto, todos podemos equivocarnos, pero cuando una institución clave del Estado mexicano, como es la Armada, se equivoca y vuelve a equivocarse, algo anda mal.
Este fracaso (presentarlo, indebidamente, ante los medios sin antes haber cumplido un protocolo que les habría permitido confirmar o negar si en realidad era hijo del Chapo) viene a sumarse a otros igualmente significativos que interpelan, sin excepción, a todas las instancias del gabinete de seguridad nacional: la perversión de sembrarle armas a los jóvenes estudiantes del Tec de Monterrey que murieron en el fuego cruzado; la ubicación de una casa en la colonia Roma en la que se guardarían explosivos; la detención y posterior liberación de Jorge Hank Rhon en Tijuana; el michoacanazo que llevó a la aprehensión de la presunta red de protección política a La Familia Michoacana -hoy todos gozan de libertad-; la detención de generales que aún permanecen arraigados y que exhibe a la instancia responsable de procurar justicia como una fábrica de culpables…
Además de persistir sistemáticamente en la violación de los derechos de un presunto inculpado -exhibirlo en los medios de comunicación y, encima del equívoco respecto de su identidad, arraigarlo para ver si le encuentran algo-, el fiasco del presunto hijo del Chapo no puede desvincularse de otro dato: lo que se ha descubierto de la operación Rápido y Furioso que exhibe los límites de la cooperación bilateral, una asistencia contaminada por la suspicacia de ambos lados, pero en el que uno, el gobierno de Estados Unidos, tiene la sartén por el mango, mientras nosotros sólo le hacemos el trabajo sucio a nuestros "socios".
A lo largo de esta administración se ha presumido hasta el cansancio la captura o la eliminación de algunos de los "criminales más peligrosos del país", el decomiso de toneladas de drogas y armas, el desmantelamiento de laboratorios y el aseguramiento de fortunas del crimen organizado. Sin embargo, los índices criminales -sobre todo en los llamados delitos de "alto impacto", como el secuestro y los homicidios- son más altos que hace seis años y la violencia delincuencial persiste.
Otro golpe a las instituciones lo dieron los hechos de este lunes en el área de comida rápida del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El asesinato de tres oficiales de la Policía Federal que al parecer iban a cumplimentar el arresto de dos de sus compañeros coludidos con una red criminal, daña a la institución policial emblemática del gobierno de Calderón. Si en realidad se trataba de aprehender a malos elementos, ¿quién decidió desplegar esta operación en un lugar público tan concurrido, poniendo en riesgo la integridad de civiles inocentes?; ¿por qué no se estableció un cordón de seguridad que impidiera la fuga de los asesinos?; ¿quiénes son esos oficiales "plenamente identificados" y por qué no están sus fotografías en todos los medios para reducir las posibilidades de que escapen? Por otro lado, ¿qué confiabilidad tienen los exámenes de confianza si no pueden detectar desvíos tan graves entre sus elementos?
Una estrategia que empezó mal, termina peor casi seis años después.
Posdata. Se acabó el ruido. No sufriremos más el bombardeo inclemente de spots, muchos de ellos insulsos, huecos e, incluso, tramposos. Llegó la hora de los ciudadanos.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario