La jerarquía de la Iglesia Católica ha decidido destituir al padre Alejandro Solalinde de su responsabilidad como cabeza del albergue Hermanos en el Camino de Ixtepec, Oaxaca, en el que se brinda apoyo a inmigrantes. La decisión del obispo de Tehuantepec, Óscar Armando Campos Contreras, es paradójica. En un momento en que la Iglesia Católica sufre por el daño causado por sacerdotes abusivos, Solalinde se ha convertido en un ejemplo de vocación y ayuda a un grupo desprotegido de la sociedad.
El obispo Campos ha señalado que, como parte de una restructuración de las comisiones de la Pastoral de la Movilidad Humana, el padre Solalinde será retirado de la administración del albergue en noviembre y quedará adscrito a una parroquia. La formal es el supuesto protagonismo que Solalinde ha tenido en la función que ha desempeñado en el albergue.
El padre Solalinde ha señalado que aceptará la determinación del obispo y entregará la administración de Hermanos en el Camino, pero añade que la jerarquía no puede impedir que cumpla con su llamado a ayudar a los migrantes. De ser necesario, dice, se irá a vivir a una carpa para continuar con su trabajo.
Es difícil entender la posición de la Iglesia. Las consideraciones políticas parecen haber pesado más que la caridad cristiana. El padre Solalinde ha culpado directamente al exgobernador priista Ulises Ruiz del acoso en el que han vivido los migrantes, el sacerdote y los activistas que prestan sus servicios en el albergue. ¿Es esto protagonismo? No lo sé. El padre Solalinde ha estado dispuesto también a tomar llamadas de los medios de comunicación. Esto puede ser un acto de protagonismo. Pero la verdad es que la atención de los medios ha servido para proteger a inmigrantes que de otra manera serían más fácilmente víctimas de ataques. El supuesto protagonismo ha permitido también dar relevancia a una labor social que debería ser motivo de orgullo para la Iglesia Católica.
Una comunidad necesita héroes para inspirar el comportamiento de los demás. Para muchos jóvenes involucrados en la labor social y educativa de los Legionarios de Cristo, el padre Marcial Maciel fue durante mucho tiempo ese ejemplo. Nadie le objetaba su protagonismo. El tiempo demostró, sin embargo, que había abusado de la confianza de los jóvenes, de los miembros de su congregación y de sus superiores jerárquicos.
Solalinde, en cambio, es un héroe de verdad: un hombre que ha dedicado su vida a ayudar a quienes nada tienen y son impulsados solamente por el sueño de encontrar un empleo digno. El padre ha sido fiel a su vocación a pesar de las presiones e incluso de las agresiones que ha sufrido.
La Iglesia Católica no sólo está cometiendo un error muy grave al destituirlo de una responsabilidad convertida en vocación personal sino que al hacerlo se hace daño a sí misma. Hubo un tiempo en que la jerarquía habría entendido que un trabajo como el que ha hecho Solalinde ayudaría a mejorar la imagen de la Iglesia en un tiempo en que ésta ha sufrido un deterioro por los pecados de unos cuantos sacerdotes y de los prelados poderosos que los han defendido.
Lo más probable es que si Jesús hubiera vivido en nuestro tiempo habría estado más preocupado por llevar socorro a los inmigrantes centroamericanos que en proteger a los políticos poderosos que correcta o incorrectamente Solalinde considera responsables de los ataques y el abandono que sufren los migrantes. Y los obispos no deberían olvidar nunca el ejemplo de Jesús.
CÁRCEL POR UN BESO
El maestro Manuel Berumen fue detenido en León, Guanajuato, por darle un beso a su esposa en un lugar público donde se encontraba también su hijo de tres años. Tras negarse a pagar una multa, permaneció 12 horas en la cárcel. En un país en el que los homicidios son una pesadilla cotidiana, parece absurdo que se encarcele a un hombre por besar a su esposa.
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