Hoy quiero invitarlos a dialogar sobre un tema poco agradable: los padres de hoy y los adolescentes.
De antemano sé que no será fácil escribirlo y, además, pudiera causar molestia entre algunos de los lectores.
Es tema de preocupación de todos: de los padres de familia, que sufren del problema de la adolescencia rebelde de los hijos; de los propios jóvenes, quienes pierden la única oportunidad en la vida de ser felices en su primera juventud; los maestros, viviendo diariamente las consecuencias de las rebeldías en el salón de clase y fuera de él y que, muchas veces, renuncian al esfuerzo de educar, eludiendo ir más allá de enseñar, buscando únicamente las ganancias materiales; y, por último, de las autoridades, quienes deben esforzarse para mantener el orden público.
En este problema, en que todos estamos involucrados, aparecen en primerísimo lugar los jóvenes; algunos presentan, como nunca, síntomas y signos de enfermedades sociales preocupantes, entre ellos: ensimismamiento e incomunicación, apatía, tristeza, ansiedad, sensaciones de abandono y desinterés por participar en la vida familiar o social y hasta depresión. En los casos extremos: intentos o logro de quitarse la vida.
La rebeldía la podemos observar en el desinterés por el estudio, la agresividad que genera el "bullying" en escuelas y lugares públicos, la respuesta grosera o retadora a las autoridades y la desobediencia frecuente, que llega a catalogarse como extrema, ante padres y madres de familia desconcertados.
Desde luego que vivimos un período de cambio en el mundo; la apertura a los medios de información y la comunicación, gracias a la era de la computación, hace que los adolescentes de hoy encuentren, seductoramente, atractivo recibir datos, entretenimiento y otros mensajes por la Internet, no siempre los más adecuados y muchas veces nefastos.
Comunicarse tiene mecanismos muy diferentes a los del pasado: chatear por teléfono, intercambiar información, recibir invitaciones y hasta agresiones, es cosa común y corriente; de hecho, se ha transformado en el principal distractor en el salón de clases.
La rejerarquización de valores es otra justificación que damos a la rebeldía y hasta el distanciamiento de adultos y jóvenes.
Podemos encontrar algunas otras causas del cambio de relación entre familiares mayores y menores, de alumnos y profesores, pero no podemos dejar pasar una de las fundamentales, que duele y causa incomodidad: la comunicación que los mayores hemos permitido se establezca entre nosotros, -adultos, y jóvenes adolescentes-.
La psicóloga chilena, Pilar Sordo, que ha dedicado buena parte de su tiempo de ejercicio profesional a dar conferencias sobre el tema, lo dice de manera contundente y dolorosa: "tenemos los adolescentes que nos merecemos porque nosotros los formamos". ¿Qué le parece?
Pensemos en esos padres con sentimientos de culpa, por no dedicarles tiempo de calidad a los hijos y las soluciones que encuentran para acallar conciencias: autorizarles, comprarles, permitirles.
En los profesores, que dejan de aplicar la disciplina en el salón de clase y tampoco ayudan a los prefectos en pasillos y áreas de diversión o descanso, porque "a ellos les toca enseñar matemáticas …o biología".
Recordemos frases de abuelos, como aquélla de "a mí, me toca disfrutar a mis nietos porque ya eduqué a mis hijos", quienes se transforman en abogados defensores de los hijos ante los padres que tratan de educar.
La realidad es que los adultos del presente no sabemos ni queremos poner límites y educar, encontrando justificaciones para ello: "tengo trabajo y no puedo estar en casa todo el día", o "que se encargue su mamá" y otras muchas, que ustedes pueden agregar.
El pediatra americano Dr. Benjamin Spock, que durante su juventud profesional habló de "evitar traumar al hijo con castigos severos", a los 90 años de edad cambió radicalmente su discurso educativo y dijo: "El problema más corriente en el momento actual es este: los padres tienen miedo a mostrarse firmes con sus hijos. Les falta confianza", (…) "confiad en vosotros mismos: sabéis más de lo que creéis. Los hijos no quieren padres blandos. Necesitan claridad y alguien que les dirija".
Debemos aprender a ser padres y amar con amor maduro, que orienta y educa sin pedir nada a cambio, que no cede a los chantajes y que enseña a hacer el bien, aún cuando causemos enojos momentáneos.
Las autoridades: deben trabajar eficiente y eficazmente; y nosotros exigirles resultados.
Los "viejos" recibimos castigos y premios de nuestros padres, quienes no contaban con tantos "fundamentos psicológicos" y reaccionaban según nuestro actuar.
Pocos de aquellos jóvenes quedamos "marcados" o "traumados" por aquellos actos educación y, en cambio, la mayoría aprendimos las reglas de bueno y malo, sobre convivencia social y el respeto a los valores.
Además, amamos a nuestros padres por sus enseñanzas, generalmente recordándolos con amor y nostalgia, a pesar de haber fallecido años atrás. ¿Qué piensa?
Ydarwich@ual.mx