Si perseguimos la felicidad, será como tratar de alcanzar nuestra propia sombra
Séneca en su libro, “Acerca de la vida feliz”, empieza con éste párrafo: “Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar qué es lo que produce una vida feliz caminan sin rumbo claro. Pues no es fácil conseguir la vida feliz, ya que uno se distancia tanto más de ella cuanto más empeñadamente avanza, si es que se da el caso de haber equivocado el camino; y la misma velocidad resulta causa de su mayor alejamiento”.
Séneca, quien vive en la Era de Cristo, entendió como muy pocos pensadores de la humanidad, ésta verdadera y triste paradoja: en cuanto más luchamos por ser felices, en esa medida, o aun mayor, la felicidad se aleja de nosotros. Nuestro mundo moderno o posmoderno no quiere creer en ésta realidad, pues los motores de la actual sociedad anuncian y prometen, precisamente, lo contrario: que la felicidad será nuestra, siempre y cuando vivamos de acuerdo a sus normas: hacer del progreso un dios, vivir los mitos de la moda y del hiperconsumo, y acceder a una vida “personal”, cada vez más perfecta.
Las altas sociedades desarrolladas como Japón, Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, etc, nos demuestran lo contrario. De acuerdo a estudios por prestigiadas universidades internacionales, ninguno de estos países ricos, ocupan ni si quiera medianos niveles de felicidad en sus poblaciones nacionales. En cambio, Puerto Rico, y Colombia están en los tres primeros lugares de felicidad.
Perseguir la felicidad como objetivo, es tan insensato como pretender alcanzar nuestra propia sombra. Y si logramos correr a nuestra máxima velocidad, nuestra sombra correrá a la misma velocidad, y nunca podremos alcanzarla.
La felicidad de cada uno de nosotros es elusiva, esporádica, y fugaz. Nos llega no cuando queremos, sino en momentos totalmente inesperados. Es más: podemos padecer de graves enfermedades y vivir económicamente muy apretados, y aun así, la felicidad nos visitará cuando ella quiera. Y al contrario también es cierto: una persona podrá gozar de una salud física perfecta, disponer de enormes cantidades de dinero, gozar de muy buena fama, y aun así, podrá vivir en un vacío existencial de tal magnitud, que decida privarse de su vida.
La felicidad de cada uno de nosotros, es la derivación de una tarea cumplida, de un compromiso con nuestra vocación, del cariño mostrado a nuestros seres queridos, de actos en los que realmente seamos generosos, o simplemente, de factores inexplicables.
Estaremos en la posibilidad de que la felicidad nos empiece a visitar, cuando nos hayamos propuesto no perseguirla ni necesitar de ella. Los momentos de felicidad son más delicados que los pétalos de una rosa aprisionados entre nuestros dedos. Si queremos prolongar esos momentos de felicidad, huirá a toda prisa, así como querer mantener entre nuestros dedos a esos pétalos fragantes, lo único que causaremos es que pierdan toda su tersura y belleza.
La felicidad es más frágil que el más delicado de los cristales: debemos recibirla, disfrutarla con mesura y decirle adiós cuando parta, sin exigirle que regrese pronto.
Resulta absolutamente imposible gozar de una dicha perpetua. Ésta falsa esperanza solo puede anidar en el corazón de los ambiciosos, de los codiciosos inconformes, de quienes piensan que una cirugía estética o conquistas económicas los llevaran al reino de una felicidad perpetua, que por esencia, es imposible.
Los momentos de paz, de dicha, de alegría, son perlas caídas del cielo. Una persona realista, recogerá esas perlas, las mirara con agradecimiento, abrirá sus manos, y dejará que vuelen y se vayan libremente. Un iluso codicioso, recogerá las perlas, las apretará con sus manos, las pulverizará, y sufrirá decepción y desencanto al ver solo polvo.
“La felicidad es cierta actividad del alma conforme a la virtud”, como lo escribió Aristóteles.
Rrecordemos que el gran pensador alemán, Goethe, nos invitaba a introducir la alegría aun en la morada del dolor. Y es que la felicidad aun siendo un sentimiento sublime de dicha, dada su fugacidad, ciertos tipos de sufrimientos acudirán a nosotros en medio de ella. Esto nos debe llevar a pensar que a fin de poder gozar por entero los momentos de dicha, es indispensable que observemos una completa dignidad en los sentimientos de dolor.
Solamente una actitud realista nos puede permitir estar muy atentos a los momentos de felicidad a fin de disfrutarla plenamente, aun dada su fugacidad. ¿O a caso, no estamos aquí en la tierra para otorgarles a los sentimientos fugaces de dicha, un valor de eternidad?
Rechacemos con todas nuestras fuerzas la espera dichosa en el futuro; rechacemos los mitos de la moda, del progreso externo y de la perfección personal, como rumbo a la dicha.
La felicidad cuando nos llegue, disfrutémosla sin la codicia de prolongarla. El alma delicada y digna no exige extravagancias ni desmesuras, sino que se contenta con los pequeños regalos de la vida.
jacintofayaviesca@hotmail.com
twitter: @palabrasdpoder