UNA VEZ QUE LAS PERSONAS ESTÁN PASANDO POR LAS DESGRACIAS, EMPEZARÁN A SACAR FUERZAS DE SU FLAQUEZA
¡En toda situación desgraciada estoy presente: soy la Adversidad y quiero que conozcan mi naturaleza. Puedo hacer sufrir hasta lo indecible, y también, puedo fortalecer el corazón como nadie podría hacerlo!
Estoy emparentada con la desdicha, el infortunio, los sucesos adversos, y con la mala fortuna.
Hay quien dice, como Séneca, que soy ocasión para la virtud. El Primer Ministro de Inglaterra, Disiraelí, afirmaba que “Nunca se es tan grande como en la adversidad”.
Y para el inmenso poeta Horacio, “La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubieran permanecido dormidos”.
Mi naturaleza no es buena ni mala; no pretendo dañar a nadie ni tampoco beneficiarlo. Yo no provoco los bienes ni los males: son las circunstancias azarosas sobre las que no tenemos poder alguno, las que nos montan en las hombros de la buena suerte, y las que provocan la indiferencia de la mala suerte.
Aunque debo advertir, que el descuido, la imprevisión, la desidia, la negligencia, siempre me están exigiendo que dañe a las personas que se comportan de esa manera.
No es que la pereza y la negligencia odien a los hombres, sino que detestan sus conductas viciosas como el descuido, la tardanza y la desidia.
No soy enemiga de los hombres – exclama la Adversidad – como tampoco lo son algunas estrellas o constelaciones. Cuando no actúa la injusta y ciega circunstancia infortunada, los astros y yo somos inocentes.
¡La culpa la tiene la imprudencia de las personas, su prisa que nada sabe hacer bien, y el descuido en el pensar y en el hacer! Decía el filósofo alemán, Nietzsche que “No hay peor adversidad para un hombre, que el que nunca haya tenido ninguna”.
Mi naturaleza – dice la Adversidad – es poco comprensible para los humanos: si examinan bien las cosas, se darán cuenta, que para la gran mayoría de las personas, les resulta más fácil soportarme, que soportar a la anhelada “felicidad”.
Y esto se debe, a que la naturaleza de los hombres es más afín a la mía, y en cambio, no lo es a la naturaleza de la felicidad. La felicidad, como es esporádica y fugaz, desconcierta a los humanos. Exigen mayores dosis de ese “elíxir” casi divino, y como no lo encuentran, se ponen contra la Tierra y las estrellas.
El gran poeta latino, Lucrecio, de la Roma Antigua, nos pedía que aprovecháramos las adversidades de otros para observarlos, y así nos daríamos cuenta, que estas situaciones de desgracia, hacen que se nos caigan las máscaras de la cara y nos mostremos tal y como somos.
Y lo mismo debe aplicarse a nosotros: cuando pasamos por una seria adversidad, nuestra máscara se cae, y así, podremos observar realmente cómo somos.
No quiero el mal de nadie – habla la Adversidad -, pero cuando las cosas se nos vienen mal, nada más provechoso que reflexionar en el sabio pensamiento del escritor francés, Lacordaire: “La adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir”.
Napoleón Bonaparte era enemigo de lamentarse por los males de los infortunios que le sucedieron en su larga carrera como militar y Emperador.
Bonaparte, ante los males, trataba de remediarlos en la medida de lo posible. Expresaba que los lamentos hacían necios a los hombres, y la acción los hacía sabios.
Podrán maldecirme cuanto quieran – exclama la Adversidad -, pero una vez que las personas están pasando por las desgracias, empezarán a sacar fuerzas de su flaqueza; su imaginación generará nuevas y útiles ideas. La verdad, es que pocas situaciones en el mundo son tan útiles como yo, afirmó la Adversidad. Las desgracias pueden destruirnos, pero si estamos dispuestos a aprender, todo infortunio nos hace más sabios, atentos con los demás, y más compasivos ante todo tipo de desgracias ajenas.
Soy la Adversidad, y quiero que sepan, que no existe en todo el mundo ninguna Universidad que pueda darles la sabiduría para vivir y para mejorar sus vidas, como yo se las doy, siempre y cuando, estén dispuestos a aprovechar la inmensidad de beneficios que ofrezco.
Un noble corazón sabe sufrir los embates de la ciega fortuna y de nuestras conductas erróneas que han causado nuestros infortunios.
¿Pero no habrá más nobleza en aquel corazón que se enfrenta con valentía a la desgracia? ¡Les voy a decir algo que tengo absolutamente comprobado – exclamó la Adversidad! ¡No sé qué le sucede a las desgracias ante el comportamiento de un corazón valiente!
A las mujeres las subyuga la osadía, atrevimiento y valentía de los hombres. Lo mismo le pasa a las adversidades: temen y admiran al valiente y atrevido; retroceden ante la bravura y el coraje. ¡Llegan hasta temer a todo corazón osado! ¡En cambio – siguió hablando la Adversidad -, el infortunio y la desgracia se ensañan con el cobarde, se alimentan del azoro y pavor del desgraciado!
Nuestra sociedad moderna, ha arrancado de nuestra alma la valentía y la capacidad de soportar las durezas de la vida. Ha hecho de nuestros corazones, bombones y algodones de azúcar.
¡Fortalezcamos nuestro carácter! ¡Admitamos que como seres humanos jamás podremos eludir las adversidades! ¡Enfrentemos la vida con honor y valentía!
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