NOS RESULTA MÁS FÁCIL ARREGLÁRNOSLA CON NUESTRA MALA CONCIENCIA QUE CON NUESTRA MALA REPUTACIÓN
¡Me hablas de Nietzsche como si se tratara de uno de los más grandes pensadores de la historia!, le comentó el Aprendiz a su amigo el Sabio.
Es cierto, que hace unos días estuvimos platicando largas horas sobre éste pensador al que considero uno de los más grandes de la historia, le contesto el Sabio. Y es que en realidad se trata de uno de los críticos más severos y acertados de la sociedad, y porque fue un psicólogo más profundo que el propio Freud. Aun y cuando Nietzsche murió en año de 1900, sus reflexiones serán absolutamente válidas para todo el siglo XXI, y por muchos siglos por venir.
En una de sus obras más celebres, titulada la Gaya Ciencia, Nietzsche escribió la siguiente reflexión: “LO QUE OTROS SABEN DE NOSOTROS.Lo que nosotros sabemos de nosotros mismos y conservamos en la memoria no es tan decisivo como se cree para la felicidad de nuestra vida. Un día nos cae encima lo que “otros” saben (o creen saber) de nosotros – y entonces nos damos cuenta de que eso tiene más poder. Nos resulta más fácil arreglárnosla con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación.”
Primero que todo – le dijo el Sabio a su amigo-, debemos considerar muy seriamente la idea muy difundida desde hace siglos, en el sentido de que el juez más implacable que tenemos es nuestra conciencia. La realidad nos demuestra cada día, que ésta idea del juez severo en nuestra conciencia es una de tantas ideas aceptadas como verdaderas, pero que no es aplicable a todas las personas que actúan con dolo y maldad.
Nietzsche descubrió el error en que estábamos, de que nuestra conciencia es el juez más implacable que tenemos. Esto es cierto en personas de una buena moral, que en ocasiones cometen actos reprobables y que su conciencia les causa agudos sentimientos de culpa. ¡Me parece muy interesante la observación de Nietzsche en lo que acabas de mencionar!, le comentó el Aprendiz. Y qué cierto es también, que para nuestra felicidad cuenta más lo que “otros” saben o creen saber sobre nosotros, que lo que nosotros mismos conservamos en nuestra memoria como acciones buenas de nuestra parte. ¡Me parece que tiene mucha lógica esta ultima consideración de Nietzsche!, agregó el Aprendiz. ¡Qué aplastante verdad el hecho de que tiene más poder lo que “otros” piensan de nosotros!
Nietzsche – le dijo el Sabio a su amigo-, descubrió una de las grandes debilidades del ser humano: desde hace más de dos mil años, comúnmente se pensaba que cuando una persona cometía actos contra la moral, su conciencia lo acusaba constantemente. Nietzsche nos sacó de ésta fantasía y la moderna psicología le ha dado la razón: un porcentaje de personas pueden cometer las peores atrocidades, y vivir muy tranquilos con su conciencia. Incluso, en faltas medianas y leves, personas con una sólida moral, se las arreglan muy bien con su conciencia para seguir viviendo en paz. ¡Muy bien, le contestó el Aprendiz a su amigo! En cambio, lo que piensen “otros” que realmente tienen un peso en nuestras vidas, o en la sociedad, puede ser decisivo para nuestra felicidad, o para la falta de ella. Y esto puede ser muy injusto, pues la buena fama de una persona puede ser destruida de manera arbitraria por “otros”, destruyendo nuestra felicidad y reputación.
O bien, lo que muchas veces pasa, le dijo el Aprendiz: que a ciertas personas los encumbran sin ningún merito. Y aquí, Nietzsche vuelve a tener razón: el poder de “otros” es por lo general más poderoso para la felicidad de una persona, que lo que esa persona piense de sí misma. No obstante eso, sigue siendo cierto lo que Goethe opinó: “Dos cosas son esenciales para nuestra felicidad: una buena fama y una justa distinción de las cosas. Quien busca más allá, va en derechura a su ruina”. Y es que la persona que goza de una buena “reputación”, es aceptada por todos. Como bien lo dijo Gracián: “La buena fama es el mejor aroma que a todos gusta”. Nada hay más difícil en la vida que hacerse de un buen nombre. El buen nombre es superior a cualquier riqueza. “Si puedo preservar mi buen nombre, seré suficientemente rico”, escribió el romano Plauto. Si en realidad llevamos una vida honesta, es mucho más probable que los “otros”, reconozcan nuestra honestidad. Y éste reconocimiento de los otros, a que se refiere Nietzsche, ejerce un poderoso efecto positivo para nuestra vida. El Rey Salomón, hijo del Rey David, sentenció: “El bueno nombre vale más que las grandes riquezas”. Por fortuna o por desgracia – dijo el Aprendiz al Sabio -, la opinión de los demás sobre nuestra persona ejerce un impacto poderoso en nuestra felicidad. El refrán de fama mundial, “Voz del pueblo, voz de Dios”, apoya la opinión de Nietzsche. ¡Pero lo que es absolutamente cierto – concluyó el Sabio -, es que nuestra buena conducta conquista con altas probabilidades, a la buena Fortuna!
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