‘ME DOY CUENTA DE LA GRAN CAPACIDAD DE LA GENTE PARA DAÑAR A OTROS’
-Ya lo he contado otras veces: soy de una pequeña tribu que la formaban unas cincuenta personas, en un lugar muy adentro de una selva. Excepto yo, los demás murieron debido a una enfermedad que no sé cuál fue. A los quince años unas personas me llevaron de mi aldea a una ciudad muy poblada donde hablaban un idioma que no entendía. He recorrido muchas ciudades del mundo gracias a que conseguí trabajo en un barco que transportaba mercancías a muchos países.
La gente me llama el "Asombrado", por lo mucho que pregunto y por tantas sorpresas que me causa el mundo y la gente. Actualmente tengo veinte años y hablo más de tres lenguas con mucha facilidad.
Lo primero que me sorprendió fue la gran diferencia entre las personas, a pesar de su gran similitud física entre ellas. No puedo creer cómo tantas personas defienden sus opiniones, como si estuvieran casados con ellas. Lo que piensan, lo mezclan con sus humores, que varía mucho entre las personas. Algunas, su humor es como el viento: cambian constantemente.
Me asombra, que muchos se sientan como si fueran reyes del terreno en que viven, siendo más bien, esclavos de su lujuria, pereza, codicia y desvergüenza.
Hay otras, que son largos de cuerpo, y a todo dan largas, aprovechándose de los incautos. Me he encontrado a muchos cortos de estatura, pero afrentosos y violentos. Como su estatura no les agrada, desagradan permanentemente a otros. Me sorprende la poca inteligencia de algunos, y que a pesar de ello, se sienten gigantes del pensamiento, no siendo capaces ni de entenderse a sí mismos; más bien, son gigantes de su ignorancia.
Después de haber viajado por muchos países, me di cuenta que nadie está contento con su suerte. Todos se quejan de algo y todos aspiran a más, sin saber qué es ese más. Se quejan de que la Naturaleza no los dotó con el valor del león, la belleza del caballo, los colmillos del jabalí, la astucia de la rastrera víbora, la vista de una mosca, la fuerza del toro.
Siendo ciertas sus quejas, no sé por qué razón consideran a la Naturaleza como a su amargada y odiosa madrastra, ¿qué los chismes, infundios y mentiras que esparcen, no las convierten en más dañinas víboras que las más venenosas serpientes?
- No tenemos colmillos ni la fuerza de tanto animal, como tampoco gozamos de la crueldad del lobo - afirman. Y yo me pregunto - dijo el Asombrado: si carecen de todas las armas físicas, ¿por qué razón sus lenguas son más afiladas que las espadas de Damasco, y con el veneno de sus palabras destruyen honras, causan odios y hasta derrumban reinos?
No necesitan chupar la sangre como los murciélagos, pero sí chupan los hijos ingratos las riquezas de sus padres, y otros, chupan la confianza de muchos para defraudarlos. No tienen - habla el Asombrado, la fuerza de los toros ni de las ballenas, como tampoco gozan de la sagacidad de las zorras ni la fiereza de los tigres, pero entonces, me pregunto: ¿si las personas son tan carentes de instrumentos poderosos, cuál es la razón que día a día se maten por miles debido a guerras entre ellos, y que sean capaces de destruir naciones enteras, dejando sólo la desolación, miseria y muerte?
Sé, que el olfato de un humano es de doscientos a mil veces menos potente que el de un perro. Y aun así, hay muchos humanos que meten sus narices en todo tipo de asuntos, destruyendo amistades, y opinando como dioses en base a lo que olieron en asuntos importantes que nada tienen que ver con ellos.
El oído de un perro, de un venado, supera al de los humanos. Y quizá, por este complejo, andan escuchando lo que no deben, prestan sus oídos a todos, interpretan a su modo lo que escucharon, sólo escuchan lo que les conviene, y nunca se tapan un oído - como Alejandro El Magno - para dejarlo libre para la otra parte. Y cuando les conviene, son los más sordos.
- No puedo creer - habló el Asombrado - que se dé tanta locura entre los hombres: según ellos, carecen de armas para defenderse de la Naturaleza y de la maldad de las fieras. Pero después de haber conocido a tanta gente, me doy cuenta de su gran capacidad para dañar a otros.
- Y si no, veamos - dijo el Asombrado -: todos los colmillos de las fieras, la fuerza de todos los animales, la sagacidad de las zorras, la cautela de los lobos, la reciedumbre de los árboles secoyas que llegan a vivir hasta más de tres mil años, la velocidad del pez espada, la majestuosidad de las ballenas, todo junto, ha sido nada ante la codicia y mala intención de los hombres.
- Estos hombres - dice el Asombrado - han extinguido a miles de especies de animales y árboles. Han ensuciado todos los mares del planeta. Han arrasado con los bosques del mundo, sembrando desiertos, han dejado en todo el aire limpio, un olor nauseabundo como el aliento que despiden los dragones.
¡Qué bueno - dijo el Asombrado - que la Naturaleza no los haya dotado en sus cuerpos de armas mortíferas, pues si así hubiera sido, nadie estaría vivo para contar lo que una vez fue nuestro planeta y la raza humana, y lo que la inmensa fiereza del corazón de los hombres han hecho de nuestra moribunda tierra!