La búsqueda frenética de lo que no se quiere encontrar
Las cavernas del corazón de la persona celosa están invadidas por corrientes turbulentas de amor, odio, avaricia y orgullo.
Cervantes, en su obra La Galatea, escribió: “Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta”.
Los celos son una enfermedad del ánimo que aleja a la persona amada. Un ser humano normal, pude sentir miedo de ser abandonado por la persona que ama, lo que lo llevará a cuidarla mucho más. En cambio, el celoso cuando es invadido por los enfermizos celos, se trastorna y solo transmite odio, inseguridad e impotencia. Puede o no acusar a su pareja, pero siempre, en sus estallidos de celos, da rienda suelta a su imaginación desenfrenada, dando por hecho lo que para él o ella son simples sospechas.
El celoso, quiere ser un ladrón de la persona celada; se convierte en su tirano, siendo a la vez, esclavo de sus interminables dudas y sospechas. Las apariencias las ve como realidades, y las fantasías como contundentes pruebas. Está a la búsqueda frenética de lo que no quiere encontrar: la traición de su amada o de su amado.
El celoso, aunque se niega a reconocer que lo es, abriga la absoluta convicción de que no es digno de ser amado, por lo que cualquier persona es un formidable rival. La persona celosa se siente profundamente insegura y cómo no podría sentirse así, si en su infancia no fue amado o no lo enseñaron a amar. Jamás el celoso o celosa está parado en tierra firme, sino que siente que está sobre arenas movedizas, que entre más se mueve para averiguar “la verdad” de la traición en base a sus fantasías, siente que más se hunde. Las arenas movedizas de sus punzantes dudas, atormentadoras sospechas, lacerantes sentimientos de inferioridad y miedo lo hunden cada vez más, hasta quedar asfixiado y haber destrozado su relación amorosa.
El celoso no se enseñó a amar en su niñez. Si uno o varios de sus hermanos o hermanas se desarrollaron en su infancia mejor que él en las relaciones sentimentales, les cobrará envidia y sentimientos de odio. Por esto, todo celoso es envidioso y un profundo resentido ante sus padres, hermanos, y ante la propia vida.
Ante los reales o supuestos rivales de amor, siente ante ellos una profunda envidia y un agudo odio. A todos ellos los ve como superiores a él y más dignos de ser amados. Por supuesto, que jamás lo reconocerá, sino que mostrará a la persona celada que él es superior, y le reclamará qué es “lo que ve en el otro”, según el caso. Pero en su fuero interno, siempre se sentirá inferior e indigno de ser amado.
El infierno estalla en su alma, cuando empieza a construir en su imaginación las escenas de amor “físico” de su rival con su amada. Ante estas escenas, en las cuales cree, refuerza su trastorno enfermizo de sus celos. El celoso carece de la suficiente capacidad de darse a otra persona, y por ello, es torpe y frágil en sus relaciones amorosas. Quiere confiar en el otro pero no puede, pues no puede ni siquiera confiar en sí mismo. La persona celosa ignora el más importante secreto del amor: que jamás podrá conseguir el amor por sus meras exigencias; que no va a ser amado por la fuerza ni por su terca insistencia; que el amor se puede solo conseguir por la ternura, el cortejo y por el hecho de en gran parte, ser “elegido” por el otro.
No sabe el celoso, que el amor no se consigue porque deslumbre por su inteligencia, belleza, riqueza o fama, sino que el azar y la química natural del atractivo será lo que triunfe. ¡Claro, siempre y cuando a éste “atractivo natural” para él o para ella, lo acompañe el cortejo, la ternura y los detalles!
Toda persona celosa es como un ave que tiene un ala rota, y que por más esfuerzos que haga por volar, no podrá hacerlo.
El celoso o celosa tiene rota un ala de su corazón, y si no logra soldarla, jamás podrá volar ni en las planicies ni en las cumbres del amor.
Si los celos son graves, solamente acudiendo con un especialista de la salud mental, podrá salir adelante. Y si sus celos son moderados, platicar con la persona que ama podría ser el remedio. Pero aun en los celos moderados, si no toma conciencia de su problema, también se podrá hundir en las arenas movedizas de su loca fantasía.
Nietzsche en su obra, “Así hablaba Zarathustra”, escribió: “El que está envuelto en la llamarada de los celos, acaba como el escorpión, por revolver contra sí mismo el aguijón envenenado”.
Shakespeare, el más grande escritor de todos los tiempos, describe el infierno de los celos de una manera magistral en una de sus cinco tragedias cumbres que escribió. Nos dice Shakespeare: “La pasión de los celos es un monstruo que se engendra a sí mismo y nace de sus propias entrañas. Minucias leves como el aire son confirmaciones para el celoso; tan rotundas como si provinieran de las Sagradas Escrituras”.
La esencia de los celos no es una distorsión mental o equivocaciones de la inteligencia, de los procesos racionales. El celoso puede ser una persona sobresalientemente inteligente y excepcionalmente capaz en matemáticas, medicina, o cualquier dominio de una ciencia o de una o varias expresiones artísticas.
La esencia de los celos, se encuentra en un trastorno emocional de minusvalía personal y de desconfianza ante la vida. Ya con su ánimo perturbado, el celoso desquicia sus procesos mentales de una manera irracional e infundada. Si “siente” que su pareja lo engaña o desea a otra persona, de inmediato concluye: ¡”Como lo siento tan real, tienen que ser ciertas mis sospechas y mi íntimo sentimiento!”.
¡El celoso sí puede encontrar su curación cuando se dé cuenta que sus celos son consecuencias de un trastorno esencialmente emocional!
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