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PALABRAS DE PODER

EQUILIBRIO ENTRE TIMIDEZ Y ARROGANCIA

JACINTO FAYA VIESCA

Desperdician sus vidas: unos, mirando siempre al suelo. Otros, manteniendo siempre su vista alzada.

¡Hay personas tan diferentes entre sí, que son más diferentes que lo que es una persona de una bestia!

Algunas personas parece que al nacer, algún espíritu maligno les encogió el ánimo, o ya entrados en la carrera de la vida se propusieron achicar su ánimo cada vez más. Nunca ven sus cualidades, son ciegos para divisar cualquier ventaja que la vida les ofrezca.

Constantemente se están ofendiendo a sí mismos, agraviando sus fuerzas, pues no confían en lo absoluto. Sólo ven reparos, obstáculos y problemas, y así, sus palabras les salen deslucidas de sus bocas. Se tratan a sí mismos como pordioseros del mundo, y sienten que no tienen derecho a nada. Sus ideas son frías, pues salen como si estuvieran enmudecidos, y sus hechos son maltrechos, pues anticipan el fracaso.

Otras personas, se encuentran en el extremo opuesto: se sienten hechos a mano y aseguran que con ellos se rompieron sus moldes. Algunos pueden ser muy inteligentes, sólo que su descompostura y arrogancia todo lo descomponen.

Son como los hijos, más amados en cuanto más feos. Aseguran que sus opiniones son la verdad revelada. Entre más engreídos, más necios y arrebatados. En nada encuentran obstáculos ni dificultades, todo lo ven facilito, aunque sus hechos los desmientan. Están tan pagados de sí mismos, que afirman ser muy felices; en realidad sí lo son, pero se trata de una felicidad sin asideros en la realidad ni en sus hechos.

Las personas del primer tipo, al tener quebrado el ánimo y al sentirse que son nada, sólo se condenan a su desdicha. Ni siquiera se dan la oportunidad de probar sus capacidades. Se derrotan por anticipado. Y con el ánimo achicado, se chupan la vida a sí mismos.

El tipo de personas que sienten que todo lo pueden, están feliz e indisolublemente casadas con su falsa visión de sí mismos, adoran sus errores y necedades como si fueran sus hijos muy amados.

Estos dos tipos de personas se encuentran en los extremos, y por ello, no se conocen, están desfigurados y no saben a ciencia cierta de qué son capaces. Desperdician sus vidas: unos, mirando siempre al suelo y temblando por todo. Otros, manteniendo siempre su vista alzada, como mirando al firmamento de sus capacidades y logros imaginarios, pero eso sí, muy convencidos de que son ciertos.

En medio de estos extremos viciosos, se encuentran las personas prudentes. Conscientes de sus capacidades y debilidades. Actúan con un prudente atrevimiento y un ánimo feliz. Sí son muy valiosas estas personas, sus palabras son como alas de águilas, dispuestas a surcar las alturas. Sus ideas son sensatas, y sus hechos son prueba de sus propósitos y facultades.

Si estas personas prudentes y sensatas saben de sus limitaciones, huyen de ellas y se van a atender los asuntos para los que sí son capaces, están contentos de sí mismos y saben que la dicha está a su alcance.

Estas personas que están en medio de los extremos viciosos, saben a ciencia cierta, que no les basta gozar de nacimiento con estas capacidades y dotes, sino que le apuestan al estudio, al trabajo perseverante y al dominio de las materias y asuntos que más les interesan. Carecen totalmente del ánimo apocado y enfermizo del que siente que nada vale. A la vez, no adoptan la imaginación afiebrada e irreal de las personas que se sienten superiores y súperhéroes.

Estas personas centradas, aun con capacidades medianas, destacan sobresalientemente, pues su empeño en el pensar bien y en el actuar mejor, son sus mejores armas. Y si realmente gozan de capacidades brillantes, no se confían a ellas, sino que redoblan sus esfuerzos y se proponen comprender cada vez más, los asuntos de que se ocupan.

Su ánimo apocado criminalmente mata cualquier principio de intrepidez y osadía. Los de ánimo enclenque no se dan cuenta que pueden ser, si se lo proponen, reyes de la Tierra, y no pordioseros de migajas.

Para las personas de ánimo encogido, nada mejor que decidirse a empezar algún proyecto o deseo. Como arte de magia se deslumbrarán al darse cuenta qué bien caminan. Y es que el comienzo es más de la mitad del todo, como lo escribió genialmente Aristóteles. Napoleón era un ferviente creyente de la inmensa importancia de comenzar las cosas. Su grandeza se debe a que primero robustecía su ánimo y no permitía que desmayara.

Los de ánimo maltrecho, muchísimo avanzarían si sólo se contentaran con caminar poco a poco, atreviéndose aún más, como dijo el poeta Píndaro de la Grecia Clásica: ¡"Atrévete aún más, pero no demasiado"!

jacintofayaviesca@hotmail.com

twitter: @palabrasdpoder

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