¿Por qué no me doy la oportunidad de ser mi propio médico?
No sé cómo llamarle a mi cuaderno dónde he escrito desde hace muchos años las experiencias más importantes de mi vida. Le llamaremos Diario a ese cuaderno que ahora quiero hacer público en algunas de sus páginas. Usted no me conoce, pero ojalá lo publique en su columna Palabras de Poder.
Cumplí 61 años de edad hace tres meses, pero me quiero remontar a lo que padecí de los 25 años hasta un poco después de los 50. En éste período de veinticinco años siempre creí que había heredado de mis padres una biología inferior y que no valía la pena que siguiera viviendo. A la vez, padecía de dolores estomacales que me dejaban sin fuerzas, y además me daban palpitaciones del corazón que me sumían en el más profundo pánico a morir. Estos dos males los padecía casi a diario.
Los médicos me decían que todo en mi cuerpo estaba bien, y que se debía a mi propio pánico los dolores que sufría. Otros médicos llegaron a decirme que yo mismo me provocaba dolores en el estómago y mis palpitaciones, como una forma de huir de las responsabilidades de mi vida.
Ya desesperado y a punto de privarme de la vida, me dije: ¿por qué no, antes de morir de mis males o de privarme de la vida, no me doy la oportunidad de ser mi propio médico? No sé qué sucedió, pero esta pregunta cambio radicalmente mi vida. De inmediato acepté que mis males físicos tenían que guardar alguna vinculación con mis males emocionales y espirituales, pues era una persona entristecida y que siempre veía el lado negativo de las cosas.
Mi primer propósito fue el siguiente: ¡ya que puedo morir por lo que me pasa, desde éste instante la tarea más importante de mi existencia va consistir en destruir todos mis pensamientos que me inclinan a ver las cosas de manera negativa. ¿Qué no gozo de la vista, de hijos y esposa? ¿Qué no sé que la amistad es uno de los tesoros más grandes de la vida y que teniendo amigos jamás estaré solo?
Además hice el propósito firmísimo de dejar de comer todo aquello que yo sabía que me dañaba y en su lugar, empecé a comer lo que más me gustaba y caía bien a mi estómago. Fui mi mejor médico, y los resultados empezaron a florecer.
Mi corazón comenzó a indicarme lo que me dañaba y lo que me curaba. Es lo que yo llamo “mi poderoso instinto de mi salud física y emocional”. Me puse en mis propias manos: fui mi médico, enfermero, consejero espiritual, mi psiquiatra, y empecé a ser el mejor amigo de mí mismo. Mi corazón y mi cabeza me gritaban con fuerza que por peor que me sintiera, mi espíritu podría convertirse en el gran y poderosísimo ordenador de mi vida.
Yo ya no podía aspirar a curaciones parciales: que ya no me duela el estómago, que las palpitaciones de mi corazón ya no se den a fin de poder vivir sin un pánico permanente a la muerte, dejar de ser negativo en todo, etc. ¡No!, ya no aspiraba a tan poca cosa, sino que deseaba estar sano en la esencia de mi persona. Si en el núcleo de mi espíritu alcanzara la salud, ese núcleo irradiaría una energía y fuerza poderosa en todo mi cuerpo y en la totalidad de mis emociones.
A partir de esta decisión, empecé a saborear las pequeñas y grandes cosas de la vida. Ustedes podrán decirme: “creo que está exagerando, y además, todas éstas mejorías pueden ser un engaño”. ¡No, no es así!: mi mejoría no ha sido transitoria, pues he gozado de muy buen estado de salud en los últimos nueve años. ¡Yo no sé cuál fue el punto esencial de mí total curación!: si el haber abandonado esa inútil y enfermiza filosofía de mi vida que me inclinaba a ver los lados negativos de todas las cosas.
Considero que esa filosofía de mi vida fue una filosofía de muerte y de enfermedad. ¡Ahora, y desde hace años, mi filosofía de la vida es que podemos vivir alegres, optimistas, muy activos, y que podemos elegir una vida de salud física y mental rebosante!
Estoy absolutamente convencido de que una “filosofía de la muerte, de la enfermedad y de la pobreza”, existe, y que produce verdaderos desastres en la salud física y mental de las personas. Y ahora más que nunca y por experiencia propia, también estoy absolutamente convencido que podemos vivir en una “filosofía de la salud y de la abundancia” y soy testigo fiel de que esto es posible, pues así he estado viviendo en estos casi últimos diez años, y así me propongo vivir hasta el fin de mi existencia.
Mi cuerpo repugna los alimentos nocivos a mi salud, y mi espíritu no da la menor cabida a espantos de muerte y de pobreza. ¡De pronto descubrí la vida en todo su esplendor!: le tome un enorme gusto a las buenas películas, a la instructiva literatura; Mozart, y la música popular de mi agrado es mi alimento diario. Gozo mi excelente relación con dos o tres amigos, me mantengo muy unido a mi esposa y a mis hijos, contemplo las noches admirando la bóveda del cielo tachonada de bellísimas estrellas, me deleito ante la múltiple y esplendorosa variedad de tipo de bellezas en las mujeres, amo la vida.
He tratado y lo he logrado con mucho éxito, aniquilar de mi corazón todo tipo de resentimientos; ya enterré a mis sentimientos de culpa; no quiero vengarme de nadie; no voy a ajustar ningún tipo de cuentas. Todo esto quedó en el pasado de un enfermo que ahora es un hombre sano y que saluda con reverencia a la vida cada mañana.
La salud física es un bien que debemos cuidar con esmero. Pero cuando nos abrazamos a una filosofía de la muerte donde solo vemos tinieblas y apariciones de futuros males, es imposible que podamos estar sanos.
La salud física es un estado físico, por supuesto. Solo que las fuerzas de nuestras emociones enfermas por los miedos y males futuros que aun no existen, devastan la armonía física y química de nuestra salud.
En mi Diario escribí que tomé la decisión más importante de mi existencia: ¡reposar permanentemente mi mirada en las oportunidades y bellezas de la vida, y sobretodo, caminar con valentía por todos los senderos de mi existencia!
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