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Palabras de Poder

Riqueza no es felicidad

Jacinto Faya Viesca

El placer hace a un lado la comodidad, pues es más fuerte

Evitar a toda costa el sufrimiento emocional y físico, debe ser la meta fundamental de todo ser humano. Ésta es la tesis del filósofo alemán Schopenhauer. ¿Es válida su afirmación? Ya lo veremos.

¿Es cierto que los consumidores medios de los países más ricos del mundo, son más felices entre más consumen artículos y servicios de todo tipo? Las mediciones estadísticas por prestigiadas universidades, antropólogos, sociólogos y psicólogos, indican lo contrario. A Guatemala, un país pobre, lo sitúan en el lugar número 10 entre los países más felices del planeta. Mientras que Japón, Suecia, Alemania, los expertos afirman que sus poblaciones son sólo medianamente felices.

¿Por qué razón, a mayor riqueza y mayor consumo, no se da una proporción igual o semejante en el índice de felicidad? ¿Cuál es la explicación psicológica de que el consumidor se harta de lo que consume, y que ansiosamente busca “nuevos” productos o servicios, los que más tarde le hartan también?

Parece ser, que los seres humanos obtenemos mayor satisfacción en la medida en que buscamos la variación y lo diferente. Pero aquí aparece otro problema: después de un tiempo, el consumo variado no nos mantiene en esos mayores niveles de satisfacción, sino que nos vuelve a hundir en el hastío, lo que nos induce a nuevos consumos muy diferentes.

Todos sabemos que el mejor condimento de cualquier platillo gastronómico es el tener hambre. No hay mejor cocinero que un buen apetito. Nadie disfruta tanto un vaso de agua fría que el sediento. La mejor cama para dormir es sentir mucho sueño, etc.

Freud nos decía, que los dos motores que mueven con más fuerza al ser humano son el placer y el dolor. La afirmación es cierta. Sólo, que la sociedad del hiperconsumo en que estamos viviendo creó un nuevo motor para el ser humano: el “confort”. La lucha por el confort en la sociedad de consumo gana día a día nuevos adeptos y futuros adictos. Y es que el confort, es decir, la comodidad, se ha convertido en un impresionante atractivo.

La comodidad para descansar, ahorrar esfuerzos físicos, evitar el frío o el calor, es altamente deseado. El confort, es uno de los nuevos dioses de la sociedad del hiperconsumo: automóviles que elevan los vidrios de manera automática para evitar el esfuerzo de nuestras manos; comida ya preparada llena de sal y de conservadores y que sólo necesita calentarse en un microondas, aparatos domésticos por cientos, para facilitar las tareas en la cocina, limpieza, descanso, etc. Controles remotos para todo: para la televisión, alumbrar algunas partes de la casa y hasta para preparar café.

El problema es que de pronto se nos aparece Freud, y de manera inconsciente, el “placer” como principio fundamental en nuestra vida, irrumpe y ordena: “ya me cansé del confort. La comodidad va en contra de mi instinto superior”. El placer hace a un lado la comodidad, pues es más fuerte. ¿Y todo el inmenso gasto económico en busca del confort, dónde queda? Queda en millones de adictos que lo conservan, viviendo a la vez hastiados de ese confort. ¡Nada se puede hacer: el confort y el placer son enemigos absolutamente irreconciliables!

Aquí, la sociedad del hiperconsumo no da al hombre una solución lógica y verdadera. Y no se la da, porque la historia de la evolución humana, y para ser más concretos, en los últimos cincuenta mil años, el confort no formó parte de la vida de los seres humanos. La especie humana es una de las 193 especies de primates y monos que actualmente viven. No es que unas especies hayan venido de otras, pero sí, todas estas 193 especies venimos de un tronco común que existió hace 6 millones de años. A lo largo de todos estos millones de años, la totalidad de las especies y primates jamás conocieron el confort.

El confort es algo enteramente nuevo, surgido a partir del año de 1850. Los humanos en los últimos cinco mil años lo único que conocieron fue el placer y el dolor, pero no el confort. De pronto, la sociedad consumista surgida en el siglo 20, y acrecentada en los últimos sesenta años, toma desprevenido al hombre: lo convence de que el confort y el consumo lo va a convertir en un ser feliz.

Los estoicos de hace 2 mil años en Grecia y Roma, y Schopenhauer fueron más certeros: no nos invitaban a lograr el mayor número de placeres, sino a evitar el mayor número de sufrimientos. Para ellos, era más feliz el que sufría menos.

Hoy en día las personas vamos tras el confort, comprando todo tipo de artículos y servicios que nos alejen de todo esfuerzo. En los países ricos se da una corriente de puritanismo: hay que trabajar duro, ahorrar y ganar mucho dinero. Ésta meta está muy por encima del gozo de la vida. Además, se nos ha dicho desde niños, que los placeres son inmorales, sin distinguir su gran variedad.

Atrapados entre el miedo a obtener placeres y la meta de alcanzar el mayor confort, nos estamos perdiendo lo mejor de la vida. Y una pregunta fundamental sería ésta: ¿podemos vivir una vida dentro de la moral, disfrutando de placeres? La respuesta es un claro sí. Para ello, tendríamos que reducir en mucho nuestro confort que es ajeno a la evolución humana. Comer, beber, descansar, no hartos ni saciados, sino con hambre, sed y cansancio. Buscar más el esfuerzo personal. Entrar al mundo de los placeres que nos dan la creatividad, las artes, los trabajos manuales, la ayuda a otros. Pero éste tema tendrá que ser analizado en otra columna.

jacintofayaviesca@hotmail.com

twitter: @palabradpoder

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