Creo en el inmenso poder de mi libertad y en la enorme fuerza de mi conducta
Si usted cree en el destino, en el sentido de que nuestro futuro ya está escrito y predeterminado, estaría de acuerdo con el poeta Romano Virgilio, que escribió: “El destino hallará su camino”. Si usted piensa que su futuro no está escrito por ninguna divinidad ni por un espíritu maligno, está de acuerdo con la máxima de Claudio, de la Roma Antigua, quien dijo: “Cada cual es el artífice de su propia fortuna”.
Por milenios, los turcos, árabes y persas han creído que su destino está preestablecido para bien o para mal. Y lo mismo sucede en una amplia variedad de culturas.
Es cierto que las circunstancias son poderosísimas, pero no cabe duda alguna que el enorme poder de la voluntad de un hombre puede en ocasiones, crearlas o alterarlas a su favor. En lo personal, no creo en el destino, en el sentido que mi vida está predeterminada desde mi nacimiento. Creo en el inmenso poder de mi libertad y en la enorme fuerza de mi conducta, tal como lo profesaba Emerson.
En éste sentido, me inclino al credo de Goethe, quien escribió: “El mayor mérito consiste en determinar en la medida de lo posible las circunstancias y no dejar que en la misma medida las circunstancias lo determinen a él”.
Destino y circunstancias no son lo mismo. Destino es lo que ya está preestablecido para nosotros, hagamos lo que hagamos. Y las circunstancias son los accidentes de tiempo, lugar, modo, etc., que acompaña substancialmente a alguna cosa.
Nadie puede negar que las circunstancias sean muy poderosas, pues son condicionantes externas que se nos imponen. A veces, las circunstancias no son tan condicionantes y nos pueden permitir algunos márgenes de acción.
No creo en el destino. Los sucesos de mi vida nadie los escribió al haber yo nacido. Creo en la fuerza de las circunstancias difíciles, pero aun dentro de ellas, la vida me ha demostrado que en el alma de toda persona siempre brotará un poderoso impulso “de escoger y actuar”, como lo afirma el gran pensador norteamericano, Emerson.
Ya inmersos en unas determinadas circunstancias, contamos los seres humanos con armas de un poder incalculable, como las siguientes: a) nuestra capacidad de razonar, de pensar, de analizar las circunstancias que nos están condicionando; b) nuestra capacidad de elegir las actitudes que tomaremos ante las posibilidades que nos dan esas circunstancias; c) nuestra voluntad para decidirnos con toda nuestra alma sobre una serie de objetivos, medios, fines y conductas; y, d) nuestra capacidad de actuar con toda la fuerza que emplea una voluntad resuelta.
Cuando una persona se pone a operar las armas poderosas señaladas, esa persona actúa “sinérgicamente”. Si opera una sola de sus armas, será una sola arma la que opere; pero si opera dos, tres o las cuatro, podría estar instrumentando diez, cincuenta o más armas poderosas. Las fuerzas de estos instrumentos ya mezcladas, se multiplican de manera insospechada. Ésta idea está demostrada por la ciencia física, y en el plano humano, la fuerza “sinérgica” es incalculable.
En éste escenario es donde podemos vencer muchas circunstancias difíciles y obtener, incluso, grandes provechos. Por ello, jamás debemos decir que nacimos con mala estrella ni rendirnos ante las circunstancias desfavorables. Si persistimos en contemplar nuestra mala estrella, ella nos devorará como si se tratara de un agujero negro. Si nos acobardamos ante lo difícil de las circunstancias, solo veremos límites de opresión, y esos límites encogerán nuestro espíritu, destruirán nuestro ánimo y harán imposible todo triunfo.
“Pues si el destino predomina –escribió Emerson en su prodigiosa obra, La Conducta de la Vida–, el hombre es una parte de él y puede oponer el destino al destino. Si el universo tiene tales accidentes salvajes, nuestros átomos serán igual de salvajes al resistirlos. La atmósfera nos aplastaría si no fuera por la reacción del aire dentro del cuerpo. Un tubo hecho de fibra de vidrio puede resistir el ímpetu del océano si está lleno de agua del mar. Si hay omnipotencia en el golpe, hay omnipotencia en encajarlo”.
“Pero destino contra destino –sigue escribiendo Emerson-, es sólo una manera de parar el golpe y defenderse: hay, también, nobles fuerzas creativas. La revelación del pensamiento saca al hombre de la servidumbre y lo lleva a la libertad”.
No podemos dejar de admirar el pensamiento de Emerson; éste sabio norteamericano que nació en el año de 1803 en Boston y que murió en 1882, trató a los más grandes pensadores, científicos y políticos de su época. Por cierto, viajó a Weimar, Alemania, con la finalidad de conocer y conversar con Goethe, lo que felizmente logró.
Emerson es uno de los pensadores más iluminados de la humanidad. Quiero terminar ésta columna con una reflexión suya profundamente espiritual y de un valor práctico incalculable: “Un hombre que habla por intuición afirma de sí mismo lo que es cierto del pensamiento: viendo su inmortalidad, dice que es inmortal; viendo su invencibilidad, dice que es fuerte”.
El pensamiento de Emerson nos hace falta hoy, más que nunca. Con frecuencia acudiremos a la guía de éste gigante.
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