El imprudente que se consagra sin vocación a un estado u oficio no puede encontrar más que decepciones y sufrimientos
Usted, señor Goethe, a lo largo de su abundante obra escrita, y en sus platicas personales, siempre afirmaba la idea de que toda persona debería poner una extremada atención en aquello que “puede hacer”, porque le es accesible, y lo que “no puede hacer” por serle inaccesible.
-En efecto, así es: en una de mis obras escribí esta idea: “Tanto en la contemplación como en la acción es preciso distinguir lo accesible de lo inaccesible: de lo contrario nuestro rendimiento será escaso en la vida y el saber”.
Una de las causas más poderosas del fracaso en la vida, es cuando una persona no examina detenidamente su particular circunstancia en la que vive, y al no examinarla, no advierte que algunas actividades, objetivos o propósitos no están a su alcance, le son “inaccesibles”, y no obstante ello, se empeña en seguir sus planes, en los que fracasará, o al menos, su rendimiento será muy escaso.
En cambio, si se dedica a lo que sí le es “accesible”, su triunfo y rendimiento en la vida o el saber, le estarán asegurados. Ésta es una enseñanza que nos legaron los griegos de la Antigüedad. A pesar de que en esa nación se inició la filosofía, los griegos eran enemigos de toda especulación. Se dedicaban a aquello que le era accesible, y abandonaban todo proyecto cuando les era inaccesible.
El griego de la Antigüedad fue el hombre más práctico que ha dado la humanidad. El que quería ser pintor, pero no estaba dotado para ello, se dedicaba a lo que le dictaban sus reales capacidades, no importando que éstas lo orientaran a la agricultura, el comercio, etc.
Si observas las cosas detenidamente, te darás cuenta de que hay personas con capacidades sobresalientes para la medicina o la ingeniería, pero jamás podrán ser buenos músicos o comerciantes. Por esto, a lo largo de toda mi vida me he empeñado en convencer a los hombres, a que se dediquen a todo aquello en que los dotó la Naturaleza. Es decir, que se dediquen a lo suyo, que se ocupen en los genuinos trabajos para los que nacieron, y que abandonen sus “falsas tendencias”, en las que nunca podrán destacar, y menos, obtener auténticas satisfacciones.
Quisiera terminar ésta parte de nuestra plática, con una reflexión que escribí en mi obra titulada Wilhelm Meister, reflexión que dice:
“El imprudente que se consagra sin vocación a un estado u oficio no puede encontrar más que decepciones y sufrimientos; pero quien ha nacido con dotes para una especialidad encuentra en su ejercicio la más hermosa de las existencias”.
-¡Admirable, señor Goethe!
Usted trata con mucha frecuencia sobre las adversas consecuencias en nuestras vidas, por el hecho de mantenernos en un error, a pesar de que sabemos que nos equivocamos.
-Así es: en uno de mis escritos, dije: “Si algunos no se sintieran obligados a repetir un error por haberlo dicho ya una vez, serían gente muy distinta”. Y es que sucede lo siguiente: decimos algo que es un error, sólo que al ser nuestro como lo son nuestros hijos, los errores nos resultan tan queridos. Nuestro orgullo o soberbia se oponen a que rectifiquemos. Por más que repitamos mil veces el mismo error, jamás podrá convertirse en un acierto. De alguna manera, un error sostenido con terquedad, es como la mentira: ésta requiere de más mentiras para tratar de sostenerla. Lo mismo nos pasa con los errores que ya pronunciamos: como el error no puede sostenerse por sí mismo, daremos argumentos, que aunque sean muy inteligentes, solo crearán más confusión, y no podrán convertir el error en un acierto. Advirtamos lo que dijo Cicerón: “Es propio de cualquier hombre errar, pero de ninguno, excepto del necio, es preservar el error”.
Lo que sucede, es que pensamos que si ya nos equivocamos, debemos sostenernos en ello. No hemos hecho caso de la máxima del Romano, Aulo Gelio, quien sentenció: “Mala es la opinión que no puede cambiarse”.
-Entiendo, señor Goethe: si no rectificamos nuestro error por un sentimiento de vergüenza, éste primer error nos va a conducir a que cometamos muchos más, con resultados impredecibles.
-Por eso te decía que si las personas no se sintieran obligadas a repetir un error por haberlo dicho ya una vez, serían personas muy distintas. Sostenernos en lo que ya dijimos, aun y sabiendo que nos equivocamos, nos traerá consecuencias muy adversas. Pero si tenemos la valentía de decir lo contrario a lo que inicialmente dijimos equivocadamente, nos hará mejores personas. Seremos más libres, auténticos y veraces, y nuestra vida resplandecerá en muchos sentidos.
¡Muchísimas gracias, señor Goethe, por haberme brindado ésta plática llena de sabiduría!
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