San Pablo decía que sabiendo nosotros lo que era lo mejor, hacíamos lo peor
Todos, en algún grado, padecemos de una tendencia perversa de nuestra mente. No somos ángeles, y como humanos, en "potencia", podemos ser lo peor o lo mejor, pero siempre dentro de los límites de nuestra imperfección natural de seres humanos.
San Pablo decía, que sabiendo nosotros lo que era lo mejor, hacíamos lo peor. Mefistófeles, personaje de Goethe en su obra Fausto, representa el espíritu del Mal y también la tendencia perversa de la mente. Quiere inducirnos al mal, pero a la vez, sin quererlo, nos conduce al bien. Mefistófeles representa también "los desafíos de la vida".
En un momento de la obra Fausto, Mefistófeles se dirige a Fausto, siendo ambos los personajes centrales de la obra, y le dice: "Desdeña la razón y el saber, supremas fuerzas del hombre; déjate afirmar, por el espíritu de mentira, en las obras de ilusión y prestigio".
Mefistófeles (espíritu del mal) quiere que Fausto anule sus capacidades más sublimes y que destroce su vida. Y para esto, le aconseja que desdeñe la razón y el saber, aun cuando este espíritu diabólico reconoce que la razón y el saber constituyen las "supremas fuerzas del hombre".
La "razón" consiste en nuestra facultad para discurrir. Por medio de la razón expresamos nuestros pensamientos y podemos ser capaces de conocer la verdad. Para Descartes, uno de los filósofos más importantes que ha dado la humanidad, la razón es nuestra facultad más importante de que gozamos como seres humanos. Para este pensador, todas las personas gozamos de esta facultad en alto grado, lo que nos capacita para forjarnos una vida altamente productiva y satisfactoria.
El "saber", consiste en tener noticias de alguna cosa, en ser expertos en alguna rama del conocimiento; estriba también, en ser muy capaces y astutos. Dice el pensador Gracián, que el que no sabe es como andar a ciegas. Para Gracián, el saber es como poseer muchos ojos y poder ver mucho.
Muy seguramente, los bienes más importantes para una persona son el saber y la virtud. Quien sabe una materia a fondo, es capaz de vivir dentro de una acción productiva y altamente provechosa. Por ello, la educación de la inteligencia y de nuestro espíritu es lo único que puede proporcionarnos armonía en el conjunto de nuestra existencia.
Mefistófeles desea ardientemente que Fausto se pierda en la vida y fracase. Y por ello, le pide que se guíe por "el espíritu de mentira". La mentira es la expresión contraria a la verdad. Y las personas que con toda conciencia hacen del mentir una forma de vida, destruyen la verdad, haciendo ineficaz a la razón que es una de las supremas capacidades humanas.
También Mefistófeles le recomienda a Fausto, que persiga las "obras de ilusión y prestigio". Esta es una de las maneras más eficaces para malbaratar nuestra existencia: hacer a un lado lo que más importa, y dedicarnos a aquello que creemos que nos dará prestigio, sólo por el mero prestigio y la falsa ilusión.
Cuando nos domina la ilusión, nos comportamos como el sediento en un desierto: que el sol reflejado en la arena lo hace engañarse creyendo ver lagunas de agua, donde sólo existe arena ardiente.
Nuestras ilusiones que no van acompañadas de objetivos muy concretos y valiosos, son un mero juego de espejos que nos ocultan la realidad. Perseguir "obras de ilusión y prestigio", como lo pide Mefistófeles, es ir directamente a la trampa del engaño, a la ruina y a una vida desaprovechada.
Debemos de ser muy cuidadosos con el manejo de nuestra vida: de por sí, padecemos genéticamente de una fuerte tendencia a forjarnos ilusiones vanas. Todos los fraudes y engaños se basan en esa tendencia muy humana de querer creer en lo fácil, en lo provechoso, aun cuando no implique de nuestra parte ningún esfuerzo ni el uso de nuestra razón y saber. Será por esto, que a todos nos gustan los actos de "magia": quedar deslumbrados por lo que aparece ante nuestros ojos como si fuera la más pura verdad. ¡No seas iluso!, se nos aconseja, pero en realidad, todos lo somos de alguna o de otra manera. Somos ilusos en lo que más queremos, y por ello es tan fácil que se nos engañe en lo que más anhelamos y queremos escuchar.
Y en la obras de "prestigio" nos sucede lo mismo: pretendemos el prestigio gratuito y fácil, idéntico a las más cándidas de las ilusiones. Debemos ser muy cautos: tengamos a la razón y al saber como facultades supremas, tal y como nos lo aconseja Goethe. Que sepamos, que nuestros genes le han dado a nuestro espíritu una poderosa tendencia para lanzarnos de manera indómita e imprudente a una serie de actividades y empresas en las que no ha operado nuestra razón y saber. ¡Que nuestra razón y saber vayan siempre por delante!
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