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Palabras de Poder

Siempre insatisfechos

Jacinto Faya Viesca

La felicidad depende de factores muy distintos a los deseos saciados y a los cofres de tesoros

¿De verdad somos tan ingenuos para creer que la riqueza económica y el cumplimiento de todos nuestros deseos nos pueden proporcionar la felicidad? Imposible. La felicidad depende de factores muy distintos a los deseos saciados y a los cofres de tesoros.

El científico de la Universidad de Michigan, Ronald Inglehart, dirigió una encuesta mundial a fin de conocer cuáles poblaciones del planeta eran las que alcanzaban las más altas tasas de felicidad. Para Inglehart la investigación tuvo “una conclusión sorprendente” ya que “en general se creía que era casi imposible elevar el nivel de felicidad de todo un país”.

Si se tratará de dinero y de satisfacción de deseos, Japón, el segundo país más rico del mundo, Francia el quinto país más rico, o Estados Unidos, el país número 1 en riqueza general, deberían haber sido los que alcanzaran el porcentaje de felicidad más alto. La encuesta estudió a 97 países, y de ellos, Japón ocupó el lugar 43 en felicidad; Francia, la posición 37; y Estados Unidos, quedó en el número 16.

En cambio, Dinamarca ocupó el primer lugar, Puerto Rico el número 2 y Colombia la posición 3. El Salvador con el número 11, Guatemala con la posición 17 y México con el número 18. En cada uno de estos tres últimos países mencionados, más de la mitad de sus poblaciones viven en la pobreza.

Tampoco sería cierto que los países con mayor pobreza son los más felices; de hecho, aunque no se investigó en el estudio que comento, no hay duda que las naciones cuyas poblaciones son las más infelices, se encuentran en los países más pobres del mundo, como son las naciones del Subsahara de África.

Pero es un dato de sobra importante, el saber que en Japón, la segunda nación más rica del planeta, cuya expectativa de vida es la más alta con 79.8 de años para lo hombres y 85 años para las mujeres, su felicidad sea muy precaria. En cambio, Puerto Rico y Colombia ocupan los sitiales número 2 y 3 de felicidad entre todos los pueblos de la tierra. Esto me hace pensar que Schopenhauer está en lo cierto cuando en su obra El arte de ser feliz, escribió en la regla no. 26, lo siguiente:

“Poner una meta a nuestros deseos, frenar nuestras apetencias, domar nuestra ira, tener siempre en mente que el ser humano no puede alcanzar más que una mínima parte de todo lo deseable y que muchos males son inevitables: así podremos soportar y renunciar”.

Por su parte, el inmenso poeta Horacio de la Roma Antigua, escribió en una de sus Epístolas: “Mientras emprendes una obra, lee y consulta siempre a los doctos acerca de cómo puedes llevar la vida con la mente serena, que el deseo siempre necesitado no te atormente”.

Debemos luchar por lo que anhelamos y tratar de desarrollar nuestras vocaciones y capacidades. Es algo muy cierto. Pero esto es muy distinto a darle rienda suelta a nuestros deseos, a nuestras pasiones y ambiciones.

La historia nos ha demostrado que los deseos desenfrenados y las ambiciones no tienen fin, y que aún cumpliéndose, el hombre no quedaría satisfecho.

Una de las reglas fundamentales para nuestra felicidad, consiste en saber que los seres humanos somos perpetuamente insatisfechos y que aún realizando una gran cantidad de nuestros deseos, es imposible que ello nos pueda hacer felices. Así como en la religión Católica, todo recién nacido padece ya del llamado pecado original, de la misma manera, todo ser humano al nacer trae el sello de la perpetua insatisfacción.

Y esto es así, por el mero hecho de ser personas, pues el serlo trae implícito la precariedad, limitación, debilidad y permanente incompetencia de todo ser humano. Y si no, pongamos a los tres seres humanos que en su tiempo, cada uno de ellos fue el hombre más poderoso y rico sobre la tierra, y según ellos, fueron infelices en muchas etapas de su vida. La riqueza conjunta de los cien más grandes millonarios del mundo de hoy en día, no sería nada ante los tres hombres más ricos y poderosos que ha dado el mundo: Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte. Ellos dispusieron a su antojo del rumbo de naciones enteras, de la vida de millones de personas y de todas las riquezas conocidas, y al final, cada uno declaró que no había logrado realizar sus ambiciones. Alejandro Magno sintió que no había concluido sus conquistas; Julio César lloró al comparase con Alejandro Magno; y Napoleón decía que Europa era una ratonera.

¡Aceptemos nuestras limitaciones y debilidades! Aceptemos que siempre estaremos insatisfechos; vivamos con mesura en una dorada medianía, arrancándole a la vida tantos frutos de serenidad y de alegría que todos los días nos ofrece.

jacintofayaviesca@hotmail.com

twitter: @palabrasdpoder

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