Prefiero a necesitados que a favorecidos, ya que el beneficio por recibir hace a las personas corteses
Estoy listo para recibir tus lecciones de la utilísima sagacidad – le dijo el Ingenuo al Sagaz -, a lo que éste le contesto: ¿quieres que los demás te busquen y jamás te abandonen?
Si es así, has de saber que lo que mantendrá a muchos cerca de ti, será el que ellos sientan que les resultas indispensable. Una vez que les has dado todo lo que necesitaban de ti, muy pronto olvidarán el agradecimiento y se alejarán. Recuerda lo que hace un sediento: en el momento en que se inclina en el arroyo para saciar su intensa sed, considera a ese arroyo como una bendición, pero una vez que su sed fue satisfecha, le da la espalda al arroyo. ¿Y no es lo mismo que hacemos con las jugosas y frescas naranjas?: una vez que las hemos exprimido y tomado su jugo, las tiramos con indiferencia. Y lo mismo sucede con los beneficiados: mientras están por recibir el beneficio, todo es amabilidad y atención para el que favorece, pero una vez que han recibido el beneficio, que se conforme el benefactor con que no lo injurien.
Por lo anterior, yo como Sagaz, prefiero a necesitados que a favorecidos, ya que el beneficio por recibir hace a las personas corteses, y a los beneficiados los convierte en villanos, o al menos, en desmemoriados.
¡Qué razón tienes – le dijo el Ingenuo! Y hasta ahora entiendo por qué me buscan con tanto ahínco cuando necesitan algo de mí, y con qué facilidad me abandonan cuando han obtenido lo que necesitaban. ¡Jamás me imaginé, que acudían a mí por interés y no por estimación! Lo que haré de ahora en adelante, es no darles todo lo que necesitan, sino dárselos por partes, y así, continuarán dependiendo de mí. ¡Qué difícil aceptar – siguió hablando el Ingenuo -, que más une a las personas, a nosotros, su dependencia que su agradecimiento! La dependencia a nosotros, les endulza la voz y todo es mimos y cortesías, mientras que el favor recibido los hace olvidadizos, desatentos, y algunas veces, hasta contrarios, pues para muchos, sentirse deudores es una carga que no pueden soportar.
Aprendes rápido – le dijo el Sagaz -, y ello, mucho me anima para seguir enseñándote dónde están las tretas y las trampas del mundo. No esperes que de pronto te vas a convertir en un hombre consumado: capaz, juicioso y experto en un oficio o en un campo del conocimiento. Lo que se hace pronto, se lo lleva la fugacidad, mientras que lo que tarda en hacerse, nace para la eternidad. Un gran médico, un obrero experto, un hábil comerciante, no se hicieron en un día. Recuerda la paciencia de nuestra madre Tierra, que tarda 365 días en rendirle pleitesía a su rey, el Sol. Si quieres hacer algo de provecho en tu vida – le dijo el Sagaz -, nada mejor que el consejo de ese inmenso médico ruso, Pavlov, que en su lecho de muerte y ante la insistencia de uno de sus alumnos que le pidió el máximo secreto para triunfar en la vida, Pavlov, le aconsejó: en todo lo que emprendas, debes hacerlo con “paciencia y gradualidad”.
¿Y cuando ya sea un hombre de edad, qué podrá esperarme?, le preguntó el Ingenuo. No te preocupes – le dijo el Sagaz -: si durante tu vida te has preocupado por pulir tu inteligencia y hacerte de conocimientos valiosos, en tu edad adulta y en tu vejez, tu gusto en todas las cosas se realzará, tu inteligencia estará abierta como un abanico, tus sentimientos y emociones habrán encontrado sus mejores causes, tu juicio será mucho más certero, y todo en tu vida será regido por la prudencia y la cordura.
¡Mucho me consuelas y alientas, le dijo el Ingenuo! Y ahora me doy cuenta, que aquellos que no se preocuparon por perfeccionar sus cualidades, ya de adultos, los vemos como personas “incompletas”, intuimos que “algo” les falta, y con seguridad, carecen de lo más importante: adquirir buenos modales y sensatez. En cambio, una persona completa, es juiciosa en sus palabras, y con “hechos” demuestra que es cuerda y atenta siempre a lo importante. Una persona así, busca la compañía de personas como ella: juiciosas, amables, generosas y prudentes. ¡Muy bien – le dijo el Sagaz!
Estoy anhelante de que me enseñes más – le dijo el Ingenuo -. Está bien – le respondió el Sagaz -, quien le dijo: ten mucho cuidado de pretender demostrar que eres superior a aquellos que te benefician y amparan. La superioridad de los favorecidos siempre les ha resultado odiosa a sus benefactores. Nuestros superiores bien aceptan que nosotros podamos ser más dichosos que ellos, pero jamás, que los superemos en inteligencia. ¡Lo he entendido perfectamente -, le dijo el Ingenuo!
Quiero compartir una última reflexión con el lector: las personas brillantes deben disimular su gran inteligencia ante sus superiores, pero jamás callen ante sus desaciertos, sino que en privado les hagan ver el peligro de lo que quieren hacer o decir. Sólo en estos casos, el superior se sentirá conforme con la brillantez de su subordinado.
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