Un cuerpo sano de ninguna manera garantiza una mente sana
En un escrito póstumo de Nietzsche, se encontró entre sus papeles éste pensamiento: “El enfermo tiene a menudo más sana su alma que el sano”.
Nietzsche no afirma que el enfermo tenga “siempre” más sana el alma que el sano, sino que “a menudo”, es decir, con frecuencia. Una de las frases más conocidas de la Grecia Antigua es ésta: “Mente sana en cuerpo sano”. Ésta famosa sentencia griega ha sido desmentida por la ciencia desde hace mucho tiempo.
Un cuerpo sano de ninguna manera garantiza una mente sana. Las funciones fisiológicas pueden guardar un excelente equilibrio en todos los sentidos. Pero recordemos, que se dan determinadas circunstancias que afectan gravemente la mente y las emociones de las personas. Una deficiente educación infantil, pérdidas de seres queridos, fracasos existenciales, enfermedades crónicas, pueden llegar a enfermar las emociones de un ser humano.
Cuando una persona padece de una enfermedad seria y crónica, deja de ser físicamente sana en el más estricto sentido del término. Y lo que ocurre muy a menudo, es que la toma de conciencia en una persona, de que está enferma, le cambia la visión de su vida y del mundo. Con frecuencia, la salud física de una persona la lleva a pensar que es “invulnerable”, y su propia salud física pudiera engendrar sentimientos de una falsa superioridad.
Los enfermos, por lo general, sufren mucho más que los sanos, y su propia enfermedad los lleva a adquirir una mayor sensibilidad en todos los sentidos. Los enfermos saben, por propia experiencia, que son “absolutamente vulnerables”, tienen una conciencia de sus propias limitaciones, han experimentado en carne propia la enorme importancia de su dependencia a otras personas: médicos, enfermeras, cuidados hospitalarios, etc.
Por lo general, todo enfermo, y más si la enfermedad es prolongada, han reducido sus niveles de grandiosidad, de egoísmo y de autonomía. En cambio el sano, inconscientemente cree que es inmune a cualquier enfermedad, piensa que no depende de nadie, y asegura en su interior, que jamás dependerá de los demás. Probablemente, desde una consciencia meramente intelectual, el sano acepta y dice que “nunca se sabe”, que podrá enfermar, pero se trata de una consciencia ligera y superficial.
En cambio el enfermo está viviendo en carne propia sus severas limitaciones, sus reales sufrimientos, sus dependencias indispensables a otros, y un larvado y permanente miedo a sufrir un agravamiento, e incluso, un temor a la muerte que ve como un acontecimiento real.
Pasar de la salud física a una enfermedad grave o muy limitante, constituye un duro golpe a su más íntima seguridad; el enfermo se da cuenta por vez primera, que no es inmune y que ya no lo será jamás en el futuro. Es un golpe a su seguridad interior, y a su narcicismo si es que lo padecía. Su autoestima se ve muy disminuida. Empieza a gestarse una desconfianza en sus propias fuerzas biológicas. Se engendra en su corazón un miedo que jamás había sentido y que le parece totalmente extraño y diferente a todos los demás temores que había experimentado.
El enfermo grave, crónico, o severamente ya limitado por su enfermedad, deja de ser la misma persona. ¡Tantas incógnitas, miedos y dudas pasan por su mente, que resulta imposible que pueda ser la misma persona! Su conmoción lo ha golpeado en el centro de su alma, afectando todo el espectro de sus fundamentales emociones.
Un buen porcentaje de enfermos de ésta clase, experimentan un impresionante crecimiento emocional y espiritual. Descubren valores que su visión anterior no percibían; cambian de sitio el orden de cosas en sus vidas: excluyen algunas e incorporan otras enteramente nuevas.
Por lo general, el enfermo valora más la vida y le da al momento presente un valor de eternidad. Cobra conciencia de que verdaderamente va a morir (no necesariamente de su enfermedad), y se trata de una consciencia profundamente espiritual y sensible, y no la conciencia ligera de la persona sana.
Por todo esto, creo que Nietzsche tiene absolutamente la razón cuando escribió: “El enfermo tiene a menudo más sana su alma que el sano”. Y la tiene, porque se ha vuelto mucho más humano, más consciente de sus limitaciones y riesgos; es más compasivo con los demás, y más tolerante. Y casi siempre, empieza a vivir una vida más autentica y genuina.
jacintofayaviesca@hotmail.com
twitter: @palabrasdpoder