Séneca nos pide que reivindiquemos la posesión de nosotros mismos
Séneca, pensador por excelencia como formador de almas de provecho, en su primera Epístola de sus Epístolas Morales, a Lucilio, escribió:
“Obra así querido Lucilio: reivindica para ti la posesión de ti mismo, y el tiempo que hasta ahora se te arrebataba, se te sustraía o se te escapaba, recupéralo y consérvalo. Persuádete de que esto es así tal como escribo: unos tiempos se nos arrebatan, otros se nos sustraen y otros se nos escapan. Sin embargo, la más reprensible es la pérdida que se produce por la negligencia. Y, si quieres poner atención, te darás cuenta que una gran parte de la existencia se nos escapa obrando mal, la mayor parte estando inactivos, y toda la existencia obrando cosas distintas de las que debemos.
“¿Y a quién me nombrarás que conceda algún valor al tiempo, que ponga precio al día, que comprenda que va muriendo a cada momento? Realmente nos engañamos en esto: que consideramos lejana la muerte, siendo así que gran parte de ella ya ha pasado. Todo cuanto de nuestra vida, la muerte lo posee.
“Todo, Lucilio, es ajeno a nosotros, tan sólo el tiempo es nuestro: la naturaleza nos ha dado la posesión de éste único bien fugaz y deleznable, que es el tiempo, del cual nos despoja cualquiera que lo desea”.
Las anteriores reflexiones de Séneca constituyen un verdadero tesoro de sabiduría. Reflexiones que si acudiéramos a ellas con frecuencia, no cabe duda de que nuestras vidas se enriquecerían notablemente.
Séneca nos pide que reivindiquemos la posesión de nosotros mismos. Y ésta reivindicación solo podremos lograrla si cambiamos la noción que tenemos del “tiempo”, y sobre todo, la conducta que desarrollamos para la buena o deficiente utilización de nuestro tiempo.
Para Séneca, estas son las maneras como hacemos un pésimo uso del tiempo:
-El tiempo que otras personas nos arrebatan, consintiendo nosotros en ese arrebato: intrusos, personas que nos obligan a realizar actividades que no queremos y que no nos negamos por pena, visitas de personas ociosas y por las que no sentimos el menor cariño o interés, etc.
-El tiempo que se nos escapa: se trata de desperdiciar esos trozos de minutos, medias horas sueltas, días enteros, por el simple hecho de que no sabemos qué hacer con nuestro tiempo. Aquí no sólo se da la carencia de tareas que consideremos valiosas, sino además, de que al tiempo no le damos el mínimo valor.
-El tiempo que perdemos por la “negligencia”. Toda negligencia de nuestra parte implica una actitud o comportamiento de descuido, abandono de nuestras tareas importantes, irresponsabilidad por lo que “debemos hacer” y que no hacemos. Somos negligentes al dejar de tener interés en cuestiones importantes o vitales para nuestra vida. En una palabra, nos inunda la indiferencia, la pereza, y la dejadez más lamentable. Toda negligencia nos va reclamar más tarde, que hagamos (si aun es posible) lo que debimos hacer en su momento. Y si aun pudiéramos hacerlo, la inversión de tiempo va a ser mucho mayor. Recodemos el refrán popular: “El flojo trabaja dos veces”.
-Estando inactivos la mayor parte del tiempo. Si no estamos impedidos físicamente, ésta inactividad es un efecto de la abulia, de abandonarnos de la manera más lamentable. La carencia de objetivos valiosos nos conduce a una apatía paralizante.
-Y, Séneca nos advierte de otra forma de perder el tiempo: haciendo cosas distintas de aquellas que debemos hacer. Esta forma de perder el tiempo es una de las más trágicas, ya que significa que no hemos logrado establecer una jerarquía de prioridades, y de que no tenemos claro en nuestra conciencia, las cosas esenciales e importantes, de aquellas que no lo son.
Quisiera señalar que existe una causa que subyace en todas la variadas maneras de perder nuestro tiempo: el hecho de que nuestra conciencia no advierte que vamos muriendo a cada momento. Quien no admite que va a morir en cualquier momento, deja todo para mañana o para el próximo año. Quien sabe que cada día que pasa, la muerte se nos va acercando, se vuelve diligente, pues sabe que debemos aprovechar el tiempo que nos queda. Y no se trata de un empleo en sólo cuestiones del trabajo o de nuestro progreso. El platicar con nuestra esposa, hijos, nietos, el convivir con ellos, constituye un aprovechamiento supremo del tiempo. El contemplar la naturaleza, el dedicar tiempo para ordenar nuestra conciencia, el disfrutar de la música que más nos gusta, el darnos tiempo para planear, el asombrarnos cada día ante el hecho de estar vivos, son maneras insustituibles de aprovechar nuestro tiempo.
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