Nos acostumbramos a consuelos que en nada resuelven la causa de nuestros sentimientos
“Entre la desesperación y la nada, me quedo con la desesperación”, exclamó un personaje de una novela de Faulkner, Premio Nobel de Literatura.
Todos experimentamos con cierta frecuencia una serie de sentimientos dolorosos, como la tristeza, soledad, frustración, etc. y en la gran mayoría de los casos, es normal experimentarlos, por más dolorosos que nos resulten. Éste es el costo de estar vivos y de ser humanos. Si se nos muriera un ser muy querido, rompiéramos con una relación afectiva muy valiosa para nosotros, es normal que nos invada por un tiempo una tristeza profunda.
Un signo de padecer un trastorno mental grave, consistiría en no sentir una amplia gama de emociones y sentimientos cuando tuviéramos motivos para sentirlos.
El personaje de Faulkner prefiere la “desesperación” a la “nada”. Y es que la “nada” sería la ausencia de todo sentimiento: un “estar muerto en vida”.
Así como es totalmente valido sentir intensamente emociones que nos resultan muy dolorosas, no sería valido aferrarnos a esos sentimientos y emociones, como un buen porcentaje de los seres humanos lo hacen. A nuestra tristeza justificada le añadimos una intensidad de mayor tristeza que ya no estaría justificada. A nuestra desolación, le agregamos sentimientos de una soledad “absoluta”, cuando esto no es así en la realidad. Y es que en verdad, un porcentaje de la población se aferra irracionalmente a sus sentimientos desdichados, pues lo que busca es una serie de “beneficios secundarios”.
¿Cuáles son estos beneficios secundarios? Son muy variados, pero entre los más comunes se encuentran los siguientes: ser consolados, pretender despertar lastima a los demás, chantajear sentimentalmente al cónyuge, madre o padre, hijos, forzar a otros a que nos escuchen una y mil veces nuestras desgracias.
La anterior conducta siempre es muy dañina, y en algunos casos obtenemos el efecto contrario al deseado: alejamos a personas queridas, nos acostumbramos a consuelos que en nada resuelven la causa de nuestros sentimientos.
Además, ese tipo de conducta nos convierte en “expertos” para estar inventando y sufriendo por cuestiones sin ningún fundamento en la realidad. “Es muy quejumbrosa”, oímos decir de alguien que en todo momento y circunstancia cree tener la razón de quejarse, cuando en la realidad es que se trata de una persona que constantemente quiere “llamar la atención”. Y si a éstas personas les preguntáramos el por qué de tanta queja, de inmediato nos sorprenderían una serie de disparates para justificar sus “quejas”, que de tanto fingirlas llegan realmente a sentirlas. Y si les damos nuestra opinión contraria, se disgustarían y se retirarían perturbadas y resentidas.
Si el personaje de la novela de Faulkner no tuviera otra alternativa entre la desesperación y la nada, nos parece muy humano que elija la “desesperación”. ¡Pero la realidad es que no tenemos por qué elegir entre la desesperación y la nada, como tampoco estamos obligados a elegir entre la tristeza, ira, frustración, y la nada! En la gran mayoría de las veces podemos elegir a favor de la alegría, de la calma, la felicidad, y no necesariamente, por supuesto, a elegir la nada.
En algún momento de nuestra vida cada uno de nosotros sería muy conveniente que se hiciera a sí mismo una de las preguntas más importantes de toda su existencia, y sería ésta:
¿Estoy a favor de mí mismo o en contra; deseo elevarme o despreciarme; quiero ser mi mejor amigo, o mi peor enemigo?
Si durante un buen tiempo nos planteamos ésta pregunta, nos sorprenderíamos de experimentar cambios enormemente positivos en nuestra conducta.
De ésta pregunta fundamental se pueden derivar una gran cantidad de preguntas: ¿Quiero seguir golpeando a mi pareja, o comportarme con dignidad? ¿Es necesario que degrade, golpee e insulte a mis hijos, o mejor los educo en una superior manera de vivir? ¿Pretendo continuar poniéndome yo mismo trampas para fracasar con justificación? ¿Quiero seguir llorando sobre el negocio que ya no tengo, o como cientos de millones de personas que me dan ejemplo, inicio otro negocio con optimismo? ¿Quiero continuar haciendo de mi estómago un basurero de grasas, azucares, y comida mortal, o hacer de mi estómago un templo para recuperar mi salud?
Muy por encima de nuestras debilidades, sentimientos desdichados generados sin fundamento, hay otras actitudes y conductas totalmente diferentes, y que nos construyen y elevan.
En vez de llorar por lo realmente perdido, emprendamos una nueva actividad que nos vuelva a “enganchar” a una vida activa y productiva. ¡Poner un alto a tanto sentimiento trágico sin fundamento alguno! ¡No permitamos que un buen día nos digamos a nosotros mismos: cuánto llore por lo que nunca perdí, cuánto sufrí por tanta desgracia que nunca me sucedió!
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