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PALABRAS DE PODER

El indicador que importa

JACINTO FAYA VIESCA

EL PRODUCTO NACIONAL BRUTO, NO ES IGUAL AL BIENESTAR ESPIRITUAL NACIONAL BRUTO

He afirmado en otras columnas que el fracaso de nuestra sociedad capitalista se encuentra en su forma de producción y de consumo desenfrenados. El primer ministro de Gran Bretaña, Churchill, dijo que la democracia era la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás.

Parangonando a Churchill, podemos afirmar con toda seguridad, que la "sociedad de mercado" es el peor modelo económico, a excepción de todos los otros.

El vicio y la perversión del capitalismo no están en la libertad de empresa, sino en los perversos excesos de los modos de producción y de consumo, y en los vicios del manejo de los grandes capitales financieros.

El desastre económico de 2008 que sufrió los Estados Unidos causó que quince millones perdieran su empleo y varios millones perdieran sus casas - hogares, al no poder pagar sus abonos mensuales hipotecarios.

El desastre norteamericano no probó el fracaso del capitalismo, como modelo de organización y producción económica, sino que comprobó, que el capitalismo desmesurado fomenta la codicia, la envidia y la injusticia de una forma inhumana.

Estamos en contra de la idea de que el consumo exagerado e inútil, incremente la felicidad de los seres humanos. Y en cambio, sí podemos afirmar que si a la sociedad capitalista no se le regula bajo los controles éticos y sociales más estrictos, se darán las enormes especulaciones financieras, que como en el caso norteamericano, llevaron a la quiebra a ese país. La libertad económica "sin límites" en un sistema capitalista, engendra los horrendos monstruos de "injusticias personales y sociales sin límites".

"Nada en demasía, nos dijo un gran sabio de la Grecia Antigua".

A mayor especulación financiera y a mayor concentración del capital en unas cuantas personas, se dan menos y más delgados lazos de solidaridad. A mayor riqueza de los dioses privilegiados que detentan la riqueza del país, se darán niveles mínimos de justicia social. A mayor endiosamiento de los grandes potentados, menor conciencia y valor hacia los grupos sociales.

En Estado Unidos, primera economía mundial; en Japón, segunda potencia económica; en Alemania, tercera nación más rica, hoy en día la riqueza de esos países ha crecido cuatro veces más en los últimos decenios: un cuatrocientos por ciento más. Y nadie en su sano juicio, podría decir que los pobladores de esos países son actualmente cuatro veces más felices. Y lo mismo se aplica a decenas de naciones, que han incrementado su riqueza nacional, y que en cambio, en nada han aumentado los niveles de felicidad de sus habitantes.

Hay que aniquilar el gran mito, la perversa mentira, de que el aumento de la renta nacional trae un incremento en la felicidad personal. Esto sería absolutamente cierto, en naciones donde la miseria es devastadora, como los millones de habitantes de las naciones del Subsahara en África, y países como Haití.

El aumento del producto interno bruto no es igual a la alegría, satisfacción y felicidad nacional bruta. La única excepción se da para los países que viven en la miseria.

La solución está en la remodelación de nuestro sistema capitalista y no en su extinción. Remodelación que debe conservar la libertad de empresa y de mercado, pero fortaleciendo a las unidades económicas más pequeñas y medianas, y frenando las salvajes especulaciones financieras, donde pierden su dinero millones de personas, pasando a la bolsa de unos cuantos protegidos y bien informados.

No se trata de pugnar por una sociedad capitalista ascética y estoica, pues sería absolutamente contradictorio. En última instancia, las personas tienen todo el derecho de consumir bienes y servicios que "por el momento", les hagan más llevadera la vida. No estamos a favor del Gran Hermano, que dicte los criterios para la producción y el consumo de una nación.

Simplemente, la remodelación de la sociedad de consumo debería evitar la poderosa promoción de la codicia y de la envidia. No necesitamos a un grupo de sabios que vengan a configurar una sociedad de consumo perfecta.

Y al final de cuentas, no va a decidir un grupo selecto los criterios económicos. Las mejores opiniones las encontraremos entre los mismos pobladores de una nación: todos los grupos representativos del tejido social. Cada persona está capacitada intelectual, emocional y espiritualmente, para saber qué es lo correcto, lo sensato, lo justo y lo equilibrado.

Cada uno de nosotros sabe perfectamente cuándo estamos consumiendo sólo para evadir un problema existencial o un conflicto emocional.

A cada uno de nosotros le puede quedar claro, que el producto nacional bruto, no es igual al bienestar espiritual nacional bruto.

jacintofayaviesca@hotmail.com

twitter: @palabrasdpoder

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