Toda persona dura, prepotente y arrogante, padece de una severa inseguridad en sí mismo
La persona tímida y miedosa no puede esconder su miedo y su timidez. Actúa con sigilo y con un exceso de prudencia. Y si las circunstancias le exigen más de lo que puede dar, quisiera que la tierra se lo tragara. ¡“Trágame tierra”!, es una frase que se dice con frecuencia para sí misma.
Siempre se pensó, que el carácter contrario al de la persona tímida y miedosa, era el de la persona arrogante, dictatorial, presumida, atrevida. De esas personas que siempre están a la defensiva, para quienes el ataque es la mejor defensa.
Si analizamos a los grandes personajes de las novelas del siglo XX, e incluso si estudiamos a personajes como Agamenón, de La Ilíada de Homero, escrita setecientos años antes de Cristo, nos percatamos, por ejemplo, con Agamenón, que se le consideraba a su exceso de atrevimiento y a sus graves insultos contra Aquiles, como un ingrediente adicional de su fenomenal valentía.
Es cierto, que una persona intransigente, despótica y que siempre se cree superior, puede ser muy valiente, e incluso rebasar las fronteras de la valentía para entrar al terreno de la más pura temeridad, donde “ya no se siente el menor miedo”. Pero también, el tímido y miedoso puede ser muy valiente.
Antes de que Freud irrumpiera en la escena de la psicología, novelistas, educadores y psicólogos pensaban que el presuntuoso, el pagado de sí mismo, el déspota intransigente, gozaban de un “exceso de amor a sí mismo”. Se le consideraba un “narcisista” que estaba enamorado de sí mismo. Se pensaba, que todo su amor se volcaba hacía él, y ya nada de amor le quedaba para los otros.
Éste tipo de persona está muy bien descrito en la primer gran novela psicológica de Francia: “Rojo y Negro”, de Stendhal. Julián, el personaje principal de ésta inmortal novela, es el ejemplo perfecto de la persona narcisista, arrogante, y supuestamente, llena de un enorme amor a sí mismo.
Tuvo que llegar Freud, para desenmascarar el carácter de esos supuestos “dominadores del mundo, gracias a su inmensa seguridad interior”. Freud, el creador del psicoanálisis, al bucear en el inconsciente de sus pacientes, se encontró con ésta sorpresa: el narcisista y ese intransigente dueño de sí mismo, era una persona que no gozaba de un exceso de amor a sí mismo, sino que se quería poco, abrigaba constantes dudas sobre su valía y capacidades, y nunca estaba seguro que los demás lo estimaran y le reconocieran su valía personal.
El presuntuoso, presumido y narcisista, logró enmascarar muy bien sus problemas ante los demás, aun y cuando siempre sufría mucho. Los Diarios íntimos de novelistas y poetas de los siglos XVIII y XIX, nos muestran la real dimensión de éstos infortunados, quienes lograban engañar a todos, menos a “sí mismos”.
La psicología profunda, la que trabaja con el inconsciente, ha logrado dibujar un mapa muy preciso de la personalidad y carácter de éstas personas. En los valles y montañas del mapa caracterológico de éstas personas vanidosas y presuntuosas, resalta una “pobre seguridad interior”. Cuando logran engañar a los otros con su altanería, su pobre nivel interior de seguridad se eleva desmesuradamente, lo que los hace pensar, que estaban equivocados con sus dudas: que realmente son muy fuertes emocionalmente, lo que recrudece su narcisismo.
Pero al narcisista le llega una crisis tras otra, y toda su vida puede pasarla entre sentirse un “inferior” que engaña a los demás, para después, caer en el abismo del aislamiento, el miedo y el pobre amor a sí mismo.
Toda persona dura, prepotente y arrogante, padece de una debilidad interior y de una severa inseguridad en sí mismo. La persona dura, es una pésima conocedora del ser humano. Como no conoce a los demás, potencialmente le teme a todos, y de ahí su dureza a fin de que los otros no puedan entrar a su interior y llegar a lastimarlos.
El buen conocedor de sí mismo y de los demás, es bondadoso. Podrá gozar de un carácter fuerte y firme, pero éste carácter jamás lo pondrá al servicio de humillar a los otros, sino de beneficiarlos en la medida en que pueda.
La única manera de que el narcisista y presuntuoso pueda curarse, consiste en que se abra a los demás y que se interese por ellos. Cuando se abra a los otros, mostrará sus debilidades que tanto sufrimiento le han causado durante toda su vida. Se dará cuenta, que su inseguridad se irá extinguiendo en la medida en que empiece a tratar a los otros, sin pretender revestirse de una “dureza” que no existe.
El conocer a muchas personas, el hablar con ellas de sus intimidades y de las nuestras, nos irán convirtiendo en mejores conocedores del los demás y de nosotros. Al final nos daremos cuenta, que todos, en una medida u otra, padecemos de inseguridades y de temores, de que todos, en muchas circunstancias, podremos actuar con mucha eficacia y fortaleza, que todos tenemos acceso al amor de otros, y que todos podemos amar desinteresadamente.
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