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Palabras de Poder

Encuentros con Shakespeare

Jacinto Faya Viesca

‘Entre el saber qué hacer, y el hacer las cosas, nos separa un océano’

Señor William Shakespeare: quiero presentarme ante usted, -habló el caballero-, me inclino ante usted no sólo por ser la mejor cabeza que ha dado el mundo, a juicio de los mejores pensadores, sino también, por su inconcebible sabiduría y la enorme nobleza de su corazón!

Con todo respeto, señor Shakespeare, le agradezco infinitamente que haya aceptado que con alguna frecuencia podamos platicar. No pude resistirme a pedírselo, pero es que solo usted en todo el mundo, es de los pocos que puede aconsejarnos y transmitirnos la más profunda sabiduría para vivir.

A lo largo de toda su extensa obra escrita, señor Shakespeare, sus personajes insisten en la inmensa diferencia entre nuestros propósitos y la realización de ellos. Me acuerdo, que en su obra, El Mercader de Venecia, su personaje Porcia, exclama: “Si hacer fuera tan fácil como saber lo que hay que hacer, las ermitas serían iglesias, y las cabañas de los pobres palacios de príncipes. Es buen teólogo quien sigue las propias consignas. Me es más fácil enseñar a 20 lo que sería apropiado hacer que ser uno de los 20 y seguir mis propias enseñanzas”.

Siendo absolutamente cierta su anterior reflexión, señor Shakespeare, ¿significa que estamos destinados a no realizar nuestros propósitos?

¡Mira querido amigo!: si lees cuidadosamente “La Ilíada” de Homero, la Biblia, la literatura oriental, observarás que todas estas obras al igual que la sabiduría popular, llegan a la misma conclusión. Por ejemplo: ¿a quién le son extrañas éstas máximas?: “Entre el dicho y el hecho hay un largo trecho”, o bien, “El infierno está empedrado de buenas intenciones”, o el refrán que dice: “El prometer no empobrece”.

Lo que quiere destacar Porcia en su parlamento, es que comúnmente pensamos en lo “difícil que es cómo saber lo que hay que hacer”. La realidad es que toda persona comúnmente “sabe” perfectamente qué es lo que debe hacer. En cambio, el problema radica en que aun sabiendo lo que “debe hacer”, comúnmente “no lo hace”.

Dado su inmenso conocimiento de la conducta humana, señor Shakespeare, ¡acláreme cuál es la razón de que sea mucho más fácil saber lo que hay que hacer, que “hacerlo”!

Por lo que he observado, amable caballero, todos los seres humanos somos arrastrados por una corriente oculta que nos inclina a lo fácil y a la negligencia. Recuerda lo que dijo el Apóstol San Pablo: “Sabiendo qué es lo mejor, hago lo peor”. Y en mi obra Hamlet, no podemos comprender las torturantes dudas de Hamlet en su intento de querer vengar el crimen cometido a su padre. No sé si te queda clara mi explicación.

Sí me queda clara, pero a la vez, no puedo ocultarle señor Shakespeare, la gran desilusión que siento. Si usted, que es el hombre más sabio que jamás haya existido, nos presenta ésta enorme dificultad para “hacer” las cosas, aun sabiendo qué es lo que debemos hacer, ¿qué esperanza nos queda para remediar ésta viciosa tendencia de no hacer las cosas, qué según parece, nacimos con ella?

Es cierto que se da una tendencia en todos los seres humanos a no hacer lo que saben qué deben hacer. Ésta tendencia es una mezcla de negligencia, descuido, gusto por lo fácil y rápido. Pero esto no es un condena que todos debamos llevar a cuestas, ni es un destino fatal.

Si tú lees mis obras, te darás cuenta de mi firme creencia en la enorme fuerza de la voluntad, en el inmenso poderío de una firme decisión, y en la magia de la constancia. Si algunas cosas no las hacemos por simple temor, no hay razón para no llevarlas a cabo. Recuerda lo que escribí en mi Tragedia titulada, Julio César: “Estoy fresco de espíritu y resuelto a enfrentarme constantemente a todos los peligros”.

Recuerda que siempre he dicho que la acción es lo preferible, y que la inacción a nada nos conduce. ¿O no es así, como lo deje escrito en mi obra Otelo, en voz de mi personaje Iago?: “El placer y la acción hacen que las horas parezcan cortas”.

Siempre he estado convencido de que la acción está llena de magia y de prosperidad. Creo que el hombre puede hacer a un lado su inacción, y en su lugar, actuar, sabiendo, que los actos acumulados rinden riquísimos frutos. ¿O no es lo que dije, mi amigo, en mi obra, Enrique IV, cuando el personaje Constable exclamó: “Con un poco que hagamos, todo está hecho”?

¡Admirable!, señor Shakespeare. Sabemos que usted es un creyente de los poderes maravillosos de la acción, del hacer, y no de la palabra vaporosa que se desvanece, como lo dijo en una de sus obras. Y ahora recuerdo, cuando hizo palidecer a las vanas palabras que pretenden sustituir a los hechos. Esta idea la escribió en su obra, El Mercader de Venecia, cuando el personaje Shylock, dijo: “Juro por mi alma que no hay poder en la lengua de un hombre”.

Así es: el poder está en la acción, en cumplir con nuestros propósitos. La fuerza está en la decisión firme, en la ejecución constante de nuestros proyectos. Con lo que nos ha dicho, señor Shakespeare, creo que la acción tiene corazón, músculos y sangre, y que todos podemos acceder a ella.

jacintofayaviesca@hotmail.com

twitter: @palabrasdpoder

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