Alguna vez, hace mucho tiempo, le preguntaron a Don Adolfo López Mateos si ser presidente era difícil. Su respuesta, sin desperdicio, queda para la historia: "No mi amigo, ser presidente no es difícil. Lo difícil es ser expresidente", respondió. Y es que pocas cosas tan ingratas como el sistema político mexicano que confiere a los mandatarios en turno toda clase de prebendas, poderes y privilegios durante seis años, para después sumirlos en el ostracismo, obligarlos al retiro forzado, al frío e implacable despoder; a que el universo no gire más en torno a ellos. Bien lo señaló Luis Spota en "El Primer Día", novela que como pocas retrata las tribulaciones de una expresidencia: "Se le terminaban las razones y los motivos, corría como si se le acabaran las horas para salvar al país. Su cara había perdido colorido. No era el mismo de antes".
Con un nuevo Gobierno de la República en puerta y a escasos cuatro meses de entregarle la silla a su sucesor, el Presidente Felipe Calderón vive su eclipse personal, pero enfatiza en todo foro en el que se presenta, los éxitos de su administración al tiempo que busca causales que justifiquen el estrepitoso fracaso de Acción Nacional en las urnas. Quizá aferrándose a uno de los pocos bastiones de poder donde todavía puede ejercer cierta influencia -su propio partido- y tras expresar su deseo de fungir como el timonel que encabece la denominada "refundación" panista, Calderón dijo en una reunión a puerta cerrada que la candidata presidencial Josefina Vázquez Mota perdió dos meses para explicar a los votantes por qué se hacía llamar "diferente", al tiempo que destacó que al ser el partido en el gobierno, el PAN debió proponer el "eje de la continuidad". En tanto, el Ejecutivo Federal reconoció que no pudo traducir los logros de su gobierno en votos para el PAN. Lo que a Felipe Calderón se le olvidó -o no quiso decir- fue que la cifra de cuarenta mil muertos que hoy arroja la fallida guerra contra los cárteles del crimen organizado pesó como lápida en el ánimo del elector y se tradujo en un voto de castigo en contra de Acción Nacional. Tampoco señaló el Presidente un hecho innegable: Ernesto Cordero era el favorito, el delfín, el consentido. De haber sido él el candidato, probablemente el apoyo desde Los Pinos hubiese sido mucho más abierto e indiscriminado y la maquinaria panista habría operado incansablemente a su favor. Como no fue así, a Josefina la dejaron sola como un buque a la deriva y ahí está el resultado. 2qqs
En la política, como quizá en todo, los absolutos no caben. Achacarle la derrota a Calderón, a la propia candidata y su descoordinado equipo de campaña o a la tibia dirigencia que sin bombo y platillo y sí muchos tropiezos ha ejercido Gustavo Madero, sería poco afortunado. Aunque se busquen justificantes y esté de moda la asignación de culpas, en realidad el declive del panismo fue una labor compartida de muchos años donde cabe la corresponsabilidad de todos los actores a todos los niveles. Es vox populi que de aquel PAN de férreos y sólidos principios que supo ser oposición y fungió como contrapeso del priismo y la "presidencia imperial", poco queda. A doce años del triunfo de Vicente Fox, el extravío y alejamiento de dichos principios rectores, la manifiesta incomodidad que parecen sentir los panistas si de ejercer el poder se trata, la ausencia o reemplazo de cuadros y liderazgos históricos por una camada de advenedizos cuya inexperiencia, afán de poder e infinita voracidad es notoria; todo ello son factores que abonaron a la actual coyuntura. Sin embargo y en honor a la verdad, el PAN no es el único partido cuyo liderazgo y futuro está en entredicho. La izquierda, por ejemplo, hace muchos años perdió la brújula. De cara al futuro y a las siguientes elecciones, en ellos está la posibilidad de realizar un ejercicio de profunda reflexión y autocrítica. De otra forma, el Revolucionario Institucional habrá de tener una estancia prolongada en la Residencia Oficial de Los Pinos. Porque aquí cabe también señalar que si existe un partido que aprendió del fracaso y supo capitalizarlo a su favor, ese partido es el PRI.
ADIÓS, MACORINA
Con la saludable libertad con la que vivió sus días, Chavela Vargas decidió irse en sus propios términos. "Yo no me voy a morir porque los chamanes no morimos, los chamanes trascendemos", expresó esta singular e inigualable intérprete que como pocos supo transmitir las tribulaciones del dolor. Con la muerte de Chavela, quien en sus palabras "se bebió cuarenta y cinco mil litros de tequila, pero aún podía donar su hígado", también se va una parte de la historia de México y del siglo veinte. Descanse en paz.
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