Ningún acto de campaña o de promoción política le ha resultado tan exitoso al Gobierno del Distrito Federal como el concierto de Paul McCartney ayer en el Zócalo. No tengo idea de cuánta gente haya ocupado la plancha de la plaza ni las calles adyacentes, pero es probable que haya sido la mayor concentración humana en el centro de la ciudad en la historia.
Lo curioso del caso es que el gobierno de la priista Ivonne Ortega en Yucatán canceló el concierto de McCartney que había programado en Chichén Itzá. El argumento es que la fecha caía en la "época de silencio" de la campaña electoral. "Hubiera sido un concierto que no se hubiera podido difundir --declaró en abril la gobernadora tras anunciar la cancelación-- porque se podría interpretar como una promoción del estado".
Este temor no fue obstáculo para el gobierno perredista del Distrito Federal, que aprovechó la presencia de McCartney en un concierto comercial en el Estadio Azteca el 8 de mayo para negociar una presentación "gratuita" en el Zócalo el 10 de mayo por la noche.
Como fanático de los Beatles de toda la vida, no puedo ocultar mi entusiasmo. Mucha gente que nunca habría podido pagar una entrada a un concierto de McCartney ha tenido ahora la oportunidad de verlo y escucharlo en vivo. El gobierno capitalino puede asumir los beneficios políticos.
Estoy en desacuerdo, por otra parte, con el pretexto de la campaña electoral para eliminar una amplia gama de programas gubernamentales que no tienen por qué desaparecer en México, como no lo hacen en los países democráticos. ¿Puede el concierto ser interpretado como una promoción política con vistas a las elecciones del primero de julio? Por supuesto que sí. Pero ¿y qué? Desde los tiempos de la república romana los políticos han comprado votos con pan y circo. Esto no va a cambiar, sin importar lo que diga la legislación. Un gobierno no puede esconderse durante tres meses en temporada electoral.
Mucho ha subrayado el gobierno de Marcelo Ebrard que el concierto de McCartney fue "gratuito". La verdad es que en la vida no hay nada gratis: lo que no se cobra de una forma se cobra de otra. Si a los asistentes no se les hace pagar el precio de una entrada al concierto, entonces todos los contribuyentes tendrán que cubrir el costo a través del erario. Los conciertos, de hecho, son un uso muy injusto del recurso público, porque deben aportar recursos para pagar el entretenimiento aun quienes no pueden asistir o quienes no tienen interés en hacerlo.
Esperemos que en esta ocasión cuando menos se nos permita saber cuánto estamos pagando. En diciembre de 2011 el gobierno del Distrito Federal tuvo también un concierto con una estrella internacional, Britney Spears, el cual se llevó a cabo en el Monumento a la Revolución.
La revista electrónica Animal Político señalaba entonces que el costo de ese concierto habría alcanzado el millón de dólares. ¿Cierto o falso? La verdad es que no hay forma de saberlo. El gobierno capitalino se ha negado a dar a conocer la información. De hecho, el titular del DIF de la ciudad de México, Mario Carrillo, sugirió que había que preguntarle a Britney, como si los honorarios de la cantante fueran el único gasto de un concierto.
Esperemos que no ocurra lo mismo con este concierto de McCartney. Si el gobierno de Ebrard y los partidos de izquierda quieren aprovechar el impulso político de un concierto de esta magnitud, adelante. Pero los ciudadanos tenemos derecho a saber por lo menos cuánto de nuestro dinero se empleó para este propósito.
VIPS
Si bien hubo gente que hizo fila dos días para alcanzar un buen lugar en el concierto de McCartney en el Zócalo, el gobierno capitalino puso una zona especial para los altos funcionarios y sus invitados que llegaron poco antes del show. Como habría dicho George Orwell, Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que los demás.
Twitter: @sergiosarmient4