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Perdonen que no me arrodille

OPINIÓN

Perdonen que no me arrodille

Perdonen que no me arrodille

Adela Celorio

Bautizada como Santa María Adela, no puedo negar la cruz de mi parroquia. Creo en un solo Dios, innombrable, y por su misma naturaleza tan impensable como meter el mar en ese miserable charquito que es la mente humana. Por las mañanas me persigno y me acojo a la protección de la Virgen María y al buenazo de San José sin quienes mi orfandad sería insoportable. A la Guadalupana, con la sobrecarga de trabajo que tiene, mejor ni la molesto.

Creo -y eso sí ya puede parecer una irreverencia- que Dios no necesita que yo lo atosigue con mis alabanzas: “Porque sólo Tú eres santo, santo, santo”, que son sólo una forma de miedo y en el peor de los casos de negociación: yo te alabo y tú me cuidas, me das, me haces el milagrito...

Creo en cualquier religión que promueva el respeto, la compasión, el amor y el derecho a la felicidad para todos los seres humanos, y en la libertad de elegir la forma en que nombramos e invocamos al Dios único; porque es buena toda obra hecha con la compasión y la sensibilidad con que Él nos ha dotado. Prueba de ello es que en los lugares más olvidados, los más infames, aquéllos donde nadie quiere estar, siempre aparece una Madre Teresa o un Albert Swaitzer anónimos que acompañan, que sanan, que cuidan, que enseñan y ayudan desinteresadamente a sus hermanos, sin que les importe su raza, el color de su piel o la religión que profesan.

Después de este acto de fe, debo confesar también que visto lo visto al paso de los años, no me queda sino debatirme en la duda más antigua de la humanidad: ¿existe o no existe Dios? No me lo confieso ni a mí misma pero la incertidumbre y el miedo al misterio que entraña la existencia, son lo único cierto en este momento de mi vida. Pero después de todo, monstruos como Torquemada han vivido en la certeza de Dios; y Marcial Maciel, y tantos sacerdotes pederastas. Como decía antes, visto lo visto, ahora el lugar de las certezas lo ocupan las preguntas: ¿qué es lo que define el primer y último latido de nuestro corazón? ¿En qué consiste ese artilugio implacable que enchufado en alguna parte de la cabeza llamamos conciencia? Y cuando pienso en la crueldad con que la vida nos quita a un ser indispensable para respirar, en un tsunami que en unos minutos cambia la historia de un pueblo, o algo mucho más sencillo, por ejemplo en que inteligentes como nos pensamos los seres humanos ni siquiera hemos conseguido que cada uno de los habitantes del planeta despierte con un pan en una mano y un libro en la otra.

Y perdonen que no me arrodille ante los Cristos tristes que coronados de espinas presiden los altares, porque para mí Dios se manifiesta claramente en el estallido de la primavera, en las parejas que ríen juntas, en “el santo olor de la panadería”. Descreo de los carteristas espirituales -existen en todas las religiones- que hacen del Evangelio un negocio muy rentable. “Si el dinero es para hacer el bien, no importa de dónde venga”, dijo alguno de ellos. Algunos jerarcas de la Iglesia se ocupan de los pobres ¡faltaba más!, pero prefieren convivir con los ricos con quienes comparten barrera de primera fila en los toros y brindan con los vinos reservados a los poderosos.

Mucho me han pedido referirme a Marcial Maciel. Pues bien, indudablemente fue un inmoral en muchos sentidos; pero hizo escuela, sembró una ideología. ¡Jesús! Pero bueno, tampoco se trata de arrojar a la basura el hacha con todo y el mango: hay mucha gente buena que trabaja en la obra de los Legionarios y además también los pobres niños ricos necesitan educación, y para eso está el emporio multinacional que creo Maciel y que ahora, lavadita la cara y adecentado, sigue funcionando con sus máquinas registradoras a todo lo que dan. Y como de momento así está el mundo, perdonen que no me arrodille.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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