Estadísticas. Datos del INM indican que del total de menores deportados en 2011 por Estados Unidos, 11 mil 520 son mexicanos, y 2 mil 717, de otras nacionalidades.
Algunos son mexicanos; otros, de países de Centroamérica u otras naciones. Pero los menores indocumentados siguen andando por varios estados del país con la esperanza de vivir mejor. Según el Instituto Nacional de Migración, en 2011 EU deportó a 14 mil 237 infantes a México. Estas son las historias de quienes deberían festejar pronto su día.
UN 'BUS' PARA HUIR DE LA BRUTALIDAD La noche del 19 de marzo avisaron a Flavio que los de la pandilla "Ultra Fiel" lo buscaban para reclutarlo a la fuerza. No la pensó dos veces y sin regresar a casa tomó un camión y con un amigo salió de Honduras, quizá para siempre, con sus 16 años a cuestas.
Ya tenían varias semanas buscándolo, dice. Veinte días antes, el pasado mes de febrero, fueron hasta el colegio donde estudiaba y lo sacaron a la fuerza, frente a sus maestros y compañeros de clase.
"Me estuvieron golpeando como media hora para que me fuera con ellos, pero les dije que me esperaran, que me iría con ellos, pero que me dieran más tiempo, y me dejaron libre", dijo.
Nadie se atreve a denunciar porque los mismos policías avisan a los pandilleros de los denunciantes y las represalias son brutales, afirma. "A los que se animaron a denunciar les arrebataron a sus familias". Y explica qué es arrebatar a su familia: "Matar, te los matan a todos", dice serio.
Así recibió la adolescencia a este hondureño que tardó un mes en cruzar tres países: Honduras, Guatemala y México.
A Flavio se le entrevista a un mes del inicio de su aventura migratoria, en los patios de las oficinas del Grupo Beta, rodeado de otros 50 mexicanos y centroamericanos.
Se encontraban refugiados bajo un tejabán de lámina, recibiendo asesoría y apoyo por parte de integrantes del Grupo No Más Muertes, el cual está compuesto por estadounidenses dedicados a evitar decesos en el desierto.
Flavio nació en un lugar difícil que pasó de las guerrillas centroamericanas a las pandillas armadas con los remanentes bélicos de la década de los ochenta.
NI ADIóS DIJO En 1993 este menor hondureño inició su vida en la zona montañosa del departamento de Morazán, al que pertenece Tegucigalpa, la capital.
"No me tocó disfrutar mucho mi infancia, porque comencé a trabajar desde los 12 años, aprendí el oficio de mecánico y pintor… me gustó más el trabajo que la escuela", narra al describir su pueblo de "pocas calles pavimentadas" y su casita de madera. Aún así, estudió hasta segundo de ciclo, dice, equivalente a segundo de secundaria.
"En esa casita de tablas, aunque teníamos cocinita y dónde dormir, la pasamos cuatro hermanos y mis padres, de los que ni alcancé a despedirme", comenta.
Había pobreza, dice, pero el problema mayor fueron las pandillas.
"Ese día me andaban buscando y con el poco dinero que tenía tomé el bus a las nueve de la noche y vine dando a la frontera de Guatemala con Honduras y de ahí empeñé todo", narró.
"Cuando estaba en Chiapas les tiré una llamada a mis papás y les expliqué que me vine por tal y cual razón, me dijeron que me cuidara, que hiciera lo mejor de mi vida", comenta mientras otros migrantes escuchan su historia.
En su paso por Veracruz, ya en el tren, todo se convirtió en tragedias. Primero fue testigo de cómo un migrante asesinó a otro a machetazos. "Hay gente buena y mala en México. Cuando vas en el tren unos te tiran comida, otros te tiran piedras, te asaltan y te matan".
Al salir de Coatzacoalcos, Veracruz, dice, había una tormenta. Todos corrieron a tomar el tren. Uno de sus compañeros migrantes corrió y al intentar subirse, se resbaló y el tren lo partió en dos.
"Yo me quedé unos segundos mirándolo asustado y corrí a agarrar el tren. Vi también cómo el tren mató a una pareja".
- ¿Regresarás a Honduras?
- No, nada que ver.
- ¿Qué sigue?
- Ya platicamos sobre cómo cruzar el desierto. Vamos a aventarnos de noche, comer poco. Debemos llevar cuatro galones de agua.
- ¿Para dónde vas?
- No sé... quizá para Phoenix.
'TENGO LAS GANAS PARA VENCER LA POBREZA' Migrante en su tierra, el niño Miguel Méndez dejó hace un año familia y escuela en la comunidad tzotzil de Mitontic, municipio de los Altos de Chiapas, para conseguir el sustento en su actividad de "bolerito" en las calles.
"En Tuxtla la vida no es tan dura. Lo que gano me da para seguir adelante. Tal vez un día regrese a la escuela para aprender alguna profesión y ayudar más a mi familia", afirma con su poco español.
A sus 14 años, Miguel es uno de los tantos niños indígenas que abandonan el terruño, empujados por la crisis del campo para trabajar como boleros, "canguritos", vendedores ambulantes y payasitos de cruceros en ciudades como ésta, San Cristóbal de las Casas, Comitán de Domínguez y Palenque.
Miguel inicia su trabajo diario a las siete de mañana, a un costado de la catedral de San Marcos, acompañado de su cajón de lustrador de calzado, su sonrisa permanente y "sus ganas de vencer la pobreza", asegura.
En la realidad cotidiana del menor toztzil no se perciben amarguras, sólo "un poco de tristeza" porque extraña jugar con sus amigos en el campo y los arroyos de su pueblo.
Miguel es uno de los centenares de menores de origen tzotzil, chol, tojolabal y tzetzal que llegan a esta ciudad para integrar el paisaje urbano de edificios, automóviles y peatones, como parte de su entorno social.
Con su labor, los menores reúnen para el alquiler de casas, alimentos, ropa, medicamentos y despensas y dinero que llevan periódicamente a sus familiares en las comunidades.
Cada 15 días Miguel viaja a Chalam, la comunidad donde viven sus padres y dos hermanos menores, que aguardan el apoyo del pequeño.
En Mitontic, uno de los 28 municipios más pobres de Chiapas, las oportunidades de trabajo y desarrollo provocan la migración de sus lugareños. "Dejé la telesecundaria, porque me quitaron la beca".
Recuerda que desde los seis años iba con su padre, Juan, al trabajo de la milpa, la recolección de legumbres y el acarreo de leña.
"Desde que era chiquito trabajo. No sé mucho de fiestas porque los niños indígenas de Mitontic siempre trabajamos para tener qué comer".
Este Día del Niño, Miguel como los otros niños indígenas trabajadores en esta capital, no sabrán de globos, payasos, ni banquetes, porque será un día más para trabajar.
LO IMPULSA LA ILUSIóN DE ESTUDIAR Aunque no aparenta tener 15 años sino más, Javier ya sabe lo que es el hambre y la pobreza, razones que lo obligaron a salir de Guatemala para llegar hasta Houston, Texas, en busca de dos hermanos suyos que le ayudarían a estudiar y luego a trabajar para sostener a sus padres, a quienes dejó en su comunidad.
Motivado por historias que le contaron quienes fueron y retornaron de Estados Unidos, aunque fueran deportados, a Julio esas historias le ayudaron para dejar la escuela y tejer el sueño de cruzar las fronteras de Guatemala y México a pie.
Le fue bien durante los 30 días que tardó en llegar a Nuevo Laredo, Tamaulipas, arriba de "La Bestia" [el tren en el que se suben los indocumentados] desde Chiapas, nombre que los cientos de migrantes centroamericanos le dieron al ferrocarril de carga que sale desde esa entidad hasta Oaxaca, a través de peligrosos entronques que lo llevarían finalmente a Monterrey, Nuevo León, y luego a esta frontera.
"Tuve que tomar 10 trenes para llegar hasta aquí. Pero es un lugar muy peligroso y está muy fea la cosa", comenta al referirse al clima de violencia del que ha sido testigo durante las dos semanas que lleva en la ciudad.
Sin embargo, su sueño de llegar a Houston quedó trunco al llegar a Nuevo Laredo, en un lugar conocido como Estación Sánchez, 15 kilómetros al sur de la ciudad por la carretera a ciudad Anáhuac, Nuevo León.
En ese lugar es frecuente que grupos de migrantes sean privados de su libertad por hombres armados, pero en vez de delincuentes, para su buena suerte, les cayó la "migra" mexicana, es decir, agentes del Instituto Nacional de Migración (INM).
"No pude cruzar porque nos cayó la 'migra'", dice tras mencionar que viajaba con otros hondureños mayores. Explica que tiene deseos de estudiar y trabajar, actividades que para los pobres como él están prohibidas, y dice que mantendrá su lucha por cruzar.