Or razones que no vienen a cuento, tuve que realizar un viaje a San José de Costa Rica. Por algún motivo no iba yo muy animado a esa travesía, pero al final de cuentas, me impulsaba aquel conocido dicho que reza así: "Cuando menos una vez al año, ve a algún lugar que nunca hayas visitado".
Así que emprendí el viaje realizando primero una escala en el D.F. con la intención de visitar la exposición de Fernando Botero, que se encuentra actualmente en el Palacio de las Bellas Artes.
Alguna vez, había yo realizado un viaje a esa ciudad, sólo con la intención de ver una pintura de Botero. Es la de Santa Rosa de Lima y a su sola vista me sentí satisfecho, así que ahora, esperaba inundar mis ojos de ese arte tan peculiar que tiene el pintor colombiano.
Sin más trámites, me dirigí a Bellas Artes y comencé por admirar las esculturas monumentales que están ubicadas a las afueras del palacio.
La sensación ante ellas es que te encuentras en "tierra de gigantes", pues las dimensiones de la obra son verdaderamente monumentales.
La mujer acostada, los bailarines, la mujer sobre el toro y otras, son de una belleza incomparable, pues para un simple mortal no es fácilmente comprensible cómo el artista puede trabajar con esas dimensiones.
Pero aquello era sólo una probadita de todo lo que se encontraba dentro de las salas de Bellas Artes, como lo pude descubrir después.
Ya dentro, en cuadros también monumentales estaban cientos de pinturas de distintas épocas por las que el artista te lleva de la mano con su obra.
La viuda y los niños, los bailarines, los toreros, el circo, los payasos, la costurera y trapecistas. Todo es una verdadera maravilla al alcance del gran público.
Pero debo reconocer que lo que más me impresionó fue el Cristo de Botero. Un Cristo inigualable, pues nunca había visto una figura del Nazareno gorda muy gorda, Pero en la obra del artista no podía haber sido de otra manera. Lo maravilloso es que aún así, no parecía grotesca.
Una de las salas está dedicada a las esculturas de tamaño natural, igualmente bellas, talladas como si fueran en ónix; y ante ellas dan ganas de llevarse una a la casa, aunque su precio es muy alto.
Animado con tanta belleza, salí de Bellas Artes, no sin antes visitar la librería y adquirir un libro de mi amigo Felipe Garrido, el de los "Conjuros", con el ánimo de disfrutarlo durante el viaje, pues son cuentos cortos sin continuidad que puede uno suspender en cualquier parte.
Satisfecho de la visita, pero con hambre, me dirigí al Au Pied de Cochon, uno de mis restaurantes favoritos en la ciudad de México con la intención de degustar unos ostiones de Bretaña que ahí son deliciosos y siempre que tengo oportunidad me doy ese gusto.
En la tarde-noche comenzaría mi aventura por Costa Rica, con una serie de peripecias que ya iré relatando en otras entregas.
Viaje extraño, por algunos contratiempos, pero que conforme pasaron los días, se fue componiendo y al final todo salió bien.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".