Para la construcción de la iglesia de Juanchorrey, Tep., Zacatecas, se solicitaron, por un grupo de vecinos y el párroco de Tepetongo, los permisos en el Obispado de Guadalajara, Jalisco, en 1825. La construcción se inició en 1828 y se terminó el templo en 1833, con torre y techo de vigas y en 1887, se quitaron las vigas y se hizo el embovedado, la cúpula se hizo hasta 1967.
Originalmente la virgen era pequeña y en 1871, a costas de don Antonio González, se compró la bella imagen, de bulto entero, con medida de un metro diez centímetros y es la que se conserva hasta la fecha.
Su fiesta se celebraba el ocho de diciembre de cada año, y a finales del Siglo XIX, se cambió esa fecha al día dos de febrero, Día de la Candelaria. Su fiesta es originalmente religiosa, en Juanchorrey, celebrándose con danzas, mañanitas, música, peregrinaciones, pastorelas, cohetes y cámaras y fuegos pirotécnicos, juegos para niños y vendimias, acudiendo muchos hijos ausentes de Juanchorrey, sus hijos y personas que no son del lugar, pero que algún amigo los invitó.
Una de esas personas que no son originarias del lugar y que fue invitado, don Oliverio Rodríguez Herrera, vecino de Matamoros, Coah., y que ha ido varias veces a las fiestas, escribió en su libro “Huellas en el Centenario”, “Crónicas de un Coahuilense”, un capítulo del que tomo algunos párrafos, como sigue:
“Hace aproximadamente 24 años tuve la oportunidad de conocer Juanchorrey, Zacatecas, a invitación de mi compadre Jesús María Reveles, por este rancho corrían en antaño los arroyos al pie del despeñadero. Asistíamos a la celebración religiosa del día dos de febrero; eran fiestas patronales, por lo tanto se respiraba un ambiente de alegría y a la vez de fervor. Como transportado a una película como las que hacían en el ayer Jorge Negrete y Pedro Infante, al son del tamborazo o del mariachi, me veía rodeado de charros a caballo, gente que acudía al jaripeo, niñas y niños de blanco vestidos para primera comunión y en el ambiente flotaba el aroma de los chicharrones recién hechos en el clásico caso de cobre y se escuchaba el constante repiqueteo de las campanas de la iglesia. El pueblo estaba adornado con papelillos de colores y admirábamos la peregrinación con arcos de belleza increíbles, con los que avanzaban a través de las callecillas que subían y bajaban siguiendo lo sinuoso del terreno. Así viví esos días”.
“Recuerdo el sabor ardiente del tequila, las notas de la banda en el kiosko del poblado, y la tierra roja de aquella parte de Zacatecas. Los nopales que como chaquira adornaban las serranías, y los lienzos de piedra que hablaban de historia y del esfuerzo de los lugareños por sobrevivir”.
“Juanchorrey es tierra a la que en vacaciones regresan los que emigraron buscando el sustento en otros lares, la mayoría dedicados a la elaboración de las tortillas de maíz. Vuelven con sus familias reafirmando el lugar de sus ancestros. Saludo cordial, su forma especial de hablar me impresionó. Qué gratos recuerdos”.
“En varias ocasiones he vuelto a Juanchorrey, y he notado que en esos últimos años las cosas han cambiado. Ahora existen muchas residencias, y por las calles circulan camionetas y autos de último modelo. La gente ya no es la misma, las generaciones de hoy acuden y se divierten en ese terruño, de acuerdo a la nueva época... Ahora se instalan en la pequeña placita conjuntos y bandas con aparatos de miles de wats de potencia; la vendimia ahora es de juguetes chinos y de discos con reproductores que hacen mucho ruido”.
“De regreso de Juanchorrey, imposible venir sin probar las tartas de chorizo de Tepetongo, que es cabecera municipal del pueblo. Es placentero visitar también Jerez y Colotlán, esta última capital del cinto piteado. Aún recordamos el sabor del rico pan de maíz de estos pueblos, cuyos enrejados forjados de acero, ventanas como puertas y balcones combinados con la cantera rosa, conservan aún el toque de la provincia mexicana...”.