Quinta y última parte...
Recordando al escritor Pablo C. Moreno Vivero, en el cuarenta aniversario de su fallecimiento, ocurrido el 10 de septiembre de 1972, mes de la Patria que tanto amó.
Datos demi libro inédito. Bustos en bronce en la Calzada de los Escritores en la Alameda Zaragoza de Torreón, Coah., como sigue:
Su muerte: Pablo dejó de existir el 10 de septiembre, mes de la Patria que tanto amó, de 1972. Dejó un gran hueco en las letras laguneras. Tantas obras iniciadas que quedaron inconclusas, pero lo que nos dejó, su ejemplo, sus enseñanzas, su tesón, su abnegación y la obra publicada, que son varios libros, constituyen una invaluable riqueza que debemos de aquilatar, en lo que vale, los laguneros que tenemos el privilegio, su querido compadre y gran amigo don Emilio Herrera Muñoz, en un artículo que publicó en El Siglo de Torreón el 15 de septiembre de 1997, hace un recuerdo de Pablo, y lo describe como era en sus luchas por la cultura, y en uno de sus párrafos, más bien dicho el primero, dice lo que sigue: “Don Quijote de la Cultura, Pablo C. Moreno, en sus años mozos arremetía contra sí mismo, con tal de sacar a la luz y al aire las mil ideas que le bullían en el intelecto y en el alma. Así las declaraba”.
Yo le conocí en la antigua cancha de la Escuela Alfonso Rodríguez, mejor dicho, le vi allí por primera vez en ocasión de la puesta en marcha de algún torneo basquetbolista. Exitaba a los competidores a mantener en un cuerpo sano una mente igual.
Después su figura se me hizo familiar. Por las calles de nuestra ciudad le tropezaba con frecuencia. Llevaba siempre bajo el brazo uno o varios libros. Años después tuve la oportunidad de constatar que todos ellos tenían frases o párrafos completos subrayados o anotaciones manuscritas en sus márgenes, prueba elocuente de que habían sido leídos. Solía pararse a conversar donde tropezaba a los amigos con una plática entusiasta y erudita acerca de mil diversos temas, cualquiera de los cuales hacía derivar, de una u otra forma hacia los terrenos de la cultura.
Personalmente lo conocí en la Comercial, en la que fue mi maestro. Iniciamos, entonces, una amistad que duró para siempre. Acabamos compadres. Yo apadriné a su hija Anita en su matrimonio con Juan Álvarez. Él me presentó a don Antonio de Juambelz y a Enrique Mesta y me inició en esto de emborronar cuartillas.
Pablo fue activisimo miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, historiador, maestro y en los últimos años de su vida el cronista de la ciudad de Torreón.
Se le han rendido homenajes póstumos, como reeditar algunas de sus obras, y poner su busto en bronce en la Calzada de los Escritores en la Alameda Zaragoza. Ojalá desde ese lugar, de su ausencia, pueda ver lo que en vida no logró, pero que, por lo menos, su familia ha visto los frutos de una siembra fecundada.
Un Centro Cultural lleva su nombre y en su interior tiene otro busto recordando su memoria.
Al morir Pablo, quise dejar un recuerdo perenne a su memoria, por ello escribí un poema que apareció en las páginas de un diario local el sábado 16 de septiembre de 1972, y que aquí reproduzco: “Como un águila herida, que prefiere la muerte, al saber que sus alas ya no pueden volar. Tú perdiste la vida al mirar que la suerte, te cortaba esas alas de tu intenso bregar, que dejara en tus libros un legado inmortal.
Por fin vas a saber, como dijiste un día, lo que es el más allá, ni perfidias, ni odios, ni rencor, ni tristezas... Donde todo es sublime y es amor que redime.
Y bien allí estás ya... bajo la loza fría, donde empiezan las glorias, donde nace la fama, donde acaban las penas, donde el cuerpo descansa. Donde acaba el camino, que recorre la vida... donde seres queridos llorarán tu partida”. Torreón, Coah., abril 6 de 1986.