Asistimos a un momento de fuertes cambios en nuestra sociedad, tanto en la manera de vernos y relacionarnos, como en la forma en que se percibe la vida. Los cambios de nuestra sociedad son muy profundos y muy veloces. Estos cambios no son necesariamente negativos en su conjunto; hay elementos esperanzadores y luces que nos permiten trazar líneas de acción hacia el futuro. El conocimiento más cercano de la realidad nos coloca en el camino de mostrar los signos positivos que dan sentido a este mundo que está en crisis de sentido.
Los elementos analizados en domingos anteriores han sido: 1) el cambio de época, 2) la globalización, 3) el contexto sociocultural y económico y 4) la cultura de la ilegalidad. Hoy nos asomamos a otro elemento de esta realidad que puede llamarse "la crisis generalizada", que unida a los anteriores nos lanza un reto urgente a conservar nuestra fe.
Este desconcierto generalizado que nos provocan estos elementos, nos obliga a repensar lo que antes parecía inamovible, lo que nos daba seguridad. El reto que tenemos delante consiste en mostrar nuestra capacidad de generar y educar personas que respondan a esta situación, conscientes de la dificultad que esto supone. Servirá además para una profundización y renovación de lo que creemos.
En nuestra región, como en todo México, se tienen retos muy significativos en el mundo de la "polis". Por un lado está la superación del conflicto armado. Los nuevos conflictos tienden a no desarrollar una forma de confrontación convencional y se apoyan más en el terrorismo. La complejidad de nuestro conflicto con sus secuelas en desplazamiento forzado, desapariciones forzadas, ejecuciones y asesinatos de población civil, requiere cada día esfuerzos mayores para encontrar los caminos que permitan su solución definitiva. El conflicto ha tenido nuevos escenarios por la aparición de bandas emergentes y nuevos grupos, y la intensificación de la confrontación de bandas emergentes y nuevos grupos, y la intensificación de la confrontación en algunas partes muy locales de nuestra Comarca Lagunera Durangueña. Indudablemente existen grandes retos; no obstante, se abren caminos que permiten una acción educativa que responda a las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Con Gilles Lipovetsky, ("la era del vació" Anagrama, Barcelona, 1986) podemos entender de mejor manera los "grandes cambios" que viven los pueblos de América Latina y su marcado "individualismo". Para él, la figura mitológica del presentes es Narciso: "Aparece un nuevo estadio del individualismo: el narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, en el momento en que el capitalismo autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista y permisivo (...) y se extiende un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales que coexistían aún con el reino glorioso del homo economicus; (...) emancipada de cualquier marco trascendental, la propia esfera privada cambia de sentido, expuesta como está únicamente a los deseos cambiantes de los individuos" (op. Cit. Pg. 50). Es decir, vivimos en una época en que los marcos trascendentales, las seguridades para actuar (políticos, económicos y sociales) han perdido su importancia; lo que es naturalmente extensivo a la religión. Lo común, lo social (llámese junta de vecinos, partido político o sindicato), es abandonado y reemplazado por preocupaciones puramente privadas. En síntesis, el hombre de hoy es un ser que vive sin ideales, sin objetivos trascendentes. O con palabras de Lipovetsky: "vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y de futuro" (ibid).
Por otro lado, Paul Ricoeur en "Historia y verdad" (Encuentro, Madrid, 1990), nos da pistas para comprender la "crisis de sentido" a la que nos referimos. Ricoeur se pregunta: ¿Cuáles son las motivaciones más profundas del hombre contemporáneo? Y hace referencia a dos principales: 1) la autonomía: "Es cierto que vivimos en un mundo en que el hombre va tomando cada vez más conciencia de su autonomía, en el sentido propio de la palabra autonomía: el hombre es para sí mismo su propia ley (op. cit. P. 270). Con este tipo de autonomía, se produce una desmitificación de la vida del hombre: lo sagrado pierde su valor central, la presencia de Dios en el mundo retrocede. 2) El sin sentido. Al respecto, Ricoeur sostiene lo siguiente: "Sería una grave ilusión juzgar nuestro tiempo solamente en términos de racionalidad progresiva. Hay que juzgarlo también en término de progresiva sin razón. (...) Comprender nuestro tiempo es yuxtaponer directamente los dos fenómenos: el progreso de la racionalidad y eso que podemos llamar el retroceso del sentido. (...) Descubrimos que lo que necesitan los hombres es ciertamente la justicia y el amor, pero más aún la significación. La falta de significado del trabajo, la falta de significado del ocio, la falta de significado de la sexualidad: he ahí los problemas en los que desembocamos".
Estamos ante una sociedad individualista que se mira continuamente a sí misma para terminar encontrando vacío, soledad e insatisfacción, que necesita ideales nuevos y referentes, porque no los tiene al lado, que anhela ser feliz, y que termina contentándose con sucedáneos como las drogas o el placer de instante. Decía Martín Heidegger que el nihilismo, el triunfo de la nada y el vacío, antes que una teoría es un hecho histórico, en el que Occidente y su modernidad llegan a la realización de su pleno declive: la carencia de sentido. No nos queda sino la conversión al Absoluto y Eterno que nos regrese la esperanza y la alegría.