Asistimos a un momento de fuertes cambios en nuestra sociedad, tanto en la manera de vernos y relacionarnos como en la forma en que se percibe nuestra fe y a lo que ella nos compromete individual y colectivamente como miembros de instituciones al servicio de la sociedad (Iglesia, clubes de servicio, educación, gobierno, partidos…). El cambio de época, la globalización, el cambio sociocultural y económico, la cultura de la ilegalidad y la crisis generalizada provoca cambios muy profundos y veloces de nuestra sociedad, pero no son necesariamente negativos en su conjunto; hay elementos esperanzadores y luces que nos permiten trazar líneas de acción hacia el futuro...
...nos dan la oportunidad de reaccionar e influir positivamente ante esta nueva realidad; se hacen un reto para profundizar nuestras creencias y renovar también nosotros nuestra vida.
Pero no podemos ignorar las consecuencias de esta nueva realidad: La nueva manera de entender los valores y los nuevos modelos de comportamiento han provocado una violencia despiadada, inhumana y cruel que repercute negativamente en la vida de las personas. Hay demasiada sangre derramada, dolor, angustia, incertidumbre y el miedo. Poco a poco la indignación y el coraje natural, está llenando el corazón de muchos de nosotros. Hay rabia, odio, rencor, deseo de venganza y de tomar justicia por su propia mano. Este nuevo Ethos está deteriorando la vida social y la convivencia armónica y pacífica. Las personas se aíslan, buscan espacios seguros encerrándose en el individualismo y la desconfianza, en el enojo y, los que ya han sido víctimas inocentes porque han sufrido ellos personalmente o algún amigo o familiar, el resentimiento y el deseo de venganza. La violencia que vivimos habla de pérdida del sentido de Dios, desprecio por la vida y un ambiente negativo. Ese ambiente negativo se niega a la formación de la conciencia y de los valores; Sigue modelos equivocados, metas y aspiraciones intrascendentes, cultura consumista y materialista, corrupción de costumbres e instituciones.
El estado de Durango quedó en medio de una lucha por mantener el control del territorio. La corrupción se ha infiltrado en las estructuras de los distintos niveles de gobierno, de procuración de justicia y del sistema judicial. Nuestro contorno es difícil de entender por complejo. Es difícil de explicar por lo multicausal y multidimensional. Vivimos en una desigual distribución de la riqueza. Esto abona el sustrato para la delincuencia organizada.
Este marco nos habla de una sociedad en decadencia. Los valores cristianos y humanos fueron poco a poco privatizados; arrinconados en una pequeña parte de la vida social. Se da ya como un hecho indiscutible que la fe sea un asunto privado, de la vida íntima de los individuos y se le pide que no se salga para nada de él. Este divorcio entre fe y vida se dio como consecuencia de haber aceptado pasivamente o sin haberlo notado, que la religión sea sólo un asunto de opción personal y consiguientemente relegada al ámbito de la esfera privada.
La raíz de todo tipo de deshumanización que percibimos en nuestro entorno es la pretensión de prescindir de Dios, de su proyecto de vida. Dice Benedicto XVI en el número 75 de Caritas in veritate: "Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debida a una conciencia incapaz de reconocer lo humano".
Pensamos y nos damos cuenta de que la raíz de toda violencia está en la orientación del corazón de cada ser humano. El mal no está en lo que nos rodea, sino en el corazón que es de "donde salen las malas intenciones" (Mt 15, 19-21).