Agua y paz
El próximo martes 19 de junio a las 6 de la tarde la Diócesis de Gómez Palacio convoca a todos sus fieles a una misa en el estadio de beisbol de Gómez Palacio (estadio Rosa Laguna) para pedir a Dios dos cosas urgentes para nuestra región: la lluvia y la paz. Tanto la lluvia como la paz son dones del cielo que hay que pedir, apreciar, agradecer y cuidar. Sin embargo hay muchos factores humanos que pueden influir.
Los signos de los tiempos de una época como la nuestra, marcada por el signo de la globalización, nos hacen comprender la íntima relación que hay en todos los factores que son necesarios para la vida digna de las personas. La lluvia y la paz son vida. El cambio climático es agresión a la naturaleza, es falta de paz hacia ella. La emergencia ambiental que se vive en distintos lugares del planeta nos hace reflexionar en las exigencias que presenta el cuidado de la creación. Nuestra Laguna está sufriendo la sequía y la violencia que, sin duda tiene orígenes humanos, pero ante la situación insostenible; ante nuestra incapacidad de restablecer el desequilibrio armónico creado en las relaciones entre nosotros y con la naturaleza, no podemos sino recurrir a Dios y pedirle que se compadezca de esta tierra, que reconoce no sólo sus faltas sino su incapacidad para resolver la situación que ya está fuera de nuestro control.
Todos los ciudadanos tenemos un imperativo desde las exigencias éticas del bien común, para actuar con responsabilidad en el cuidado y la paz de nuestra casa común que es la Laguna. Si no lo hacemos, las consecuencias las sufrirán los más pobres, que a la devastadora calamidad de su pobreza añaden la vulnerabilidad que sufren ante los desastres naturales, los cambios climáticos, la contaminación del medio ambiente y el deterioro del tejido social por la violencia.
El concepto hebreo "Shalom" que traducimos como paz, comprende mucho más que la ausencia de violencia. Es el restablecimiento de la armonía entre Dios y los hombres, de los hombres entre sí y de los hombres con la naturaleza. Es pues un concepto central de la expectativa profética de Israel y el saludo de paz que el Resucitado dirige a los discípulos enviándolos luego a ser promotores de paz y reconciliación. Por tanto los cristianos no son sólo colaboradores de la paz sino heraldos, promotores de una paz profunda que incluye el perdón y la apertura al don de la paz verdadera que sólo puede venir como lluvia que baja a la tierra. Una paz que no debe ser falsa o malsana, que no comulga con la sed de poder, con la avidez, con el ansia de dominio y la explotación.
La oración por la paz, si es auténtica, toma el compromiso serio a favor de las causa de la paz y de la justicia. Desde cooperar mensualmente con unos pesitos en nuestro recibo del agua por las obras de reforestación que se están haciendo en la cuenca alta del Nazas que es una verdadera fábrica de agua, ser amables con el entorno y los que están en torno a nosotros, todas las pequeñas acciones de ahorro de agua que sumados hacen diferencia, hasta estar disponibles y capacitados para resolver de forma no violenta los conflictos den todos los campos de la vida y de realizar acciones inexorables de testimonio a favor de la paz entre los hombres y con la naturaleza. Vallamos a ese encuentro de oración para descubrir las energías interiores, infundidas por Dios, para la reconciliación y la paz y para movilizar en nosotros mismos y en los demás las energías de la verdad y del amor, para que con nuestro testimonio el otro pueda sentir que puede también cambiar y ser pacífico y pacificador. Vallamos para conmover el corazón de Dios y que abra las compuertas del cielo.
Todos podemos transformarnos en lluvia divina, como de hecho "llovió" el sábado pasado gracias a su cooperación y a la acción de promoción y coordinación de Multimedios Laguna y Cáritas de Gómez Palacio al llevar víveres y agua a comunidades afectadas por la sequía como Vallecillos, municipio de Cd. Lerdo y algunas comunidades del municipio de San Juan de Guadalupe. Pero estas acciones serán auténticas si brotan de la oración que aprende la fuerza victoriosa de la paz y que ordena en consecuencia, día tras día, nuestras relaciones recíprocas. Oración que libere creativamente la mentalidad y el lenguaje violentos y de la avidez ambición, de la manía consumista y, particularmente, de cualquier tipo de deseo de llevar a los otros, mediante la manipulación, a servir a nuestros objetivos.
La sequía y la violencia nos meten en una encrucijada. Si queremos sobrevivir, y sobre todo, si queremos sobrevivir con dignidad y para una existencia con sentido, debemos decidirnos por esta paz profunda que sólo Dios puede dar. Sólo así podremos ser verdaderos hacedores de la paz. Si queremos anunciar esta buena nueva a la humanidad amenazada con la autodestrucción, debemos situar en el centro la verdad del poder de la paz y testimoniarla con todo nuestro estilo de vida. El poder divino podrá hacer que el mensaje se manifieste en todas nuestra relaciones y encarnarse en nuestro modo no violento de tratar a la naturaleza, a los animales, en el campo económico y hasta en la manera de cerrar la puerta.
No es pasividad, mantenerse al margen de los conflictos dejándole a Dios la responsabilidad es demasiado cómodo. Los hombres de paz deben estar presentes en medio de la vida, de los focos de conflicto, y explorar con empeño personal vías pacíficas para la solución de problemas, dispuestos a pagar incluso un alto precio por su testimonio, sin vacilaciones ante resistencias.
Los hombres pacíficos deberán observar la evolución política con realismo y con la máxima competencia posible, y colaborar con todos los hombres de buena voluntad a la causa de la paz; y precisamente, con el fin explícito y confesado de impregnar de espíritu de paz todas las dimensiones de la política. Como subrayó ya Mahatma Gandhi, quien cree realmente en el Dios de la paz, sabe con seguridad infalible que ningún hombre tiene la facultad de explotar o de esclavizar a otro hombre; ningún grupo a otros grupos. Tal fe debe convertirse en vida. Quien no esté infaliblemente cierto de esta verdad y no haga de ella un punto firme de su vida y de su acción, debe admitir que no cree realmente. Por el contrario, ninguno de nosotros es infalible en lo que respecta a cuál es el mejor paso concreto que podemos dar cada vez en el camino de la paz. Por consiguiente, tenemos el deber de buscar juntos en un diálogo respetuoso, buscando siempre una justicia mejor y una paz más plena.
Pidamos juntos este próximo martes la paz y las lluvias a nuestro Padre, Dios de la paz, que no abandona a la humanidad rebelde. Pidamos juntos su Espíritu Santo para que nos abra los ojos y descubramos el abismo en el que hemos caído. Que produzca en nosotros los frutos del amor y de la paz y en nuestros campos el alimento. Que movilice en nosotros las fuerzas que ha colocado para trabajar por la paz. Que testimoniando nosotros la paz podamos hacer creer a todos que ésta es posible.
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