¿Bioética laica o Bioética cristiana?
Esas discusiones en las diferentes tribunas nacionales, principalmente en las cámaras legislativas, ponen en evidencia la cortedad de miras y la búsqueda de intereses que no son precisamente la búsqueda de la verdad ni el bien de la nación. Por ejemplo en las cuestiones de bioética es muy común esta disyuntiva. ¿Por la vida o contra ella? Claro que la respuesta es siempre afirmativa.
Todos dicen estar del lado de la vida y de derechos evidentes como la libertad o la autonomía. Las opiniones se dividen cuando posiciones diversas son defendidas bajo esta misma bandera acusándose mutuamente de no enarbolarla. En esa guerra todos pierden pues ante problemáticas y cuestiones que requieren respuestas urgentes y acciones concretas a todos los niveles y en todas las áreas. En vez de ello nos perdemos en discusiones fanatizadas. ¿Qué podemos hacer? ¿Tomar las armas y seguir aumentando la división? ¿tomar partido? ¿Puede haber una tercera opción? ¿Una sola bioética sin etiquetas? Después de ver la situación en ambas trincheras se propone la necesidad y ventajas de una unificación de criterios en una mentalidad apegada a la verdad y libre de fanatismos.
La confusión de términos sigue siendo uno de los grandes problemas en bioética y una de las armas usadas en esta guerra. Persona, ser humano, preembrión, calidad de vida, libertad, derecho a la salud, autonomía y muchos términos más necesitan ser definidos con objetividad por una bioética que sea referencia para todos los que tratan estos temas. Pero la misma bioética se clasifica en algunos ámbitos como «laica»; término que confunde por significar, positivamente, una recta autonomía hasta, negativamente, como combate frontal contra todo lo que suene a religión. La bioética se ha convertido en el campo de batalla de diversas posiciones, cada una, se declara a favor de la vida, o de valores fundamentales unidos a ella como la libertad, el desarrollo tecnológico, la investigación científica, la calidad de la vida, etc. Si la bioética fuera tratada sólo como ciencia los avances concretos, teorías, descubrimientos, soluciones, y beneficios vendrían a ayudar inmediatamente a todos. Sería fácil (o al menos no tan difícil), encontrar respuesta a problemas concretos y a cuestiones fundamentales. Al menos habría un frente común. Sin embargo aunque en ocasiones no es difícil desenmascarar los errores teóricos, otras veces se argumenta con verdaderos sofismas basados en presupuestos erróneos y medias verdades, apoyados en campañas publicitarias que maquiavélicamente hacen aparecer mentiras como verdades confundiendo a muchos. Intereses creados, actitudes ideológicas, posiciones apasionadas, fanatismos y animadversiones utilizan la bioética como campo de batalla. No falta gente de buena voluntad y bien intencionada que es enlistada en este combate y creen su deber tomar posiciones y empuñar las armas. Irónicamente en nombre de la vida este combate trae muerte de inocentes y mucho sufrimiento.
Posiciones ideológicas radicales tan ponzoñosas como irracionales, son fácilmente identificables. Grupos, partidos, movimientos, asociaciones que se autonombran erróneamente "científicas" o "humanitarias". Empresas y poderes diversos apoyan de varias formas sacando provecho de la situación de caos. Serían estos grupos e intereses egoístas los primeros en ser desenmascarados con la autoridad de una bioética científica unificada.
Hay además quienes propugnan por un cientismo (la ciencia como lo máximo). Nueva religión que exige una fe ciega en sus nuevos dogmas, rechazando toda limitación en la investigación y prometiendo un mundo futuro paradisíaco. La bioética es sujetada a sus exigencias. Esperanzas que prefiguran un futuro de modernidad y de bienestar centrado en el crecimiento del saber. Pero pueden ser peligrosas. Las hipótesis, por ejemplo, ordinariamente, corresponden en sus inicios a la interpretación más plausible o más cómoda de las pruebas disponibles. Pero cuando no se puede verificar inmediatamente si es correcta, y sus defectos no son evidentes, puede suceder que una hipótesis sea promovida a artículo de fe, y que cada nueva observación experimental venga forzada para adaptarla a ella. Finalmente, si la cantidad de informaciones problemáticas crece hasta hacerse insostenible, el dogma cae lastimosamente. Es probable que el modo en el cual concebimos la información genética esté atravesando una situación de este género (J. S. MATTICK, "Il segreto della complessità", en Le scienze 436 (dicembre 2004) Edizione italiana di Scientific american, 42-49) La ciencia nos pide más actos de fe que la propia religión. Es cierto; no se puede avanzar en la ciencia sin teorías y las teorías son solo modelos de conocimiento perfectibles. El problema es que se divinizan.
Una mente innegablemente científica como la de Kart Popper va más allá afirmando que los fanatismos e intolerancias nacidos, no del Cristianismo, sino de la creencia en la única, unitaria idea, en la única y unitaria fe exclusiva de quienes pretenden realizar el cielo sobre la tierra, pueden realizar el infierno y que actualmente este «terror del racionalismo, de la religión de la razón fue, si es posible, aún peor que el fanatismo cristiano, mahometano o hebreo […] el lugar del dogma religioso lo ha tomado el dogma científico» (K. R. POPPER, Auf der Suche nach einer besseren Welt. Vorträge und Aufsätze aus dreissig Jahren, R. Popper GmbH & Co. KG, München 1984. 214-216).
Esto explica el rechazo y las condenas a quienes osan blasfemar contra ella. Pero la necesidad de sentido llevó a crear su propia bioética maleable y sujeta a estos dogmas y coherente con ellos y en franca confrontación con la moral tradicional y la parte de ella que trataba temas de bioética. La moral tradicional tomó también sus posiciones y comenzaron las hostilidades. Pero la necesidad de una ética es connatural a la misma ciencia. El "principalismo" nacido en el seno de la medicina y la bioética no es sino la necesidad del sector sanitario de una moral para poder tener criterios de discernimiento. Actitudes de verdaderos científicos serán fundamentales para superar el enfrentamiento; Una ética profesional basada sobre todo en el humilde reconocimiento de la falibilidad como base para superar los errores.
La ciencia tiene necesidad de autonomía pero no puede prescindir de una ética. No puede pedir ser una ciencia químicamente pura. Si la ciencia es para el servicio del hombre es claro que la persona humana será el criterio de moralidad, sin necesidad de pintarlo de religión. Simplemente la ciencia perdería su razón de ser, si se rebela contra el mismo hombre. El sentido último de las cosas sólo puede darlo una reflexión ética y sólo una recta antropología le dirá cuál es ese fin último y ese sumo bien al que puede aspirar la persona humana. La falta de estos criterios fundamentales está llevando al hombre a un camino de destrucción. Urge esa ética, urge esa antropología, urge darle su sentido a la ciencia en base a ellos. Mientras no sea así, el hombre seguirá destruyéndose. Piénsale.
Piensalepiensale@hotmail.