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PIÉNSALE, PIÉNSALE

ARTURO MACíAS PEDROZA

Qué bueno que no estaban muertos

La grandeza de la persona humana y lo valioso de la vida nos hace exclamar: ¡Qué bueno que los encontraron! Me refiero a los policías que hace algunos días fueron objeto de noticia nacional por su desaparición.

También la muerte del hijo de un personaje importante a nivel nacional nos cuestiona sobre el valor de la persona, al comparar la importancia que se le dio al acontecimiento en relación con la investigación de tantos otros muertos que no han sido objeto de una investigación. No podemos, sino alegrarnos por la recuperación de alguien que había sido secuestrado o, en general, alguien que se libra de un peligro mortal. Nos hace descubrir la importancia de la vida. Pero cada vida humana tiene el mismo valor. Necesitamos comprender la grandeza y dignidad del hombre que le viene de su originalidad en relación con todos los seres creados, de los que es no sólo superior, sino diferente. Tiene un valor absoluto y es un fin en sí mismo y no un medio. Centro y cima de todos los valores.

La persona humana, en su propio ser y en su propia dignidad, reclama un respeto incondicional, independiente de toda valoración y finalidad; ni porque apenas tenga un poco de tiempo de ser concebido, o esté incapacitado para trabajar, o tenga problemas mentales, o sea pobre, o extranjero, o de determinada raza, o sea delincuente, o esté en coma, o sea mujer, o indígena, o no piense como yo, o tenga otra religión, … El respeto, en cuanto actitud fundamental ante el hombre, significa la disposición incondicionada a considerar y a defender a todo ser humano como una realidad de la cual no se puede disponer.

Es necesario salir de la dinámica de muerte a la que hemos sido arrastrados también nosotros. Fundándonos sobre la visión del hombre, de su dignidad, del valor de su corporeidad, en la totalidad de sus dimensiones físicas, psíquicas y espirituales, no sólo me impiden atentar a mi vida o a la de otro, sino me empuja a asumir mis responsabilidades para tutelar la vida y el bienestar psicofísico mío y de los otros. El valor humano básico basado en una perspectiva de servicio responsable a la vida, me impulsa a proteger su subsistencia física o su integridad, y a promover el cuidado y la tutela de toda vida humana. Erradicar del corazón la raíz perversa del odio hacia el hermano. Viéndolo bien, la vida humana es dañada cuando no percibimos que la vida del otro, de todo hombre, me pide respeto y veneración, cuando no acogemos el sentido del existir del otro como existencia que me habla de Dios. Todo hombre es mi hermano, más allá de vínculos de sangre, de casta, de intereses. Hermano del otro es quien se abre a recibirlo y realiza en él acciones que expresan cuidado e interés por él. Las muertes en los enfrentamientos entre grupos de la delincuencia organizada, son también para nosotros una gran pérdida (¿Se imaginan cuánta inteligencia, creatividad, juventud, organización se está desperdiciando?).

Ante las manifestaciones del espíritu de dominio y de violencia debemos sentir con fuerza la responsabilidad de estar de parte de la vida y de dar nuestra contribución personal para construir la nueva cultura de la vida moviéndonos en tres direcciones fundamentales.

La primera representa un valiente anuncio del valor del hombre, contra toda concepción individualista, autoritaria o aristocrática del individuo, de la nación o de la raza, para encender en lo íntimo de cada uno el sentido de la dignidad de cada existencia humana, en la cual Dios ha impreso como un sello su imagen, fundando al mismo tiempo la razón última de la fraternidad universal entre los hombres.

La segunda dirección es el empeño contra el espíritu de prepotencia, de cualquier forma como se manifieste. Incluye una valiente denuncia de las motivaciones económicas, políticas, que está a la raíz del espíritu de prepotencia y que alimentan una cultura de la muerte que ha hecho de la opresión de los débiles una ley y un estilo de vida.

La tercera dimensión es la del testimonio efectivo de servicio en favor de la vida: nuestro mundo tiene más necesidad de testimonios que de maestros - nos recordaba Paulo VI - y los maestros son escuchados en la medida en que se hagan testigos. Debemos revelar con las obras nuestra pasión por la vida, haciendo el anuncio con la fuerza que arrastra: el testimonio coherente hasta el fin.

Nadie puede sustraerse a su responsabilidad ante el valor de la vida. Debemos tomar cada vez mayor conciencia que la elección por la vida constituye el fundamento para nuestro propio vivir. Que el estar vivos nos invita a comunicar la grandeza de esta maravilla que es vivir a quienes no la han descubierto. Que implica proteger toda vida, incluso la del que no la sabe apreciar y la destruye, no sólo con balas, sino con abortos, discriminaciones, marginaciones. La vida es el más grande don que es confiada a nuestra responsabilidad. Reconociendo su valor apreciamos las acciones de prevención, los cuidados de los niños, la atención a los débiles y vulnerables.

Las ideas aberrantes contra la vida, que han encontrado espacio en la opinión pública, han encontrado apoyo en intelectuales y científicos, han guidado elecciones políticas y se han traducido en leyes que legalizan lo ilícito y justifican lo injusto (eutanasia, aborto, abandono de enfermos terminales, esterilización, exterminio de embriones congelados…). El desastre ecológico que está realizándose ante nuestros ojos. Los inmensos recursos tecnológicos y científicos se han puesto al servicio de una cultura de muerte y están llevando a una devastación.

Pero el nacimiento de cada nuevo niño llena la tierra de incontenible alegría y revela que cada instante tiene un significado y un sentido. Por eso cuando nos sintamos arrastrar por la onda del odio, del sufrimiento y de la muerte que expanden en la tierra frutos amargos y venenosos, debemos recurrir a la omnipotencia del amor, descubriendo que la vida humana adquiere su pleno sentido cuando es entregada. Mientras la cultura de la muerte celebra sus lúgubres triunfos, se perfila la esperanza de la victoria de la vida por medio de múltiples signos de esperanza que destruyen las tinieblas de la noche: es el testimonio humilde y silencioso de individuos y grupos, de familias, de esposos, de voluntarios, de trabajadores de la salud, de maestros, de sacerdotes, de misioneros, de jóvenes, de viejos, de hombres y de mujeres que, de mil maneras y con no pocos sacrificios se ponen concretamente al servicio de la vida. Se pone ante nuestros ojos el proyecto de una humanidad renovada que exige un nuevo estilo de vida que privilegia el ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas, de la indiferencia al interés por el otro, del rechazo a la acogida. Los otros no son enemigos de quienes hay que defenderse, sino hermanos y hermanas con los cuales ser solidarios; para amarse por sí mismos; que nos enriquecen con su presencia.

piensalepiensale@hotmail.com

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