Este principio filosófico propone como verdad fundamental que las acciones que realiza un ser, son consecuencia de lo que es. Una escoba barre, el agua moja, etc. La pregunta fundamental del hombre es antropológica: "¿Quién soy?" Incluso antes que la teológica: "¿Quién es Dios?" pues la segunda es para poder explicar la primera, al descubrirse como un ser espiritual y no tener una respuesta satisfactoria en los límites de este mundo. Son siglos de búsqueda de respuesta y cada ser humano y cada época debe responderla para actuar en consecuencia. El cambio de época, el pensamiento débil, y el mundo mediático están provocando una crisis antropológica de dimensiones extraordinarias.
En otros tiempos, la sabiduría de las tradiciones había logrado responder a esta cuestión y nos daba una respuesta coherente y un sentido unitario de la realidad. Pero la información cambiante cada minuto, la distracción, las imágenes de hombre que manifiestan las herramientas tecnológicas están arrastrándonos a un mundo de los medios que no puede expresarnos el sentido unitario de la realidad. Ya no sabemos quiénes somos. Es necesario una conciencia clara; un constante análisis y discernimiento de esa realidad que se nos ofrece.
La ciencia y la tecnología cuando son puestas exclusivamente al servicio del mercado, con los únicos criterios de la eficacia, la rentabilidad y lo funcional, crean una nueva visión de la realidad y han ido introduciendo por la utilización de los medios de comunicación de masas, un sentido estético, una visón acerca de la felicidad, una percepción de la realidad y hasta un lenguaje que se quiere imponer como una auténtica cultura que afecta la interpretación universal de la realidad y de la concepción del hombre.
Las instituciones como la familia, la escuela y la Iglesia tienen que expresar el sentido unitario de la realidad que los medios no pueden expresar y lo tiene que hacer de forma actual. El ser humano es visto sólo como especie. Un ser vivo más, rebajado de su grandeza y dignidad. Ya no es superior a todos los seres del universo. Es un punto en medio de la inmensidad de las galaxias. La especie humana. Urge la transformación de las instituciones de acuerdo a este nuevo modelo, pero no es fácil. Hay lastres, intereses creados, fuerzas contrarias…
El pensamiento débil es uno de los efectos del extravio antropológico y ético contemporáneo. Negando todo lo que sabe a universal, objetivo, espiritual, permanente y trascendente. Se ha hecho "líquido" lo que antes se consideraba "sólido". Ya nada existe con objetividad y cada sujeto resulta ser constructor de su cosmovisión y mundo de valores. Las consecuencias de esto que parece una simple especulación se concretizan en una actuación anárquica: El policía ya no persigue a los malos, los malos ya son buenos, el maestro no enseña, el estudiante no estudia, el gobernante no gobierna, el ciudadano no participa ya (no es alusión a la "desaparición" de la columna que cada quince día se hacía presente en esta misma sección) la laguna es desértica, el río no lleva agua, los de derecha están en la izquierda y los de la izquierda en la derecha, lo bueno ya es malo y lo malo ya es bueno, los muertos caminan, los presos están libres. Frente al futuro, por ende, desaparece la esperanza y toda acción de proyección escatológica resulta superflua. El hombre se desploma en el sinsentido de la existencia, llega a aberraciones políticas y exaltaciones alucinantes del poder y del placer. La involución y regresión humana provoca esta inconsistencia de su actuación. El hombre es un "neo-cavernícola violento, depredador, irrespetuoso, represor y egoísta. Sin esperanza. Nunca como ahora, el hombre ha estado tan desprovisto de profundidad; nunca como ahora, siente la necesidad de reencontrarse a sí mismo, recuperar la infinitud rechazada y reconocer que no existe verdadera libertad y progreso cuando se excluye lo trascendente y lo eterno.
Este "año de la fe" convocado por el papa Benedicto XVI, es una invitación a descubrir nuestra identidad humana basada en el modelo de hombre perfecto que es Cristo. Es una respuesta concreta a esta cuestión antropológica. Cristo revela al hombre lo que es el verdadero hombre; lo libra de esa tendencia deshumanizante, lo personaliza al regresar a la fidelidad al bautismo y dejar la simulación, la frialdad y la incoherencia. Así podremos contribuir a solucionar la descomposición social que es provocada en buena medida por la debilidad de sus instituciones, por la corrupción de todos los niveles, por la mezquindad de la clase política, por la narco-violencia y por la disminución de valores y compromisos entre su población. Que San Judas Tadeo, cuya fiesta celebramos hoy y que tiene tantos devotos, sea modelo de encuentro y seguimiento coherente y fiel a Cristo.
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