Plagios benditos
Y creo Dios al hombre. A imagen y semejanza los creo; varón y hembra los creó. Génesis 1:27.
“A imagen y semejanza...” dice la Biblia. Está dicho en el libro sagrado de judíos y cristianos: los humanos somos copia. Fuimos bendecidos con el plagio. Pero si el Altísimo no es parte de sus reflexiones, baje la cabeza al micromundo genético: somos la calca de 23 cromosomas de cada uno de los padres, copias híbridas, hechas de mezclas de DNA ancestral. De manera que pareciera que lo único original en esta creación es el ‘pecado original’. La piratería es necesaria para existir, aunque de cualquier manera “polvo eres y en polvo te convertirás”.
Al nacer se manifiestan algunos instintos (otros se desbordan en la adolescencia). No hay necesidad de que el bebé aprenda a succionar, él automáticamente lo hará acercándolo al seno materno o a la mamila. Tampoco se le enseña a llorar cuando se siente incómodo. Pero, el corte del cordón umbilical inaugura formalmente el cerebro vacío que comienza a llenarse de lenguaje hablado. Entonces, la boca tiende a emitir los primero balbuceos guturales, luego vienen los monosílabos y los bisílabos repetitivos como papá y mamá... Así, todo el aprendizaje oral de la primera infancia surge a través de la imitación; somos plagiarios necesariamente. Al principio el cerebro atrapa todo lo que puede, de esa manera se atiborrada de ideas ajenas y sensaciones propias. Luego, se dedica a discriminar opiniones y a quedarse con otras a las que da un ‘toque personal’. Después, aparecen las ideas de derechos reservados.
Lo anterior lo recordé por el escándalo que se dio, hace poco tiempo, con el encargado de cultura de la UNAM, Sealtiel Alatriste. El catedrático tuvo que renunciar al cargo y al premio Xavier Villaurrutia al descubrirle que presentó, como de él, párrafos de otros autores. Bajo ese detonante surgieron listas de escritores que habían recurrido al mismo artilugio para hacer brillar su obra.
Todos tomamos ideas de otros, consiente o inconscientemente, porque “no hay nada nuevo bajo el sol”. La originalidad literaria brota en los que saben retorcer mejor el colmillo para refrescar el pensamiento. Sin embargo, copiar textualmente sin usar comillas o no aclarar quién es el autor, además de plagio es prácticamente un suicidio intelectual. El copión ingenuamente da por hecho que nadie se dará cuenta del robo y no se esforzará por acomodar con novedad las palabras.
Actualmente todo (desde un reloj hasta un título profesional) es plagiable, no sólo por los chinos o los tepiteños, sino por cualquiera de nosotros. ¿Ha hecho usted algún CD pirata de música o bajado un libro de Internet? También el habla cotidiana está saturada de frases a las que no se le da crédito al inventor de éstas (porque sería absurda y difícil la comunicación), estos son los plagios autorizados, como los llamados lugares comunes, e igualmente el uso de dichos o refranes que son anónimos. Lugares comunes y refranes se imponen porque en el momento de su nacimiento describieron un hecho con fuerza y claridad irrefutable, por ello se vuelven parte del lenguaje popular. Los ejemplos son interminables, las frases de los políticos son ‘botón de muestra’, para ellos es indispensable ser poco originales, quien no esté de acuerdo puede decir: “Lo niego categóricamente” o “lo condeno enérgicamente”.
Otro tipo de plagio no sólo no se censura, sino que se alaba. No hace mucho se publicitó la presencia de una Gioconda madrileña que lejos ser un hecho criticable es un orgullo para el Museo del Prado. Cualquier famosa escultura o pintura replicada de manera perfecta es motivo de satisfacción. Otros ejemplos: existen títulos de grandes obras que son mellizas: La caverna de Platón o La caverna de Saramago; El arte de amar de Ovidio o el Arte de amar de Erich Fromm; Metamorfosis de Ovidio o Metamorfosis de Kafka. Hay infinidad de iguales, sin que se consideren plagios.
Por eso, como después me diría el arriero: “No hay que plagiar primero. Pero hay que saber plagiar”.
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