"El que tiene un derecho no obtiene el de violar el ajeno para mantener el suyo."
José Martí
L senador Carlos Navarrete me cuenta una anécdota que le ocurrió en Chile cuando ese país era gobernado por la socialista Michelle Bachelet. Comía en un restaurante cercano a La Moneda, el palacio presidencial, con dos senadores socialistas chilenos cuando llegó por la calle una manifestación del Partido Comunista, el cual no tiene representación parlamentaria. Nadie le prestaba mucha atención.
De repente, los manifestantes se sentaron en la calle e iniciaron un plantón. Los senadores chilenos le dijeron a su colega mexicano que había que moverse del lugar porque habría jaleo. Navarrete, acostumbrado a los bloqueos en la capital mexicana, preguntó por qué.
En unos minutos llegó un contingente de carabineros que ordenaron a los manifestantes levantar de inmediato el plantón. Como éstos no se movieron, los policías los rociaron con chorros de agua. En unos minutos la calle quedó despejada.
"¿Cómo es posible que haga esto un gobierno de izquierda?", preguntó Navarrete.
"Es la ley" respondieron los senadores chilenos.
En otros países del mundo, incluso más democráticos y progresistas que el nuestro, no se considera la posibilidad de permitir los bloqueos de vialidades. La libertad de manifestación es una cosa, la de hacer plantones en calles o carreteras no está contemplada. Y esto no tiene nada que ver con ser de izquierda o de derecha.
En México, y en particular en entidades como el Distrito Federal y Oaxaca, el derecho de los manifestantes a bloquear vialidades se considera inviolable. Ha surgido la idea de que es "progresista" permitir que los manifestantes realicen plantones y afecten a terceros. Cualquier sugerencia de que las manifestaciones deben regularse y los plantones prohibirse es rechazada como retrógrada.
La verdad es que hay poco de progresista en los plantones. Los afectados son usualmente gente trabajadora y muchas veces de escasos recursos. Quienes organizan los bloqueos son líderes políticos que buscan privilegios especiales para ellos o para los grupos que representan.
Estos líderes han encontrado que una forma de obtener estos tratos preferenciales es montar protestas. Como éstas son tan comunes, hoy en día se han enfrascado en una perversa carrera por afectar a un número cada vez mayor de personas con la idea de que la molestia ciudadana hará más fácil que los funcionarios públicos les cumplan sus deseos. Y como tarde o temprano logran sus propósitos, el comportamiento se ve reforzado.
Los bloqueos suelen llevar a resultados trágicos. Esto lo vimos el pasado 12 de diciembre en la quema de la gasolinera EVA II de Chilpancingo, que causó la muerte a un empleado, y desalojo de un plantón de la Autopista del Sol, que llevó a la muerte de dos manifestantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
La solución no radica en rendirse ante los grupos de presión, como sugieren nuestros políticos, que afirman que ningún gobierno tiene derecho a liberar una vialidad bloqueada por manifestantes. Por el contrario, lo que procede es tener el valor de actuar como se hace en Chile, en los Estados Unidos o en Inglaterra, donde las protestas son aceptadas, pero no los bloqueos.
Si tuviéramos políticos con el valor de aplicar esta simple fórmula tendríamos un México más justo. Pero eso es quizá lo que no quieren los líderes de los grupos de presión y los políticos mexicanos que actúan en complicidad con ellos.
TARAHUMARA
Es loable que el gobierno y la sociedad manden ayuda a la Tarahumara, donde hay hambre entre los rarámuri como consecuencia de la sequía y las heladas. Pero más inteligente sería tomar medidas para generar empleo y desarrollo económico en una zona marginada desde siempre. El problema es que algunos piensan que es un pecado llevar inversiones productivas a las zonas indígenas. Les parece más digno que estos pueblos reciban la caridad de los demás.